Seun
Me despierto con el golpe de una puerta al abrirse. Una figura alta y robusta entra apresuradamente en mi habitación. Se mueve muy rápido por ella y sólo puedo ver una mancha negra yendo de un lado a otro. Estoy a punto de gritarle cuando enciende la luz, provocando que mi vista se nuble.
-¿Pero qué...? -digo mientras mis ojos se van acostumbrando a la luminosidad de la estancia.
-Alteza. -había un guarda real con una pistola en la mano. No deja de mirar a mi alrededor.- ¿Había alguien más en la habitación? -me cuesta unos segundos comprender que me está preguntando.
-Eh... no... -digo con un desconcierto aún mayor. Intento recordar que es lo que estaba pasando antes de que irrumpiera en mi cuarto.
El guarda me mira durante unos segundos (o minutos, los ojos me pesan tanto que lo único que quiero hacer es volver a dormir, a si que ese tiempo me parece eterno).
-Perdone, Alteza, oí voces y... pensé que alguien había entrado. -Creo que entre mi cara de muerto, y el hecho de que se me están cerrando los ojos, llega a la conclusión de que ahora no es el mejor momento para hacerme un interrogatorio.- Perdonadme, Alteza, enseguida me voy. Que descanse.
Y no es hasta que escucho los pasos del guarda alejarse por el pasillo cuando recuerdo el qué había pasado. Estaba soñando. Había estado hablando en sueños.
Hacía mucho tiempo que no soñaba con ese sueño.
Alex y yo nos encontrábamos corriendo entre un laberinto de setos, empujándonos cada vez que nuestros senderos se cruzaban. Una niña pequeña venía detrás nuestra. También había un perro que nos seguía, o algo parecido; cuanto más intento recordar cómo era, más borroso se vuelve el sueño. De repente, oímos el llanto de la niña. Alex volvió a socorrerla y la ayudó a levantarse. Tenía las rodillas llenas de sangre. La cogió a caballito y se alejaron por otro camino. El perro, que antes parecía juguetón y muy amistoso, ahora tenía fijada su pequeña mirada en mí. No sabía si era por la luz del atardecer en sus ojos, o porque los tenía realmente de ese color, pero aquellos ojos rojizos me intimidaban mucho. Un sentimiento de miedo y desesperación recorrió todo mi cuerpo. A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. Apenas podía distinguir algo en ese laberinto de plantas y sombras. La luz del sol me daba directamente en la cara, dificultando mi visión. Noté un dolor desgarrador atravesar mi pierna y, acto seguido, me di de bruces contra el suelo. Cerré los ojos e intenté quitarme de encima la bestia que me había tirado, pero no podía. Entonces, la ira y la desesperación me inundó por completo. Un golpe seco resonó a mi alrededor y abrí los ojos. El animal se encontraba tendido en el suelo a varios metros de mí. Sentía grandes punzadas de dolor en la pierna y no puede evitar que las lágrimas salieran de mis ojos. El perro había caído demasiado lejos de lo que yo hubiera sido capaz de empujarlo. Un charco de sangre empezó a rodearle. Seguí llorando hasta que dos figuras se acercaron a donde yo me encontraba. Una de ellas pegó un grito, mientras que la otra fue directa hacia donde estaba el cuerpo inerte del perro. Me empezaron a gritar cosas incoherentes, que no logré entender del todo. La figura más alta cogió a la que estaba junto al perro y se la llevó corriendo de allí. A partir de ahí, lo único que recuerdo es dolor. Y más dolor. Aunque era un dolor diferente, mucho más real y profundo de lo que cabe esperar en un sueño.
Una vez le pregunté a mi padre si yo de pequeño jugaba con alguien llamado Alex. El se encogió de hombros y dijo que estaba demasiado ocupado para acordarse de todos los niños con los que yo jugaba en la Corte. Le dije que tenía una hermana con un perro y su expresión cambió. Por un segundo vi el temor pasar ante sus ojos, pero hizo un gesto de desdén con la mano. Luego cambió de tema. Pero yo lo había visto. Había visto ese segundo en el que su mente había recordado algo. Y por eso pienso que, en el fondo, aquel sueño pudo haber ocurrido de verdad.
Y estaba seguro que mis padres harían todo lo posible para ocultarlo.