Cap. 34

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Percy

Mis parpados pesan. Dioses! Como me duele la pierna, trato de moverme pero todo mi cuerpo esta entumecido, como si una pared de ladrillos haya caído encima mío, no es que alguna vez me haya caído una pared, pero así se ha de sentir.

Escucho voces, están susurrando algo, trato de concentrarme en lo que hablan y dejar de lado el dolor de mi pierna.

-Hay que matarlo ahora Señor, es nuestra oportunidad

-Aun no, quiero que los Olímpicos vean como mato a sus queridos héroes

-Y si sale algo mal?

-CALLATE! Nada va a salir mal, los mataremos y nuestras tropas mataran a todos esos estúpidos semidioses, después yo mismo iré por los Olímpicos y las lacras de los dioses menores, verán como destruyo todo, y se tendrán que rendir hacia a mi.

Sentí como mi sangre hervía, ellos no le van a hacer nada a mis amigos.

-Ahora trae a ese estúpido semidiós hijo de Poseidón –ordeno Tártaro-.

-A sus ordenes Señor.

Unas enormes manos agarraron mis hombros, haciendo que gimiera del dolor, abrí mis ojos y vi que era un ciclope. Cuando estábamos en frente de Tártaro, el ciclope me tiro al suelo, oh dioses mi pierna! Trate de ver si la tenia rota, pero lo único que pude ver es una gran piedra enterrada en mi muslo, mi pantalón estaba empapado de sangre.

Alcé la vista y ahí estaba Tártaro viéndome como si fuera un bicho y en cualquier momento aplastarme.

-Te tengo en mis manos hijo de Poseidón, te hare pagar cada muerte que has tomado! –gruño, mientras sus ojos se encendían en llamas-.

No dije nada, trate de buscar con la mirada a Annabeth, solo podía ver a 5 ciclopes, 1 manticora y Tártaro, ellos también estaban en una tienda de campaña como la que teníamos nosotros, pero esta era gigante para que pueda entrar Tártaro.

-Donde esta Annabeth? –pregunte furioso- donde le hayas hecho algo desearas no haber despertado –amenace-.

-Que insolente eres, pero me gusta tienes agallas, espero que esas agallas tengas cuando te este despedazando en frente de todos, pero primero tu noviecita, quiero que la veas sufrir –comento con una gran sonrisa-.

No conteste, estaba pensando que poder hacer, si lograba desamarrarme, quizás pueda matar a los ciclopes de una sola, aunque la manticora pueda atacarme mientras me encargo de ellos.

-Es hora! Todos vamos a ver un nuevo mundo el día de mañana –sentencio Tártaro mientras se paraba y se iba-.

El ciclope me agarro nuevamente, esta vez parándome y haciéndome caminar, saliendo de la tienda pude divisar una cabellera rubia, mis ojos casi se salen de mis cuencas al ver a Annie muy golpeada, quise correr hacia ella, pero el ciclope no me dejo, al lado de ella estaba Aracne.

-Es hora, y trae a ese bocadillo contigo –anuncio el ciclope a Aracne-.

Annie giro su cabeza hacia el ciclope, y pudo visualizarme, a ella le pasó lo mismo que a mi, abrió tanto sus ojos que pensé que se saldrían, su cara reflejaba pánico puro, pude ver un gran corte que tenía en su mejilla. Annie me visualizo de pies a cabeza y se quedó viendo la gran piedra que tenía incrustada, su boca formo una gran o.

Aracne corto con sus patas los hilos que sujetaban a Annie a la gran pared de obsidiana que tenía atrás. Ella no pudo sostenerse en pie y cayo bruscamente al piso, me solté de la mano del ciclope y trate de correr hacia ella, pero mi pierna no me lo permitió y caí de cara en el suelo.

Siempre Juntos Percabeth: La Batalla del TartaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora