XII

38 2 0
                                    

Seun


Me abalanzo sobre el conductor, pillándolo totalmente desprevenido. En esos segundos de desconcierto me apodero del volante y le doy un codazo en la cara. Giro el volante y dirijo la camioneta a un puñado de árboles que hay junto a la carretera. El hombre me empuja con fuerza, intentando deshacerse de mi, y me atesta un puñetazo en la barriga que me deja sin aire. Me arden los pulmones y me cuesta respirar. Él intenta coger su pistola atada al cinturón, pero de un manotazo se la arrebato y se cuela entre los asientos delanteros. Como si se tratara de un vídeo a cámara lenta, veo como nos acercamos cada vez más a un árbol con un tronco muy grueso. Le doy una patada al manillar de la puerta y esta se abre con brusquedad, lanzándome al exterior. Ruedo lateralmente por el césped, sintiendo un dolor punzante en el hombro con el que he aterrizado. Me protejo la cara y el cuello con los antebrazos y me hago una bola. Un gran estruendo me perfora los oídos, seguido de un grito ahogado. Pequeñas manchas blancas me tiñen la vista. El dolor que atraviesa mi cuerpo impide que pueda moverme. La cabeza me da vueltas y vueltas, aunque estoy seguro que ya he dejado de rodar. Siento unos brazos agarrándome y más dolor. Entonces, todo se vuelve negro y pierdo el conocimiento.

***

-¡UNA VERGÜENZA! ¡ESO ES LO QUE SOIS! ¡UNA VERGÜENZA PARA EL PAÍS!

Me retumba la cabeza. Unas voces gritan y se insultan, mientras que otra, más calmada, intenta tranquilizarlos. Pero al cabo de unos segundos, me doy cuenta de que esta última tiene un tono amenazante que para nada inspira calma.

-Bajad la voz si no queréis que nadie se entere de esto. Ya ha levantado demasiadas sospechas la camioneta abollada con y el hombre vestido con un uniforme real muerto. -Siento como le recorre un escalofrío. No me había dado cuenta que me tenía cogido de la mano.

No logro comprender el resto de la conversación. Mis pensamientos viajan al lugar del accidente, intentando recordar con todo detalle lo ocurrido. ¿Por qué me había tirado del camión? ¿Había visto algo que me hiciera pensar que estaba en peligro? Cuanto más intento imaginarlo, más fuerte se vuelve mi dolor de cabeza.

Abro los ojos y una luz blanca me ciega por completo. Poco a poco, voy recuperando la vista, pero no logro distinguir las manchas se pasean por la habitación. Entonces cesa el ruido.

-¿Cariño? ¿Puedes oírme? -mi madre me agita la mano suavemente mientras una calma inquietante recorre la habitación.

-¿Qué... qué ha pasado? -intento sentarme, pero mi brazo izquierdo aulla de dolor. Lo tengo escayolado. Unas vendas tirantes envuelven mi hombro.

-Tranquilo -dice mi padre.- No debes moverte.

-Tuvisteis bastante suerte -un hombre vestido de blanco, delgaducho y con el pelo canoso, se encuentra junto a mi padre. A su lado, hay dos guardas que me contemplan con lástima.- No se cómo os caísteis del caballo, pero tuvo que ser en un lugar blando. -está claro que esta es la historia que ha debido inventarse mi padre con tal de ocultar la verdad. El hijo del rey, con el brazo escayolado por caerse del caballo. Podría haberse inventado algo menos patético.- Solo tenéis que estar tres semanas con la escayola. -intenta darle un tono más alegre a esta ultima frase, pero eso no quita el chasco que me llevo al oírlo. ¿Tres semanas? ¿Y qué se supone que voy a hacer con esto todo ese tiempo? ¿Como mierda voy a entrenar?

-Voy a llamar para que te traigan algo de comer, descansa -mi madre deposita un beso en mi frente.

-Lo siento chico -mi padre me da una palmadita en el hombro derecho, el bueno, junto con una mirada de disculpa. Entonces, mientras el resto de gente presente en la habitación, se inclina y susurra.- Has sido muy valiente.

Pasados unos minutos, una doncella entra con una bandeja que desprende un olor a sopa. La deja con cuidado en la mesita que tengo a mi lado. Unos ojos color miel me observan con curiosidad.

-Oh, vaya. -coge una cucharada de la sopa humeante.- Debisteis daros un buen golpe. -casi puedo ver una sonrisa medio esbozada en sus labios. Gracias padre.

Me siento en dirección a la mesita, no sin una mueca de dolor.

-Puedo comer yo solito. -cojo la cuchara y me trago la sopa. Baja ardiendo por mi garganta y me tomo rápidamente el vaso de agua fría que hay junto al plato.

-Sopladle. Está muy caliente.

-No me digas -pongo los ojos en blanco y se empieza a reír. Me siento como un niño pequeño.

-Perdonadme Alteza -suelta con una risita.

-¿Tienes que quedarte aquí, a ver como como? -digo con demasiada dureza.

-Si, -agacha la cabeza- lo siento Alteza. Son Órdenes directas del Rey. No me puedo ir hasta que te lo hayas acabado todo...

Resoplo.

El resto del tiempo transcurre en un incómodo silencio. Alice me observa, inquieta, mientras me tomo la sopa. Cuando la miro, desvía sus ojos miel a cualquier otro lado que no sea yo. Todo rastro de su risa había desaparecido, y ahora la inunda un nerviosismo contagioso. Ninguno de los dos dice nada. Ella toquetea un mechón ondulado que se había salido del moño.

-Deberías dejarte el pelo suelto. -le coloco el mechón detrás de la oreja.- Tu cabello es muy bonito para llevarlo siempre recogido.

Alice se aparta bruscamente de mi y se pone en pie. Esta vez soy yo el que se sonroja y aparta la vista. Ella coge la bandeja y se dirige a la puerta. Mira que eres estúpido, Seun. Para qué mierda dices eso.

Pero otra parte de mi siente algo revolviéndose en el estómago.

-Alice, yo... -Intento articular palabra, pero de mis labios no sale ninguna palabra, solo balbuceos intangibles.

-Perdonadme Alteza, debería dejaros a solas -responde casi en un murmullo.



Saga Despertar: AuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora