8. Los Glasswerf

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Lucas y yo anduvimos por los pasillos de la escuela hasta que llegamos a «Secretaría», donde una mujer malhumorada nos atendió con el ceño fruncido.

— Aquí tenéis — lanzó nuestros horarios sobre el mostrador para luego volver a poner toda su atención en una revista «Cosmopolitan».

Mi hermano le sacó la lengua a la secretaria, así que lo empuje antes de que ella lo viera y eso nos ocasionara alguna clase de problema el primer día en la preparatoria Mullins. Claro que después del golpe que le dio al tal Dale, tendríamos algún que otro problemilla.

— A ver — dije mientras le arranchaba el papel con su horario y lo comparaba con el mío —. Son exactamente iguales, excepto por las practicas de fútbol... ¿Te apuntaste a las practicas de fútbol? ¿Lucas Thompson va a jugar a fútbol?

— Shh, no hables tan alto. Recuerda que ahora somos... — hizo una pausa para ver nuestros nombres en los horarios —... los Glasswerf.

El papel cayó de sus manos y yo me apresure a cogerlo para comprobar que mi hermano decía la verdad.

— ¿¡Glasswerf!? ¿¡Glasswerf!? ¿¡Que se le pasó a Connor por la cabeza!? — grité.

Me acerqué a la pared mas próxima y enterré mi rostro en ella. Esa era una manía muy rara que tenía para pasar desapercibida y sufrir en silencio, aislada de los demás. Obviamente esa técnica no servía para nada.

— Brooke, aléjate de la pared. La gente nos mira — escuché a Lucas a mi espalda.

Me alejé suspirando y con la mirada gacha.

— Me voy — musité y empecé a arrastrar los pies hacia la salida.

 — ¿Pero que dices? — mi hermano me tomó del brazo.

— No pienso ir a clases teniendo eso como apellido — me solté de su agarre.

— ¿Ah no? — y dicho eso Lucas me colocó sobre su hombro derecho, llevándome como si fuera un saco de patatas —. Si yo paso vergüenza, tu también. Somos mellizos ¿no?

— Sí, lo recuerdo perfectamente. Ojalá hubiera nacido solo yo.

— Me amas y lo sabes.

— No, no es verdad - dije moviendo las piernas en un intento de librarme de su agarre.

A pesar de que pataleé, grité o deposite golpes sobre su espada, él no me soltó. Y sí, atrajimos la atención. Demasiado para mi gusto.

Finalmente llegamos al salón 6-D. Lucas me bajo, y lo primero que hice fue acomodar mi ropa y arreglar mi cabello (o al menos el intento).

— Eres un tonto, Lucas — dije mientras lo empuja hacia un costado para entrar al salón antes que él. El mejor sitio estaba en juego, no iba a dejar que mi hermano lo robara.

Pero no, el sitio no estaba. Ese lugar en el que te sientas y puedes excluirte de los demás, sin dar la sensación de estar marginado. Ese asiento junto a la ventana, desde donde puedes ver todo lo que pasa fuera. Ese escritorio de atrás donde puedes dejar de prestar atención sin que el profesor se entere. El sitio estaba ocupado. Y nada más y nada menos que por el chico misterioso e indudablemente apuesto, Zac.

Somos los ThompsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora