capitulo 30

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Sawyer y yo fuimos juntos al Sadie Hawkins. Estábamos todavía juntos en noviembre y empujando y trotando a doce minutos la millas en diciembre. Para los estándares de Sawyer, estaba bastante segura de que estaba listo para correr, tal vez incluso llegar hasta el final, pero yo no estaba ni cerca de eso.

Sawyer no sería mi primero, pero yo también sabía que no quería que él fuera mi último, y entonces, ¿cuál era el punto? No llegué a la cama con un chico sólo porque habíamos llegado a esa etapa en nuestra relación. Tenía que sentir; Tenía que ser capaz de verme a mí con él, meses o quizás incluso años más adelante.

Yo podría ser novia de Sawyer, pero me imaginaba la cara de alguien más cuando él me sujetaba contra un sofá. Veía otra cara cuando lo miraba en clases. Justin saltó clase unos días después de nuestra explosión en el estacionamiento, luego apareció una noche en un partido de fútbol y no se había perdido un día desde entonces.

Lo vi todos los días en los pasillos y un par de veces alrededor de la ciudad, pero él no me veía. Él no había escatimado una mirada en mi camino desde ese día, y yo nunca había sabido que ese tipo de rechazo podría lastimar de la manera en que lo hacía. Me recordé a mí misma cada mañana sobre lo que él mintió y había fallado en mencionar, y cada noche terminaba pensando en la forma en que sus ojos se aligeraban justo antes de que me besara.

Justin Bieber se instaló en mi alma y no podía encontrar una manera de desalojarle.

La canción en la radio llegó a su fin, esa maldita canción que los DJ’s repetían a propósito porque alguien en la estación sabía que me hacía toda nostálgica y anhelante por Justin cuando la tocaban.

—Te voy a arreglar—dije, bajando la mirada para golpear la radio.

En el espacio de una mirada desviada, un trozo de madera reboto fuera en la parte de atrás de algún camión destartalado, aterrizando en mi carril. Sin nada de tiempo para reaccionar, el Mazda se estrelló con el trozo de madera, y casi de inmediato lo sentí.

—Mierda, —maldecí, incapaz de comprender cómo una astilla de madera de la longitud de un brazo podría derribar una pieza de dos toneladas de metal en movimiento. La naturaleza estaba luchando contra la industria, un neumático a la vez.

Y luego un familiar sonido de caía de caucho contra metal hizo eco a través de la cabina.

—Doble mierda,—dije, sabiendo que tenía un repuesto en la parte de atrás, pero eso era todo lo que sabía acerca de cómo cambiar un neumático. Por eso Dios inventó el hombre—para que las mujeres no tuvieran que conseguir grasa bajo su manicura.

Entrando en un arcén, escudriñe de arriba y a abajo la carretera, buscando algún tipo de tienda para autos o cualquier cosa. Alguien debe haber estado sonriendo hacia mí porque ni siquiera a cincuenta pies de distancia había un cartel en el que decía Reparación Auto Premier delante de un edificio pintado de azul y gris con tres plazas abiertas.

—Muchas Gracias. —ofrecí a quien estuviera escuchando.

Forzando el Mazda hacia adelante, encogiéndome mientras el flop-flop-flopping se hacía más fuerte. Realmente esperaba que mi rueda entera no fuera a salir volando, pero si lo hacía, al menos los profesionales estaban cerca.

Un hombre de unos veintitantos años, luciendo una camisa de bolo, salió de una de las plazas.

La mayor parte de su rostro estaba cubierto de grasa. Agitando su mano, me hizo señas, apuntando a la primera plaza vacía.

Un taller de auto cerca y un empleado muy útil. Acababa de recibir una llamada desde la red de milagros.

Una vez el Mazda estuvo dentro, salí, con ganas de inspeccionar los daños.

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