Escena 1. El encuentro.

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María del Pino


Andrés la miraba fijamente, con los ojos llorosos y el alma en pena. Ella dormía plácidamente después de haber vi­vido una noche desenfrenada a su lado. Él maldecía una y otra vez su recaída. Había vuelto a abrirle su corazón y había vuelto a acostarse con ella. Sabía que esa relación era imposible. Y lo peor de todo: podía costarle la vida.

Brigitte era una chica fantástica. La conoció en un par­que. Él estaba acompañando a su amiga y compañera de trabajo, Mar, cuando la vio. No solía mirar así a una mujer. Sobre todo si iba acompañando a otra. Pensaba que era una falta de respeto. Pese a ello, no pudo evitar posar sus ojos sobre ella. Tenía andares dignos de una pasarela de Dioses y su larga melena pelirroja, ondulada y con terminaciones de caracola en las puntas, le hizo incluso dejar de escuchar a su amiga, la cual, al darse cuenta, se burló de Andrés y hasta le "permitió" pisar un excremento de perro.

–¡Joder, Mar! –la miró con mala cara–. ¿No me podías haber avisado? Perro asqueroso...

–¡Perro no! –le apuntó con el dedo.

Mar era una guapa defensora de los animales. So­bre todo, de los perros. Su mascota Rorro era su mejor amigo. El segundo puesto lo ocupaba Andrés.

–¡Dueño o dueña! El pobre perro tiene sus necesida­des y nosotros lo sacamos a la calle para que las haga, así que somos los que tenemos el deber de reco­gerlo y mantener limpia la ciudad. Además... –se cruzó de brazos con guasa– yo te avisé del mojón. Tú, en cambio, ibas taaaaaaaaaaaan distraído que casi pienso en pla­carte para que no lo hicieras –enfatizó el "casi".

–¿Y por qué no lo has hecho? –trataba de limpiarse en el césped–. ¡Vaya mierda!

–Sí, claaaro. Para pisarla yo. Perdona, cuando haya un maromo al que mirar así como tú la mirabas –la señaló comprando un algodón de azúcar en uno de los puestos ambulantes del parque–, entonces, déjame pi­sarla a mí. Te prometo que no me enfadaré.

Andrés ahí comprendió que esa mujer, además de hermosa, tenía buen corazón. Algodón en mano, caminó hacia un niño pobre que jugaba solo con una pelota pin­chada y se lo entregó. Este pequeño muchacho, sonrisa agradecida y timidez ante una dama tan hermosa, de unos treinta años y visualmente adinerada, terminó cogién­dolo y marchándose hacia su madre que se encon­traba tocando "El lago de los cisnes", de Tchaikovsky. La mujer se acercó y le soltó un pequeño sobre. Al ver la son­risa de la violinista callejera, comprendió que segura­mente esa no fuese la primera vez que hacía dicho gesto, dándole a entender así que era asidua a visitar el parque por el que tanto iba.

–Acércate y háblale –le animó Mar.

–No, por Dios. ¿No ves su ropa? No es una chica nor­mal.

–Lo es. Solo que tiene dinero. Lo mismo es empresa­ria. Imagino que tendrá mi edad –dedujo antes de golpearle con el codo en las costillas–. Lo mismo acabas casado con ella, se muere antes y te deja la herencia.

–Sí, vaya... Como si fueses una vieja.

–En dos días la treintena y mírame. Compuesta y sin novio. Contigo siempre. Sol y noche, en el trabajo... A todas horas. Estoy vieja. Además, chaval, cinco años de madurez en el cerebro de una mujer son diez en el de un hombre.

Justo en ese momento, un delincuente con pasamon­tañas que huía de la policía, se adentró en el seno del parque, teniendo la poca delicadeza de arreme­ter contra la joven de cabello pelirrojo. Esta cayó brusca­mente al suelo. El ladrón, creyendo haber chocado contra un lingote de oro, la apuntó con la pistola y le pidió el bolso y la pulsera. Se los dio sin rechistar antes de que el sinvergüenza huyera a la voz de: "¡Policía! ¡Abran paso!". Andrés, al ver que la mujer se levantó y corrió tras el male­ante en busca de su bolso, sin pensárselo dos veces, los siguió. Le sorprendió descubrir que, aun en falda, era demasiado rápida.

El peligro de amarWhere stories live. Discover now