Al dormir.

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Y al final del día aceptas que no todos los deseos se cumplen, y que por más que quieras las cosas no sucederán de forma espontánea, pero con todo esto, aún eres capaz de sonreír, y sentirte bien contigo misma, porque aunque muchos se rindieron tu llegaste al final del día, tal vez no con una sonrisa, ni con los mejores recuerdos, pero definitivamente con un gran aprendizaje.

Y mientras el sueño te quiere envolver, por tu mente se cuelan trozos de tu día, el que te señalen, el no sentirte a gusto en tu propia piel, y el haber agregado otro rechazo a la lista, que cada vez se hace más larga.

Y sin darte cuenta, el sueño se va, espantado por un torrente de tibias lágrimas que bajan sin pausa por tus mejillas, y lloras por todo.

Lloras porque él ya no te quiere, o peor, tal vez nunca te quiso, lloras porque sientes que tú piel no te corresponde, lloras porque escuchaste lo que decían mientras te señalaban, lloras porque no puedes hacer más, porque reír no es una opción, y no puedes huir porque no eres cobarde.

Cuando sacas todo eso de ti, respiras y entre sollozos cada vez menos pronunciados te dices a ti misma que mañana será diferente, o al menos intentas creerlo

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