Despierto con los ojos hinchados, y sorprendida por el simple hecho de no haber tenido pesadillas. Sin embargo, estuve llorando, y eso era notorio. Mi cabeza me dolía tanto que apenas podía recordar lo que había sucedido ayer, y el sonido del despertador sólo lograba aturdirme más.
Al parecer, debía estar puntual para el desayuno. Vaya torpeza la mía, me lo habría perdido por completo. Me levanté a rastras de la cama, me coloqué una ropa bastante cómoda y descolorida; después, me dirigí al comedor del tren. Por lo que puedo notar, aquí ya no hay nadie.
Los platos siguen en la mesa, o al menos lo están algunos a medias. Supongo que los avox habrán recibido órdenes de esperar a que yo desayunara, probablemente mis compañeros también fueron considerados en dejarme al menos sus restos, no me podía esperar más llegando tan tarde. Cuando por fin creí que tendría cinco minutos de descanso, escuché el ya conocido taconeo de la mujer colorida rondando por la habitación. Dejé caer mi tostada sobre el plato de porcelana y arrojé una expresión fastidiada.
-¡También me alegro de verte, querida! -comentó recalcando el haber notado mi gesto de desagrado por su llegada.- aunque no he venido a verte del todo, estamos por llegar. He venido a pedirte que te vayas a cambiar, habrás de saber que el viaje es corto; y no tenemos mucho tiempo antes de que las cámaras del Capitolio lleguen a nuestros andenes.
-Hey, ¿acaso luzco tan mal? -exclamé mirando mi ropa. Pregunta estúpida si reflexionamos a quién se le realizó.
-No tenemos tiempo, cariño -sonrió disimulando su enojo indiferente al sarcasmo.
Después de haberme colocado algo "decente" me preparé para recibir el primer vistazo cara a cara con los capitolinos. La mujer de nombre extraño y difícil de recordar, quiero decir, nuestra presentadora nos comentó acerca de todo este "rito" de llegada al Capitolio. Primero que nada, deberíamos mantener una relación cercana y distante al mismo tiempo, ajá, bastante extraño por una parte; aunque, si lo ves desde el punto estratégico, es bastante claro en realidad. Y sí, se supone que deberíamos seguir aquel papel de familiares sobreprotectores que yo inicié en la cosecha al momento que me eché a llorar por el voluntariado de Richard. Me alegra saber eso, pues no sería buena fingiendo distanciamiento con mi propio primo. Recordando así, que aún no estoy dispuesta a hablar con él acerca de la cosecha, observo aveces cómo la pena invade sus ojos y no puede evitar sentirse culpable, y lo es, pero tal vez no lo hizo intencionalmente, me corrijo, eso está más que seguro. No me he puesto a pensar en lo que él debe sentir, pero, sigo sin sentirme lo suficientemente segura para evocar una sola palabra sin pensar en las consecuencias de sus erróneos actos.
Estaba tan confundida entre mis pensamientos, que apenas pude sentir unos cálidos dedos rosando contra mis nudillos, enrojecí instantáneamente al ver que esos dedos pertenecían a Richard, quien se encontraba entrelazando su mano con la mía. Él estaba preparado para la función, sin duda alguna. Le lancé una mirada acompañada de una tenue sonrisa fingida, y él la regresó con una ampliación en forma de luna por parte de sus labios.
Escuché las vigas rosando con mayor lentitud, supe que acabábamos de adentrarnos en un largo túnel, debido a que las luces se desvanecieron en el lugar. Escuchaba a la mujer titubeando algo, seguramente estaba rezando por nosotros. Relajé mis brazos en cuanto la luz se estampó en mi rostro.
Millones de rostros coloridos y notoriamente modificados se encontraban plasmados a través de los cristales, cientos de manos agitándose por los aires con fuerza, y gritos imparables aclamando la llegada de los tributos. Todo eso y más se hizo presente en aquel momento. Una ola de nervios, energía y preocupación invadió mi cuerpo. ¿Cómo había que respirar? ¡todo era tan confuso! recuerdo haber mandado un beso por aquí, saludado a una persona por allá, y después todo se puso negro nuevamente.
Habíamos llegado a nuestro destino, el Capitolio.
Nuevamente, Richard me tomó de la mano, y en cuanto las puertas del tren se abrieron comenzamos a descender de forma simultánea. Por supuesto, los agentes de la paz se encontraban rodeando todo el grupo y los equipos de preparación, eso de alguna forma lograba relajarme. Al bajar, observé a los lados viendo a algunos tributos vecinos. Me concentré en los del ocho. Ellos no lucían tan bestiales, quiero decir, el distrito ocho jamás ha sido característico de poseer tributos arrogantes o dispuestos a darlo todo para ganar. Al contrario, en la mayoría de las ediciones que he llegado a recordar, veo al distrito siete y ocho unidos en alianza. Me alivia de igual forma saber que sus tributos son jóvenes e inocentes. Diría que el varón está alrededor de los dieciocho y la chica quizá unos quince.
Finalmente, me dispuse a seguir el paso de mi primo, quien se encontraba clavándome los ojos discretamente. Me abstuve de hablar hasta que entramos al edificio.
-¿Acaso hice algo malo? -exclamé aún tomándolo de la mano.
-Estabas observando a los del ocho ¿no es así? -interrumpió formulando una mueca de desaprobación.
-¿Eso también es malo? ¿debería disculparme? -respondí molesta. Él había ignorado mi primer pregunta.
-No quiero conflictos, eso es todo, me preocupa tu seguridad. Y no podemos confiar en quien sea, porque eso es lo que se nos ha indicado desde que nos dieron la primera asesoría -escupió en un tono frío mientras presionaba el botón del ascensor.
-Dudo mucho que el observar a quienes nos enfrentaremos dentro de la arena pueda provocar alguna clase de conflicto. Vamos, no seas exagerado -defendí cruzándome de brazos. Él permaneció en silencio.
Es un testarudo, pero igual es bastante listo. Probablemente lo que dijo tenga sentido, tomando en cuenta lo delicados que pueden llegar a ser algunos tributos, sería mejor no arriesgarse. Una mirada, un comentario indirecto, algún comportamiento inapropiado y podría terminar por ganarme el odio de cualquier persona en este lugar. Por supuesto que tiene razón.
Entramos a nuestra pieza, la número siete.
La mujer comienza a hacer señas y ademanes con mucha fineza, pero mis oídos se nublan en cuanto entramos a aquel lugar. Las decoraciones del tren no son nada comparado con todo esto. Observo millones de materiales totalmente irreconocibles, y ella menciona a detalle los nombres de estos, pero apenas logro procesar unas cuantas palabras de lo que está diciendo. Me concentró en las paredes de distintos colores y texturas, los pisos y mosaicos decorados con detalles de cristal y otros tallados preciosos. Esto es demasiado para alguien que vivió toda su vida en una casa hecha de cemento y madera.
Perfecto, la adaptación es algo que se me da de maravilla. La adaptación a los lujos... no tanto.

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Distrito Siete
FanfictionJessica Sweet es una chica del distrito siete, con apenas quince años de edad que se verá envuelta en un gran lío al quedar seleccionada como tributo para los 89° Juegos del Hambre. Su primo, Richard Masen se ofrece voluntario para protegerla dentro...