Lana
¿Qué es realmente la muerte más que un viaje al más allá?
Cuando alguien expira, cuando por última vez espira, por última vez ve el cielo, las paredes o las personas a las que mas quiere, y sabes que no va a volver, que nada de lo ocurrido se repetirá. Sólo quedarán recuerdos, como viejas fotos de preescolar en las que con un simple juguete bastaba para estar feliz, y no había más que interviniera en tus caprichos o necesidades (no basicas).¿Sabes esa sensación de estar ahogandote y no poder evitarlo?¿Quizá nervios o... estrés? A veves incluso miedo. Cuando sabemos que van a pasar cosas que no queremos, o estamos esperando eternamente a que llegue algo que no queremos que llegue, esos nervios se comen cada trozo de tu cerebro al ritmo al que tus dientes rompen cada uña. De ese modo, se extiende, y llega al resto del cuerpo, llegando así a las vías respiratorias y estas tan agitado que no puedes hacer nada.
Realmente no se si eso a verdad, sólo son hipótesis o teorías que yo misma formulo cuando no tengo nada mejor que hacer. Me gustaría comprobarlas algún dia, pero no se si sería posible.Bajo a cenar en cuanto oigo que me llaman a gritos. Perdí tanto la noción del tiempo que ni me di cuenta de que había anochecido. Dando unos pasos de gigante, y dejándome caer en cada escalón, bajo dándome a notar y oigo a mi padre refunfuñar. Como siempre. Cuando entro en la cocina, me esperan unas bandejas enormes, llenas a rebosar de comida. Algunas hasta sobredecoradas. Para ser sólo 4 personas era demasiado, mi hermana tenía demasiado poco cuerpo para comer un cuarto de un cuarto de aquello; mi padre nunca comía más de plato y medio, y en comparación con aquello, el plato y medio no era más que otro cuarto de aquello; y tanto mi madre como yo, que no llegábamos a comer ni la mitad que mi padre.
-¿Para que queremos tanta comida? -pregunto desde la puerta-. Si siempre sobra casi todo.
Nadie comenta nada. Sólo se callan. Mi madre mira hacia el suelo, mi hermana me mira con los ojos tan abiertos que parecen los objetivos de una cámara, y mientras, mi padre sigue comiendo.
-Podríamos decirle a la cocina que...
-Callate y siéntate, ¿quieres? -me interrumpe mi padre-.
A mala gana, voy a la mesa y me siento. Hay un plato con un gran bol de ensalada en frente mia.
-He pensado que... -comienzo a decir-
-Callate -vuelve a interrumpirme mi padre-. No arruines la cena.
-¡Lars! -grita mi madre, reprochandole-.
-No, esta bien mamá -digo-. Será mejor que me vaya antes de que os arruine también los sueños.
Me levanto de la mesa y me voy arriba, esta vez son hacer el menor ruido. Llego a mi habitación, entro y cierro la puerta con pestillo y me voy directamente al armario, donde dejé escondida la capa antes de bajar al comedor. La cojo y la pongo sobre la cama. Esperar a que se duerman todos sería una buena opción, así no me pillarian. O simplemente, mientras cenan, podría bajar. El ruido de los platos y las conversaciones taparon cualquier señal de que estuviese allí, merodeando por el salón y la puerta.
Tras un rato pensando, me asomó al balcón para echar un último vistazo a la ciudad. Una ciudad cuyas casas parecían luciérnagas, pequeñas luces que brillaban y bailaban unas con otras. Cierro la puerta con cuidado. Miro mi ropa. Quizá un vestido no fuese lo adecuado para llevar, aunque me ayudaría a disimular por si me encuentra alguien. Podría decir que como mis padres no me dejaban ir a fiestas, me escapé para ir a una. Decido ponerme debajo del vestido unas mayas de cuero que tenía, que me compró mi madre hará dos meses. También como uno de los vestidos que tenía y lo corté a la altura del ombligo, mas o menos. No lo sabia exactamente, pues lo hice a ojo. Además, como por las noches hacía frío, me venía bien. Me pongo unas zapatillas cerradas, que me sujetan bien el pie.
Aún estarían cenando. A sí que bajo con cuidado de no hacer ruido y abro la puerta.
-¿Donde va? -oigo unq voz detrás de mi cuando alcanzó la puerta-.
Me giro. Una de las cocineras que contrató mi padre está allí, con los platos en la mano. Ya estaban acabando de cenar.
-Me voy... me voy de fiesta -contesto-. Por favor, no se lo digas a nadie.
Su mirada no parece convincente. ¿Me fío de ella o no?
-Esta bien. Paselo bien -me responde mientras asiente con la cabeza y dobla el tronco, despidiéndose-.
Abro la puerta con cuidado. Inevitablemente hace ruido, y oigo como a la cocinera se le caen unos platos, a vez que cierro. Se porque lo ha hecho, para ayudarme. Enseguida se oye a mi padre gritar.
-Gracias -digo en voz baja, esperando que supiese que se lo agradecí-
Después de unos segundos escuchando los insultos de mi padre, comienzo a bajar escaleras. Me daba igual que fuesen 10.000 escaleras. Iba a bajarlas si o si. Aunque tardará 10 minutos.
Acabo bajando hasta el vestíbulo, donde el portero me observa curiosamente a la par que avanzo. Pareceré algún tipo de bandido o similar. Pretende pararme, pero sigo avanzando. Llego a la puerta y salgo.
Me muevo por las calles, me las se como cada línea de mi palma de la mano. La gente, cuya vestimenta es cada vez más extrovertida, me mira curiosa cuando paso con la capucha. Algunos cuchichean, otros se quedan mirandome a mi paso, y otros simplemente me ignoran. Camino hacia las zonas pobres, hacia donde el sol muere, en el lugar en el cual mi padre nunca miraría, ni mi madre ni nadie conocido.
Desde la lejanía me parece escuchar el grito de mi padre, que llama mi nombre, puede que sea real o no, no estoy segura de ello.
Finalmente llegó al comienzo de la zona pobre, se nota por el cuidado y porque en seguida se ve gente durmiendo en el suelo, en cajas, o bancos destartalados. Camino entre la oscuridad, aventurarnos en un océano de novedades que me inquietan. Novedades que pasan por mi al rededor como tiburones en busca de su presa, esperando también a su presa. Uno de ellos es mi cazador, y yo su víctima, una de esas novedades va tras mi, esperando a que me adentre en sus cauces para disfrutar del manjar que se le presenta.
Llego una zona algo mejor cuidada, aunque según dicen de las más pobres. Oigo pasos, y teniendo que sea algún hombre de mi padre, me escondo entre los arbustos. Camino entre ellos, dejando que partes de la capa se queden pegadas a las ramas más crecidas. En cierto momento me araño la cara.
Lejos, aunque no mucho, alguien enciende una luz, aunque muy tenue. Me está buscando, quizá hice demasiado ruido. Pregunta, no contesto. Veo la oportunidad de escapar un instante, y salgo corriendo, pero segundos más tarde esa persona se avalanza sobre mi, caigo torpemente al suelo y el desconocido me impide moverme. Me quita la capucha. Ella me ve, yo la veo a ella. Me retuerzo pero no consigo librarme de ella.