El sol de media tarde caía inclemente sobre Green Valley.
No había ni un alma en las calles, como si el calor hiciera refugiarse en sus casas a los habitantes del pequeño pueblo.
Solo había una persona al descubierto. La excepción que confirma la regla, tal vez.
A escasos metros de su casa, Esmael, torso desnudo, cortaba con un machete las ramas de los árboles, arbustos, plantas y vegetación en general. Cualquier cosa que se pusiera en su camino.
El sudoroso chico había esperado apartar su mente de los sucesos tan extraños ocurridos en cierto edificio ruinoso permanentemente cubierto por la niebla.
Cada vez que miraba en dirección del hotel, que, muy a su pesar, era cada cinco minutos, daba gracias a la espesa sopa blanca que impedía tan espantosa visión.
Hecho polvo, Esmael arrojó el machete, hecho que le costó la vida a uno de los geranios de un parterre vecino.
Lo ocurrido en el hotel le perseguía como un fantasma. Le recordó al mito griego de Orfeo, que fue al Inframundo para traer de vuelta a su amada. En la historia, Orfeo era seguido hasta el comienzo del reino de los vivos por Eurídice, su mujer.
Esmael se imaginó los acontecimientos del sótano como la mujer griega, y sabía que Orfeo no pudo salir del reino de los muertos hasta que miró atrás, aunque perdió a su esposa, que silenciosamente lo seguía.
Frunció el ceño. No recordaba cómo, pero la historia acababa bastante mal para el mitológico personaje.
Esmael se levantó. No le importaba un cuento inventado hacía milenios. Era él el que escribía su historia, su vida.
Y no se iba a rendir.
ESTÁS LEYENDO
Un lugar entre las sombras
ParanormalEsmael sólo buscaba evadirse de la cruel realidad en un lugar apartado y remoto. No buscaba actividades paranormales. Hasta que, un día, éstas le buscaron a él.