Capítulo 11

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-¿Sabéis qué? -el fantasma era ahora vagamente visible. Llevaba una ropas que debieron de estar de moda hacía mucho tiempo, pero lo que más llamaba la atención eran una marcas en la garganta. Un misterio menos, entonces, el hombre había muerto estrangulado-. Vamos a llamar a unos voluntarios -y rio.

Se hizo invisible de nuevo y desapareció, dejando a Esmael solo con la chica.

-Siento lo de esa noche... El libro. Estaba enfadado, y me cebé contigo. Lo siento.

Consiguió decirlo de un tirón, aunque Devorah no dijo nada. Supuso que era rencorosa, y ante eso no podía hacer nada.

Un silencio antinatural reinaba en donde estaban-"la calma antes de la tormenta", pensó Esmael-pero no duró mucho.

Los que subieron por las escaleras, acompañados del fantasma que de nuevo se hacía visible, eran el señor Lancaster y... su padre.

El progenitor de la chica casi se tira encima de ella para abrazarla, y Esmael no pudo sino admirar la calma de ésta. Podían estar a minutos de la muerte, pero ella no se alteraba.

-Vamos a un escenario más apropiado y privado para nuestro juego -y antes de que nadie abriese la boca dijo-. Por cierto, regla de oro: nadie habla.

A Esmael le parecía un poco extraña, tal vez poco importante, para ser la regla número uno, pero decir algo supondría romperla, y prefería no sufrir las posibles consecuencias.

El fantasma les hizo salir por una ventana, y después salió él, flotando.

-¿Acaso pensabais que los muros del hotel suponen algún tipo de barrera para mí?

Obviamente, nadie respondió.

Poco a poco, empezaron a vislumbrar Green Valley a lo lejos. Las luces concentradas en la plaza revelaban la inquietud de la gente del pueblo. Esmael esperó que no estuvieran organizando algún tipo de partida de búsqueda.

Gradualmente, el peculiar quinteto vio adónde se dirigían: a la biblioteca abandonada.

Él no pudo dejar de darse cuenta de que Devorah abrió mucho los ojos al ver que se acercaban al edificio. La chicha había estado en el hotel. ¿Y si antes se había informado en la biblioteca? Era una idea plausible, como también lo era el que la chica fuera quien dejó el recorte de periódico entre las antiguas páginas de los archivos.

-Tú espera aquí -señaló a la chica, que gruñó un poco y se quedó en la puerta. Cada vez quedaba más claro que tenía agallas. Si Esmael y ella protagonizaran un cuento de caballeros y damiselas en apuros, el chico tenía seguro que la persona en apuros sería él-. Vosotros... ¡Pasad! -no sabía si el fantasma simplemente fingía diversas actitudes como parte del "espectáculo" o era un poco inestable.

Se colocaron junto a las escaleras, dudando de si subir, pero parecía que el psicópata muerto tampoco se decidía.

-¿Ahora qué? ¿Acertijos? ¡Oh, me encantaban los acertijos! -se llevó la mano a su fantasmal barbilla y Esmael reprimió la rabia que le embargaba al darse cuenta de cómo jugaba esa cosa con ellos-. Por cierto, me llamo Percy. Yo ya sé vuestros nombres... Ben... -inclinó la cabeza señalando al padre de Devorah-. Esmael... -le señaló a él con su afilado mentón-. Y Steve... -siseó el nombre de su padre.

Los tres aguardaban expectantes, cuando una sonrisa que les aterrorizó más de lo que ya estaban cruzó de oreja a oreja el rostro translúcido del fantasma.

-Tengo una idea mejor. Subid al piso de arriba.

Cuidadosamente, y como si existiera la posibilidad-y tal vez fuera así-de que hubiera minas anti-persona en los escalones subieron a la primera planta.

-Ahora... Corred.

La risa del espectro los escoltó mientras sus pies volaban hacia la salida.

El edificio crujió y se empezó a desmoronar. La risa maníaca se redobló.

La biblioteca era demasiado grande en ese momento. Una viga cayó enfrente de Esmael, tirándolo hacia atrás del susto y bloqueándole el camino.

Se levantó rápidamente y miró a su alrededor.

Su padre ya estaba en la salida, pero el señor Lancaster había sido alcanzado por la misma viga, aunque con bastante peor suerte.

Éste se retorcía de dolor en el suelo, la viga aplastándole el pecho y Esmael casi podía ver cómo la vida escapaba de su cuerpo.

Nunca había visto morir a nadie y, muy a su pesar, perdió unos preciosos segundos contemplándolo sin hacer nada. No había forma de salvarlo, comprendió.

-Vete... -dijo el señor Lancaster-. Te... perdono.

No sabía a ciencia cierta qué le perdonaba, puesto que al ser Devorah el "premio" del juego la había sacado del peligro, pero no tenía estómago para cuestionar a un agonizante.

Esmael se apoyó en las rodillas y se levantó-no sabía en qué punto se había caído otra vez- y esprintó hacia la salida. Sin embargo, correr no era lo suyo. El mayor ejercicio que hacía era huir en bicicleta, y la distancia entre el hotel Fridgerald y su casa no era considerable.

No iba a llegar.

Lo sentía en los huesos, del mismo modo que cuando en Educación Física en la escuela jugaban a algún deporte y su equipo iba ganando de alguna manera sabía que perderían, cosa que acababa sucediendo.

Entonces su padre hizo lo impensable: se acercó y le ayudó a salir. Prácticamente le envió volando hacia la salida.

Y Esmael lo consiguió.

Se dio la vuelta solo para ver a Devorah llorando, de rodillas frente a lo que había sido la puerta. El edificio se había venido abajo. Y del padre de la chica solo se veía una mano entre los escombros, asomando, buscando la luz solar.

-Bien, bien, bien -el ectoplasma habló, sonriendo-. Eso fue excitante. Ahora pasemos al siguiente juego, que tendrá que ser un poco más lejos de aquí, porque me temo que ha sido un poco ruidoso -sonrió a la chica que lloraba, ahora silenciosamente.

Era increíble como no decía nada.

-Bueno, lo he estado pensando, y en el siguiente juego creo que haré que vosotros dos -señaló a Esmael y a su padre-. peleéis. El vencedor decide qué mitad de los atrapados del hotel no muere. Y también la mitad que morirá, evidentemente.

Entonces Devorah habló.

-¿Por qué haces esto? -había más rabia que tristeza en su voz.

Esmael se preparó para ver las consecuencias de romper la "regla de oro, pero no esperaba la seriedad con la que el fantasma habló:

-Porque tenía toda una próspera vida por delante cuando un ladronzuelo me asaltó en esa trampa para turistas y me mató por dinero. ¿Por qué a mí? El hotel estaba lleno de gente con una buena cantidad de dinero en la cartera -un profundo odio ardía en los sus ojos-. Y porque me aburro. Hasta la muerte sería mejor que esta existencia.

-Yo puedo conseguirlo -soltó Esmael de repente. Podía ser una ocasión de terminar con ese sinsentido de juego-. Puedo hacer que al fin descanses en paz.

El fantasma... Percy, le miró, ladeó la cabeza y cual niño preguntó:

-¿De verdad?

Y a Esmael no le quedó otra.

-De verdad.


Un lugar entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora