No hay tren.

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Ese día le dije que tenía que irme.

Me preguntó por qué.

Le dije que no le hacía bien,

que sólo era un obstáculo en su vida y que,

a pesar de todo,

yo la seguiría amando hasta el final de los tiempos.

Y así es.

No me rogó que no me fuera.

Es más, me abrió la puerta.


Pero pude verlo en sus ojos,

la destrocé.

Ya no tenía lágrimas para mí,

pero lo vi.

La abracé,

y me fui sin mirar atrás

porque sabía que si lo hacía

me quedaría. 

Tren perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora