capitulo 7

192 7 0
                                    

Había caído. Caí tan fuerte sobre mi trasero que me quedé sin aliento. La última vez que había tenido una caída de cualquier tipo fue a los diez años y en el segundo día sobre mis zapatos de ballet. Me puse furiosa cuando la caída detuvo mi práctica corta. Y estaba más enojada con Becky Sanderson, quien había estado presumiendo que era una apuesta segura para Julliard, desde que estábamos en la escuela primaria, y había tenido un asiento de primera fila. Estaba como loca porque tendría un moretón del tamaño del Cabo Cod (Península en el extremo oriental del estado de Massachusetts, al noreste de Estados Unidos) en mi trasero hasta las vacaciones de invierno, porque había estado pensando en una persona especial en la que sin duda no debería haber estado pensando.

No sabía cómo ni por qué, pero Justin había desatado una granada en mi vida que estaba diezmando incluso en piezas más sagradas en un período menor a veinticuatro horas.

Quería maldecir al Creador por no completar el elenco femenino con un botón de suprimir para cuando se trataba de hombres, pero yo era demasiado supersticiosa. Estaba convencida de que la injuria a lo divino estaba seguida por un billete de ida al infierno. Y no al otro mundo, Satanás y el demonio vivían en el infierno. El infierno en la tierra.

Seamos realistas, yo ya estaba tan cerca que tenía que comportarme de la mejor manera cada segundo del día.

Conduciendo por el camino de entrada, me golpeé la cabeza sobre el volante, tratando de pensar en una ecuación viable para viajar en el tiempo, de manera que pudiera pasar mi vida rápidamente por un año.

Debido a que los perros son las criaturas más sensibles en esta tierra, una lengua caliente y húmeda se deslizó por mi mejilla.

—¿Por qué no puedes ser un adolescente, Rambo? —le pregunté, rascándole detrás de sus oídos.

Un ladrido y una sonrisa de perro fue su respuesta. Mi más reciente proyecto favorito, nunca mejor dicho, se ganó su nombre la noche anterior en lo de Darcy. Al parecer, un maratón de Rambo se transmitió toda la noche y cuando el señor Darcy había intentado apagar el televisor, el cachorro había se lo había impedido, así que lo dejó encendido y, al amanecer, el perro, previsto para la eutanasia el mismo día que lo adopté, tenía un nuevo nombre.

—Muy bien, chico —le dije, frunciendo el ceño ante la casa de la playa—. Vamos a terminar con esto. —Atrapando las veinte libras de Rambo, fui directo a la caseta de perro como si fuera un territorio seguro. Como si demostrando que podía contenerlo, yo podría quedármelo.

—Aquí está tu nueva casa, Rambo —susurré mientras lo depositaba en el interior—. Sé un buen chico y no caves, ladres, o rasgues tu casa de perro en pedazos, ¿de acuerdo?

Comenzó la inspección de la perrera de inmediato, gruñendo en las esquinas donde supuse un cierto conjunto de manos habían pasado mucho tiempo fijando las tuercas y los pernos juntos.

—No eres un gran fan de Justin, ¿verdad? —le dije, de rodillas fuera de la puerta de la caseta—. ¿Por qué es eso?

—Probablemente porque los perros tienen una gran intuición.

Me sorprendí tanto por la voz detrás de mí, y su proximidad a mi cuello, que me tambaleé hacia atrás, cayendo sobre mi trasero. Para un gran total de dos veces ese día. A este ritmo, iba a convertirme en la primera tonta torpe.

—Maldita sea, Justin —le dije mientras Rambo rompía en otro ataque—. Existen estas grandes palabras de una sílaba que hacen referencia a saludos, y que se inventaron para una que una persona —hice un gesto hacia él— pueda avisar a otra antes de que…

—¿Caiga sobre su trasero? —terminó, ofreciéndome esa misma sonrisa que había sido mi perdición ayer y, según mi instinto torsión estaba demostrando, también hoy.

CrashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora