capitulo 2

266 7 0
                                    

— ¡Deja de mirar, Justin! —Gritó el muchacho que había lanzado el balón—. Está demasiado buena, incluso para ti. Y puesto que tiene un libro, probablemente sabe leer, así que es lo suficientemente lista como para saber evitar a tipos como tú.

Deslicé mis gafas de vuelta a su lugar mientras el chico-casualidad perseguía el diminuto reclamo y dirigí mi atención de nuevo al libro tirado debajo de mí, ya no preocupada por tener que perseguirle para explorar si podía haber algo más entre nosotros que una mirada cargada.

Vi la reciprocidad en sus ojos, eso y más. Sólo era cuestión de cuánto tiempo quería jugar a hacerse el guay antes de acercarse. Tenía todo el día.

Eso era lo que me aseguraba a mi misma mientras echaba al atrapado chico por encima del hombro y corrían hacia el lago, salpicando arriba y abajo hasta que el muchacho estaba chillando de risa. Me tranquilicé a mi misma de nuevo cuando él y el chico salieron del agua y regresaron al grupo de muchachos jugando al fútbol y se situaba justo donde lo había dejado, sin repartir ni una sola mirada en mi camino.

Traté de distraerme con el libro que tenía, pero cuando me encontré a mi misma leyendo el mismo párrafo por sexta vez, me di por vencida. Seguía sin mirarme, como si fuera invisible.

Cuando una segunda hora pasó de la misma manera, decidí que era hora de tomar el asunto en mis propias manos. Si él no iba a venir a mí y yo no estaba preparada para ir a él, tenía que hacer que lo hiciera. Encontré que los chicos son criaturas razonablemente simples de entender, por lo menos en un nivel primitivo —en mental, corazón y alma eran tan desconcertantes para mí como termodinámica— y desde que primitivo era un bonito término para hormonas furiosas, decidí usar su exceso por adolescencia a mi favor.

Agarrando el litro de agua de mi bolsa de playa, me levanté en postura, haciendo cada movimiento lento y deliberado. Por lo menos sin hacer el ridículo. Sus ojos no se fijaron en mi mientras estaba de pie y ajustándome el bikini, pero si unos pocos grupos de hombres. Buena señal de que estaba haciéndolo bien, pero mala señal que no estuviera dándose cuenta ya que todo este truco fue puesto en marcha por él. 

Quitando el clip de mi abundante pelo, bajó por mi espalda, y lo sacudí en posición de buena medida. Prácticamente maldije entre dientes cuando me atreví a echarle un vistazo para encontrarle en el olvido total. ¿Qué tenía que hacer una chica para conseguir la atención de un chico en estos días?

Regresé a la mesa de picnic donde la más nueva incorporación a nuestra familia, del tipo peludo, seguía sonriendo a través de sus jadeos. —Aquí hay un buen chico —dije, arrodillándome junto a él donde estaba usando la sombra de la mesa a su favor—. Ya que eres del mismo sexo, aunque encuentro a tu especie mucho más atractiva en numerosos frentes, ¿tienes alguna sugerencia de cómo hacer que ese chico sea mío? —pregunté, echándole más agua en el cuenco mientras observaba a Justin interceptar el balón en el aire. El muchacho jugó el mejor partido de fútbol que yo tuve el placer de ver.

Mi peludo amigo ofreció algunos lametazos sobre mi brazo antes de que su húmeda nariz empujara mi pierna. Podría haber estado leyendo un poco en su empujón de ánimo, pero cuando sus perrunos ojos rastrearon a Justin y su perruna sonrisa se extendía más, me reí. —Sí, sí. Ya sé que es un mundo de mujeres y eso, pero todavía hay algunas cosas antiguas —dije, rascándole detrás de las apelmazadas orejas—. Como el chico acercándose a la chica. No llames al movimiento feminista y me expongas o no habrá bistec para ti esta noche. 

Palmeé su cabeza mientras ladraba su voto de silencio antes de regresar a mi toalla para tomar el sol. Mantuve mi cabeza hacia delante, pero mis ojos estaban tan cerca del rabillo como podían, observándole mientras lanzaba el balón a otro pequeño niño. Si levantarme, estirarme, y ajustar mi bikini no funcionaba, con la cena en menos de una hora, tendría que recurrir a drásticas, o desesperadas, medidas. Era tan terca como patética, y desde que había esperado tanto para que viniera, no iba a rendirme ahora. Renunciar no estaba en mi sangre.

Me estiré en la toalla, boca abajo, torciendo los brazos hacia atrás para tirar de la correa libre de su tensión. En mi experiencia como chica de diecisiete años, siete de esos años teniendo pechos que requerían un sujetador, deshacer el pequeño nudo en el centro de tu espalda tenía un noventa y cinco por cierto de índice de precisión de atraer a cualquier hombre en un radio de cinco toallas. Justin podría haber estado en la cúspide de los cinco/seis, pero era todo lo que me quedaba. El último truco en mi bolso.

Hice una almohada con mi vestido y fingí estar concentrada en nada más que minimizar las líneas de bronceado, pero cuando tomé un rápido vistazo de la zona, cada par de ojos masculinos en el radio de las cinco toallas estaba mirando. Excepto él.

Incluso hubo algunos silbidos de los labios de su compañero de fútbol, de los cuales me hice la ignorante, pero aún así, no dio la más leve mirada en mi dirección. Uno de mis amigos del antiguo colegio me había dicho que si alguna vez llegara el día en el que uno de nuestros objetivos masculinos no acudiese a nosotras después de este último esfuerzo, sería tiempo de avisar al Papa de que un milagro necesitaba ser inspeccionado.

Que marcaran a Roma en el móvil porque un milagro estaba ocurriendo frente a mí mientras que el único chico al que quería hacerme notar era el único que no lo hacía. Malditos seáis, casualidades y tifones-alma.

Le daría cinco minutos más antes de que me obligara a mí misma a tragarme el orgullo y hacer un movimiento. Sabía que si tenía que acercarme a él, probablemente sería rechazada, pero no iba a dejar que otro de estos pasara de largo. Carpe diem, nena. (Carpe Diem = Vive el momento) 

Me di cuenta de algo zumbando por encima de mí por el rabillo del ojo, pero no me pareció de mucha importancia hasta que cierto cuerpo que había estado deseando encima lo enganchó fuera del aire por la derecha antes de bajar a tierra de su impresionante suspensión en el aire. O al menos caer justo encima de mí.

CrashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora