capitulo 5

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Después de suplicar a los Darcy, a quienes solía hacer de niñera para cruzar el lago, para que cuidaran al cachorro una noche mientras planeaba que hacer con él, el mensaje de mi intestino tomó finalmente raíz y se extendió todo el camino hacia el descuido, liberando pedazos de espíritu de mi conciencia.

Justin Bieber no sólo era un problema, era un problema con una guarnición de peligro y un postre de angustia. No hablaba la jerga de los estereotipos, pero sabía que los caminos por los que íbamos nunca se cruzarían a menos que uno de nosotros se perdiera a sí mismo a unirse al otro.

Había trabajado duramente durante mucho tiempo como para permitir que el mío acabara en un callejón sin salida.

Incluso mientras me desviaba del Sunrise Drive para rebotar en el camino de tierra de nuestra una vez segunda casa y presente vivienda principal exclusiva, las razonas por las que debería eliminar de mi mente a Jude continuaron apilándose en una montaña que era incapaz de escalar. Sabía por qué no debería tener nada que ver con él y todo tenía sentido, pero lo que carecía de sentido me importaba un bledo. Algo estaba luchando, diciéndole a mis intestinos que tomara una caminata. Algo quería a Justin Bieber en mi vida, sin importar las consecuencias o el resultado.

Y lo que sea que fuese eso, me gustaba.

Aparqué mi pequeña máquina Mazda fuera del garaje, ya que estaba lleno hasta los topes con cajas y muebles de nuestra antigua casa la cual era cuatro veces más grande. En un momento, nunca nos preocupamos por el dinero, pero después de que el imperio de papá se derrumbara, los ahorros se secaron y cosas como segundas casas y vacaciones Europeas se convirtieron en lujos del pasado. El trabajo de mamá como arquitecto pagaba lo suficiente como para mantener a una familia de tres personas con vida, pero no una próspera. Incluso teníamos todavía todo el dinero que una vez tuvimos, vivo, pero la no prosperidad continuaba describiendo a la unidad familiar Larson. No habíamos prosperado en cinco años.

Deslizando mi cobertor por encima del traje de baño para no tener que escuchar la siempre previsible y tan creativa conferencia de desaprobación de mi madre sobre regalar la leche antes de que alguien comprara la vaca, corrí por las desvencijadas escaleras de nuestro porche delantero.

—Hola, papá —dije mientras empujaba la puerta de tela metálica para abrirla. Después de cinco años, dejé de mirar por encima del desgastado sillón azul para comprobar que estaba allí, fascinado por la televisión o un crucigrama. Siempre estaba allí si eran antes de las 7p.m. Después de las siete, se transformaba en chef gourmet improvisando con la cocina Francesa con tal instinto que nunca hubieses imaginado que era noruego.

—Hola, mi ____ en el cielo (¿Recuerdan que el nombre original es Lucy? La canción de los Beatles dice Lucy en el cielo sfjhsdf asi que el papá la llama así siempre). —Era su esperada respuesta, como lo había sido durante años. Mi padre no era nada sino un fan de los Beatles, y su segundo hijo fue nombrado por su canción favorita de todos los tiempos, para mortificación de mi madre. Ella era, si había tal cosa, una anti-Beatle. No sé cómo consiguió que no uno, sino dos niños llevaran el nombre de una banda que creó una generación, en palabras de mi padre, pero había un montón de cosas que no tenían sentido cuando se trataba de la relación de mis padres.

—¿Cómo fue tu día? —pregunté, sólo por costumbre. Los días de papá eran todos lo mismo. La única variación era el color de la camiseta que llevaba y el tipo de salsa que preparaba con la cena.

Acababa de abrir la boca cuando las primeras notas de la melodía Jeopardy sonaron y, como un reloj, estaba fuera de su asiento y dando zancadas hacia la cocina como si le fuera a declarar la guerra. —La cena estará lista en treinta minutos —anunció, apretando el delantal ceremoniosamente.

—Vale —dije, preguntándome por qué, después de todo este tiempo, seguía lamentándome por lo que mi padre y yo habíamos sido—. Voy a ducharme y bajaré a poner la mesa. —Me lancé hacia las escaleras en el momento en que oí el click clack de los tacones golpeando la grava, pero era demasiado tarde.

—____—La puerta metálica delantera chirrió abierta, dejando entrar un ineludible frente frío también conocido como mi madre—. ¿A dónde vas corriendo?

—Al circo. —Fue mi respuesta.

La reina del hielo polar fue más al sur (Se volvió más fría.) —A juzgar por la forma en la que vas vestida, o apenas, y dada tu caída en picado del GPA en los últimos años, yo diría que una carrera como trapecista no es tan descabellado. 

Sus palabras ya no dolían tanto, no más que una herida superficial. —Es bueno saber que estoy a la altura de tus expectativas —disparé de vuelta—. Me aseguraré de enviarte una postal cuando golpeé los grandes momentos con el Cirque Du Soleil.

Siempre partidaria de tener la última palabra, me di la vuelta y volé escaleras arriba antes de que realmente acabáramos. No obstante, sólo retrasaba lo inevitable. Volveríamos justo dónde lo dejamos en treinta minutos cuando papá hiciera sonar el cencerro. La cena sería interesante.

Cerrando de un portazo la puerta, me apoyé en ella, obligándome a tomar profundas respiraciones. En realidad nunca me calmaban como se suponía que hacían, pero me empujaban lo suficiente desde el saliente para poder continuar con la siguiente cosa en la vida, por suerte algo que no envolviera a mamá. Soy muy consciente de que la mayoría de las chicas adolescentes creen que sus madres las odian y viven para arruinar sus vidas.

Lo que pasa con mi madre es que realmente lo hace. Me odia, eso es, y desea que mi vida algún día sea arruinada como yo le arruiné la suya. No siempre fue así, la definición de seca, revienta-pelotas, desprecia-hijas, mujer de carrera. De hecho, el día en que mi padre comenzó a encerrarse con algunos problemas serios, perdí a la mujer que solía dejar notas en las servilletas de mi fiambrera firmadas con corazón, mamá.

Esa persona nunca volvería, pero me seguía encontrando a mi misma deseándolo cada vez que deslizaba mi bandeja a través de la fila del almuerzo y agarraba un puñado de servilletas.

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