Las ramas crujían bajo los pies de la extraña, el bosque entero vigilaba silencioso su apresurado paso. Las criaturas que de normal adornaban la noche con miles de sonidos, aguardaban cautos en sus madrigueras. Ni siquiera los traviesos y atrevidos duendecillos se atrevieron a acercarse mucho más de unos metros.
A pesar de la expectación ella no era una extraña, habían pasado muchos años desde la última vez que había pisado ese bosque y, sin embargo recordaba cada sendero, cada árbol y cada riachuelo. No le extrañaba que el bosque no la recordara, en el fondo ella ya no era la misma persona, demasiadas cosas habían cambiado desde que había correteado sin preocupaciones con su hermanita pequeña. Pero, demasiadas cosas habían cambiado. Miró debajo de su capa para comprobar que las pequeñas dormían ajenas a todo lo que ocurría a su alrededor.
Ya quedaba poco para llegar a su destino por lo que hizo acopio de las pocas energías que le quedaban y siguió su camino. La luna llena brillaba por encima de los árboles iluminando el camino. Atravesó un pequeño riachuelo y siguió recto hasta llegar a la Arcana, una enorme haya que custodiaba y protegía el bosque; se detuvo un momento para contemplarla mientras recuperaba el aliento y prosiguió.
Casi a media noche consiguió distinguir a lo lejos la cabaña en la que vivía su hermana, a simple vista parecía un árbol más del bosque pero si sabías mirar a través de la ilusión descubrías el hogar de una bruja, su hogar, o lo que había sido su hogar. Hacía ya un rato que la temperatura había descendido bruscamente y le costaba respirar ese aire húmedo que le congelaba los pulmones. Había estado tanto tiempo preparando ese momento que no se había detenido a pensar cómo iba a sentirse, en ese momento con el frío helándole los huesos y el alma se sentía incapaz de seguir con su elaborado plan, no podía abandonar a sus niñas. Sin embargo, no tenía alternativa, y por mucho que le doliese tenía que continuar. Su único consuelo en ese momento era pensar en el día en el que volverían a reunirse. Tomó a una de las pequeñas y la depositó en el suelo envuelta en su cálida mantita de lana, en uno de los bordes tenía grabado su nombre. El frío le había entumecido las manos y le costó sacar las dos cartas de la bolsa de cuero, sacó además una pequeña bolsita y las dejó al lado de la pequeña.
-Hasta que nos volvamos a ver, Enya- susurró.
La miró por última vez y emprendió el camino de vuelta sin poder contener las lágrimas.
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Las crónicas de Eyre: El legado de los dioses
FantasyHace ya 19 años que en el reino de Eyre está prohibida la magia. Cuando la esposa del rey fue secuestrada por un grupo de druidas este se volvió loco y persiguió a todo aquel que la practicase. Los pequeños grupos de brujas y druidas que quedaron de...