Capitulo 11

174 20 4
                                    


—Bienvenida a tu nuevo hogar—dijo Salvin arrojando Audrey al interior de una habitación.

Intentó correr fuera de la habitación pero fue inútil, Alexander la empujó con fuerza.

—¡Sabes que te odio! ¿Qué quieres de mí?

—Ya lo sabrás—caminando hacia la puerta.

—¡Aguarda! Espera por favor.

Alexander volteó lentamente hasta mirarla directamente a los ojos, estaba embrujado con su belleza pero no era suficiente como para perdonarle la vida.

—Mi madre—dijo haciendo una pausa—¿Mi tío dónde están?.

Llevó sus dedos a su barbilla, sus ojos azules tan oscuros como una noche la miraron con satisfacción, sonrió mientras apartaba su negro cabello de su rostro para que ella lo viera por completo.

—No lo sé.

—Entonces—dijo con una leve sonrisa—Lo lograron.

Entendió a lo que se refería.

—Tendré que preguntarle a Hawes—caminó lento y pesado hacia ella mientras esta retrocedía cada paso que él daba—Dónde y cómo los dejó.

Sin controlar sus impulsos saltó sobre él tratando de golpearlo.

—¡¡No!! ¡Maldito! ¡Te odio, te odio!—gritó mientras Alexander la sujetaba de las muñecas obligándola a caer de rodillas

—Eres mía entiendes ¡sólo mía!

—¡Jamás! ¿Me escuchas? Primero muerta

—Entonces que así sea—se alejó para salir de la habitación.

La dejó sola con su dolor y su creciente odio hacia él. Toda la noche se dedicó a tratar de encontrar una salida, pero no tuvo éxito.

No durmió con la zozobra de no saber cómo estaría William y con el temor de que Alexander volviera mientras ella dormía.

La mañana la recibió de pie junto a la ventana de la habitación cuando un ruido en la puerta la sacó de su trance, era un hombre algo anciano tal vez de la misma edad de su padre, llevaba consigo una bandeja y frutas en uno de los platos.

—Debe comer—dijo el hombre.

—No tengo hambre.

—Bien, de igual manera dejaré esto aquí porque estoy seguro que sí tiene hambre. Y no se preocupe no está envenenada—rió a carcajadas mientras salía.

Estaba furiosa, el criado tenía razón sentía hambre pero no tenía el estómago como para comer mientras su esposo estaba ahí afuera y herido, no había manera de saber qué tanto lo habían lastimado esos cobardes. Entonces entre tantos pensamientos confusos y dolorosos pensó "Puedo utilizarlo. ¡Claro! Es evidente su capricho, puedo usarlo a mi favor, si le hago creer que estoy arrepentida y que quiero estar con él tal vez con la confianza que gane pueda escapar de aquí".

Sintió asco al siquiera pensar que tendría que permitirle tocarla, con sólo el tacto en sus manos le causaba repulsión. Pero debía hacerlo, la muerte de sus fieles amigos y su familia debían darle la fuerza para resistir porque es lo que ellos le hubieran aconsejado "Aunque tal vez mi madre me hubiera dicho: olvida a William, Alexander es quien te conviene" pensó, ese último pensamiento le dolió demasiado porque si Margaret estuviera viva haría cualquier cosa por mantenerla con Salvin.

Se dispuso a desayunar y a esperar a que retiraran la bandeja, al cabo de unas horas el mismo hombre entró.

—Vaya, veo que si desayunó después de todo.

Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora