II

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Lana

Como todos los años, nada agradable de mencionar y sin sentido, todas aquellas personas de 16 años es enfrentan a una serie de pruebas para ver si tienen o no poderes. Al parecer hay gente que si, que tiene, pero yo creo que todo es un cuento chino para quitarse de en medio a ciertas personas que no les interesan que sigan vivos. Quizá porque vean un peligro, quizá porque demuestran que son más capaces de hacer más cosas de las que se supone que se verían bien. Realmente ninguno lo sabemos.
Este año tenía 16. Este año participaba. No se si tenía ganas se participar o ni siquiera. Lo que si sabía era que necesitaba un cambio, algo que me cambiase de entorno. Mientras observo desde la altura el suelo y las personas pasar, se abre la puerta, y mi padre entra formando un ruido insoportable al oido humano. No me hace falta girarme para saber que es él. La forma de cerrar la puerta lo dice todo. Cada paso que da se oye en la madera hueca, tan hueca como una nuez sin fruto. Al rato los muelles del sofá rechinan.
-Buenas noticias -dice para que me enteré yo, que estaba en el patio delantero; y mi madre, que estaba arriba organizandolo todo-. Lana no va a tener que presentase a las pruebas. He conseguido que no le haga falta.
Lo dice con un tono alegre.
-Ya no tendrá que participar más en esos juegos para paletos y pobres...
Veo de reojo como se acomoda en el sofá.
-Pues tu bien que los ves cada año -comento-.
-Como te atreves a hablarle así a quien te ha salvado de una muerte segura -dice mosqueado-.
-¿Una muerte segura? -comento incrédula- Soy capaz de valerme por mi misma. ¿Quién dice que no pueda sobrevivir?
Odiaba cuando mi padre me infravaloraba. Mi padre y todos aquellos que nos rodeaban, por el simple hecho de ser hija suya. ¿Se supone que debía ser débil?¿O no valerme por mi misma?¿Que tenía que estar bajo la tutela de otra persona?¿O es que necesitaban ponerme un guardaespaldas personal? Odiaba eso.
Sin decir palabra, subo las escaleras tomándome la suficiente libertad para dejar que la escalera tiemble, como si fuese un gigante que a su paso destruye ciudades, pueblos y todo aquello que pille. Se que mi padre me está hablando, pero no le hago caso. Estoy tan absorta en mis propios pensamientos que no soy capaz de entender absolutamente nada.
Llegó hasta mi habitación. Directamente, me voy al balcón. Abro la puerta y llegó hasta el borde. Allí, libre de toda culpa, fuera de todo ser, con todo el tiempo del mundo, cada segundo y cada minuto que pasa son oportunidades para ser yo, sin que nadie me diga que, como y cuando hacer las cosas.
Inspiro. Atrapó todo el aire que puedo y lo guardo. Cojo aliento y en cuanto consideró oportuno y grito, grito todo lo que puedo. Alto y largo.
Libero todos mis demonios, todas mis cargas. Siento como poco a poco mi cuerpo se vuelve más ligero. Soy una pluma, una pluma que vuela libre por el cielo, que se deja llevar mecida por el viento.
Pero no. No era así. A lo lejos las afiladas puntas del Castillo emergian de la nada. Unas puntas tan afiladas como la jaula en la que mi pluma estaba encerrada, y en la que debía permanecer tan parada, tan estática, que como a moviese algo, acabaría clava en alguno de esos filos.
Miles de filamentos volarian, filamentos que representan cada trozo de libertad que ha sido destruido.

Saga Despertar: AuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora