Perdida y encontrada

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Capitulo 11
La voz de la silueta, me era muy familiar, pero no era la voz de Jessica,
- ¿Julián? ¿Está todo bien?
La voz era dulce y amigable, su rostro se revelaba lentamente, con más claridad,
Era una mujer joven, de unos veintiun años, con el cabello castaño y lacio, sus ojos eran verdes y su boca era pequeña, vestía una blusa blanca y unos shorts de mezclilla.
- ¿Q... Quién eres?
- ¿Realmente no sabes quién soy?
Preguntó la misteriosa mujer con un tono dulce, tomándome de las manos.
Negué rápidamente con la cabeza, estaba seguro que ella no era Jessica, pero su voz comenzaba a ser familiar, pero no recuerdo haberla visto nunca.
- ¿Tu familia jamás te lo dijo?
- ¿Qué cosa? ¡Deja de confundirme y sé directa!
Le dije confundido y un poco molesto.
- Julián, soy tu hermana.
- ¿¡Qué!?- Esto no podía ser posible, yo no tenía... - Disculpa, creo que te confundes, yo no tengo hermanos.
Dije confundido, rascándome la nuca.
- Ay tontito, claro que tienes, bueno más bien, tenías, soy tu hermana melliza.
No podía creer lo que escuchaba. ¿Una melliza? ¿Por qué nunca la conocí?
- Pero ¿cómo haz llegado aquí?
- Verás, cuando nací, Ana, nuestra madre me sostuvo en sus brazos primero, antes que a tí, me miró con una hermosa sonrisa y pronunció una palabra, " Tamara" y después de haber sido nombrada, siemplemente morí, pero la fortuna te seleccionó a tí para vivir.- Me miró con una cálida sonrisa y continúo.- De hecho, tú y yo nos conocíamos desde tu infancia. ¿O ya no recuerdas a tu amiga imaginaria?
Mis ojos se abrieron de par en par.
- ¿Sílvia?
Mi voz se quebró por un momento, miles de recuerdos llegaron a mi mente.
- Así es, Silvia Tamara, o Tamara a secas, según mamá.
Su actitud era la de una niña pequeña, jugueteaba con su cabello, mientras sonreía.
La abracé al instante, rompiendo en llanto.
- No sabes cómo te necesité estos años.
Dije llorando sobre su hombro.
No lo decía por el hecho de ser mi hermana, sino mi amiga imaginaria que está conmigo desde que mi padre me abandonó la he tenido, fue justamente cuando celebraba mi quinto cumpleaños cuando desapareció de la nada. Pero cuando mi madre fue asesinada, a mis quince años, Silvia o más bien " Tamara" salió de mi vida. Ya no podía hablar con ella o sentirla cómo cuando era niño. Pero en ocasiones su voz se me presentaba en sueños.
Tamara me separó de ella después de unos segundos, y me dijo con una sonrisa y una voz tan tranquilizante, que olvidé por completo en donde estaba y mi situación actual.
- Ahora estamos juntos, y debemos llegar a la ciudad de la paz.
- ¿Dónde?
A la ciudad de la paz, allí se encuentra el ser supremo del universo. Dicen que quien pueda llegar con él, este puede conceder un deseo, sin condición alguna, nadie a llegado con él, según Hades...-
- Un segundo. - Interrumpí - ¿Conoces a Hades?
- Claro, el es como un padre para mí, él me llevó a su casa y me crío.
Él es el segundo al mando en el mundo de los muertos, el primero es el ser supremo y el tercero es Caronte.
- ¿Porqué nadie ha llegado hacia el ser supremo?
- Las almas encuentran paz en otros sitios y se asientan en los diferentes puntos del mundo de los muertos, pero no es la paz plena y total. Muchos lo intentan y son pocos los que llegan a la recta final, pero nadie ha logrado llegar a la ciudad. Además dicen que...
Tamara se quedó viendo a la nada con los ojos abiertos, cómo si el mundo hubiera quedado totalmente en pausa.
- ¿Hola hermanita?
Pregunté confundido, aguitandola un poco.
Tamara volvió en sí, con una sonrisa inocente, con la actitud de una niña de cinco años, en vez de la de una joven de veinte, cómo sería nuestras edades, en caso de que realmente sea mi hermana, pero todo indicaba que en efecto, era de mi sangre.
- Ven, alguien quiere volver a verte.
Dijo sonriente jalandome de la mano.
Seguí sus apresurados pasos lo más rápido que pude intentando no caerme. Su jaloneo era como el más fuerte vendaval que me conducía a lo desconocido. Hasta detenerse en seco.
Una figura femenina se encontraba frente a nosotros, sólo podía ver la espalda de la mujer, era más alta que ella pero, no se veía ni niña ni anciana era justamente una adulta, de treinta y cinco o cuarenta años, más o menos. Su cabello, largo y lacio, totalmente oscuro, un vestido blanco, con los pies descalzos posados en el más verde césped, la mujer empezó a voltear hasta que nuestra mirada se conectó. Mis ojos se empezaba a hinchar en lágrimas, mis piernas no pudieron sostener mi peso y caí de rodillas ante ella, traté de acariciar su piel, pero no tenía fuerza, sentía una debilidad tal que ni siquiera podía acariciar su vestido.
-Levántate mi pequeño.
Dijo Ana, mi madre, ayudándome a incorporarme.
- Mamá ¿Eres tú en verdad? ¿Qué sucedió esa noche? ¿Quién te mató?
¿Papá está aquí?
Ana sólo se me quedaba viendo con una sonrisa y asintiendo hasta que finalmente habló.
Recuerda que nunca te abandoné.
Dijo mientras empezaba a desvanecerse, intenté hablar con ella, y empecé a hacer más preguntás tartamudeando antes de que se fuera por completo.
- ¿¡ Por qué Julián!? ¡¿ Así se llama mi padre?! ¡¿Has visto a Jessica?!
¿¡Cómo llego a la ciudad de la paz!?
Y la única respuesta que obtuve de su parte fué.
- Sigue a tu corazón.
Mi madre posó sus dedos apenas rodaron mi pecho.
Un extraño latido empezó a surgir dentro de mí.
En medio de mi pecho que ya le faltaba bastante carne se veía una radiante luz naranja que se encendía y apagaba rítmicamente.
Entonces supe que mi viaje apenas había comenzado.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2021 ⏰

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