Gotas de sudor caen por mi frente mientras intento recuperar el aliento. El entrenamiento de hoy había sido bastante intenso, de eso no cabía duda. Al final de éste, Blake, mi instructor, había preguntado por mi repentina mejora con la espada, al igual que otros habían hecho sobre mi cambio en lo referente a los modales y trato con el resto de la Corte. Pero parecía que ninguno se fijaba en las ojeras que bordeaban mis verdes ojos, ni en el hilo de granos que cubría parte de mi pálida barbilla. Y, por supuesto, ninguno mencionó nada al respecto de la presión a la que mi padre me tenía expuesto en estas últimas semanas.
Mi padre, el Rey.
Cualquiera hubiera dado todo cuanto poseía por ser el hijo del Rey. Pero yo preferiría tener que enfrentarme a los juegos antes de ser lo que soy.
Los juegos. Una forma irónica de llamar a algo que había acabado con la vida de tantas personas. Madre me prohibía mencionarlos delante de padre. Cuando llegaba el día, nos sencillamente fingíamos que era un día como cualquier otro. Enviábamos a alguien de la Corte a supervisarlas. Mis padres se limitaban a firmar un montón de cartas, dirigidas a las familias de los jóvenes caídos en los juegos, sin hacer ningún comentario al respecto.
Abro la puerta de mi dormitorio y voy directo al baño.
-Voy a tomar una ducha -digo a mis doncellas. Estas simples palabras bastan para que dejen lo que quisiera que estaban haciendo y salgan de la habitación de inmediato. Sin preguntas, cómo debía ser. Cómo padre me había enseñado.
Abro el grifo y dejo que el agua caiga por mi pelo negro azabache mientras mis pensamientos deambulan en el entrenamiento. «Has mejorado. Por esta semana será suficiente» dice una vocecilla en algún rincón de mi cabeza. «No» otra la acalla «Nunca es suficiente».