Ayla
Al final, medio corriendo, medio trotando por las calles, acabo volviendo a casa.
A la casa que podríamos perder.
Por mi culpa.
Mi padre parece preocupado cuando me ve llegar. Supongo que debe de ser normal. De hecho, ¿por qué me lo pregunto? Tampoco importa.
-¿Ayla?-me pregunta con expresión preocupada.-¿Cómo ha ido?
Me trago mis sollozos y mis lágrimas. Por no preocupar más a quien no tiene culpa de nada. Y por Ty. Tengo que ser fuerte. Por él.
-Bueno, si no obtengo la mejor puntuación, nos echan-le informo con la voz más animadamente tétrica que soy capaz de poner.-Sólo si soy la mejor te perdonan la deuda.
-¿Qué?-comienza a preguntar, tratando de asimilarlo.-No...no puede ser...
-Sí que puede ser-repongo.-Lo siento. No pude...-rompo a llorar a pesar de que me prometí no hacerlo delante de él y de Ty.-Todo es culpa mía.
-No, no, Ayla-comienza suavemente.-No es culpa tuya. ¿Sabes lo que habría dicho tu madre?
-¿El qué?
-Que eres capaz de conseguirlo. Sólo necesitas confiar.
-¿Confiar?-suelto una cruel risotada.-Imposible.
-Ayla, por favor. ¿Lo vas a intentar?
-¡Pues claro que lo voy a intentar!-exclamo, indignada. Quizás me esté pasando con él. Mi padre no tiene la culpa de esto. La tienen ellos. Los ricos. Siempre la tienen ellos. Si viera a uno de ellos ahora mismo...
No quieras saber lo que le haría.
Me siento como una niña pequeña. Mi padre me abraza mientras continúo llorando como una estúpida, rendida y sin saber qué hacer. Finalmente se va a la tiendecilla y me deja con Ty en la pequeña casa. Subo a mi habitación y pongo a todo volumen la música.
Ty llama a la puerta, así que apago la música y le dejo entrar. Se sienta en el borde de mi cama mientras patalea en el aire.
-Ayla-dice lentamente.-¿Vas a intentar ganar los Juegos?
-Ya te he dicho que no hay ganadores-vuelvo a repetirle.-Sólo supervivientes. Ni siquiera supervivientes.
-Ayla-dice con una voz seria para su edad, quizás incluso preocupada.-¿Para qué celebran los Juegos?
No sé exactamente qué responder a esa pregunta.
-Pues-comienzo lentamente, tratando de poner la voz que pongo siempre cuando le cuento una historia de alguno de sus cuentos infantiles, como si estuviera contándole una historia épica medieval.-Porque el Rey tiene miedo. Miedo de que la gente con poderes acabe con su gobierno de dictadura. Y entonces...celebran unos Juegos para matarlos a todos.
Ty pone una expresión horrorizada.
-¡Pero eso es una salvajada!-exclama.-¡Es inhumano!
-Los humanos somos los auténticos monstruos, Ty.
Nos quedamos por un instante contemplándonos. Ty tiene el cabello marrón, casi rubio oscuro, no especialmente largo pero sí muy voluminoso. Tiene unos grandes ojos anaranjados, del color de la miel, muy infantiles e inocentes. Es alto para su edad (11 años), y de complexión delgada. Siempre me ha parecido extraño lo increíblemente diferente que soy de mi familia, al menos físicamente hablando. Moralmente, ese es ya otro tema.
-Entonces no quiero ser un humano-replica mi hermanito.-¡Seré cualquier otra cosa, pero no un salvaje humano!
-No puedes ser ninguna otra cosa, tonto-le replico tratando de aguantarme la risa. Encima lo dice totalmente en serio y con auténtica confianza. Ni siquiera vacila.
-¿Crees de verdad poder ganar los Juegos para que no nos quiten nuestra casa los hombres malos?-aún continúa insistiendo en que tengo que ''ganar'', así que le permito pensar que hay ganadores y no lo corrijo más.
-La verdad, Ty, es que no tengo ni idea de si lo lograré o no, pero puedes estar seguro de que lo voy a intentar con todas mis fuerzas. No dejaré que los hombres malos nos quiten nuestra casa, ¿de acuerdo?
Asiente despacio.
-Ahora venga, ve y coge un poco de tarta, que aún queda del otro día.
Se va corriendo y dando saltitos alegremente en busca de su tarta. Cojo de nuevo el reproductor de música, y cuando tengo intención de encenderlo, compruebo que no funciona.
Abro la tapa de la cubierta. La placa base está frita.
No entiendo lo que le ha pasado, pero es el único reproductor que tengo y ya no podré volver a escuchar música hasta que gane los Juegos. «Si es que los ganas», susurra una horrible vocecilla en mi cabeza.
De repente doy un salto hacia atrás y me aparto las manos de la cara. ¿Qué mierda me pasa?
Por alguna razón, hay una especie de vetas azules cruzando mis manos de forma nerviosa e irregular.