Acechaba desde las sombras que proyectaban los enormes árboles al pequeño conejo que comía plácidamente de las ramas más bajas de un arbusto. Era prácticamente invisible entre la maleza ya que sus ropas de color verde la camuflaban a la perfección. Bajo su capucha ocultaba cuidadosamente su cabello de fuego que más de una vez había ahuyentado a su presa.
Avanzó unos metros y se ocultó tras un matorral, dirigió su mano al carcaj de flechas que su tía Mai le había regalado junto a un precioso arco de madera de tejo, en cuya empuñadura había grabado todo tipo de runas de protección, velocidad y sigilo. Lo que al principio había sido una continua y frustrante persecución de presas se había convertido en algo natural. Cuando cazaba Enya pasaba a formar parte del bosque, todos sus movimientos transformaban la caza en un baile armónico y silencioso.
Muchas veces su tía le había repetido que tenían que respetar al bosque y mantener el equilibrio con él. Con el tiempo había llegado a comprender el tratado no escrito que regía la vida en el bosque, él nos protegía y nosotros lo respetábamos. A veces Enya conseguía captar los mensajes que el bosque transmitía, el viento que le agitaba el cabello por sorpresa, el sonido de las hojas rozando unas con otras, el canto de los grillos en las noches de verano... Todos esos sonidos y sensaciones se convertían en su interior en una voz. Enya jamás había logrado describirla, no podría asegurar que fuese de hombre o de mujer, si fuese una voz o un conjunto de voces que le susurraban. Cada vez sonaba diferente y a la vez igual, sonaba antiguo, más antiguo que cualquier cosa que ella conociese, más antiguo que el bosque. Enya sabía que la voz procedía de la Arcana, la enorme haya que se encontraba en medio del bosque. Todo, según las historias de la tía Mai, había crecido alrededor de la Arcana. Según las historias los Arcanos eran mensajeros de los dioses que servían de canal de comunicación entre ellos y el resto de criaturas.
Enya colocó la flecha en el arco y tensó la cuerda apuntando para disparar con una precisión que había desarrollado a lo largo de los años cuando, de repente, todo se volvió borroso a su alrededor. Se quedó petrificada por el miedo. El bosque fue perdiendo definición hasta sumirse en la más profunda oscuridad. Tras unos segundos, una luz cegadora lo invadió todo. Enya se cubrió la cara con las manos intentando protegerse la vista, pero la luz era tan potente que le hacía daño en los ojos. Entreabrió los ojos y miro a su alrededor intentando averiguar que estaba ocurriendo, sin embargo no había nada.
-Enya...- Susurró una voz.
Sobresaltada se giró buscando el origen de aquella voz pero solo encontró luz. Cada vez parecía menos intensa o quizás sus ojos se estaban acostumbrando a ella, se arriesgó a abrirlos un poco más para comprobar que la luz no le deslumbrara totalmente. La voz parecía tan lejana, como un susurro del viento, que bien podía haber sido una imaginación fruto de la confusión de su mente, así que dejo de buscar lo que fuese que había pronunciado su nombre.
-¡Enya!- Repitió la voz.
Esta vez lo había escuchado claramente, no se lo estaba imaginando. Sus ojos ya se habían acostumbrado totalmente a la luz por lo que se giró en todas las direcciones sin saber exactamente que debía buscar. Antes de que lograse encontrar algo todo se volvió negro otra vez y cuando abrió los ojos volvía a estar en su bosque. Dejó que sus ojos se acostumbrasen a los intensos tonos del bosque mientras analizaba lo que acababa de pasar. ¿Había sido un sueño? Enya sabía de sobra que no, aunque no quería renunciar del todo a esa posibilidad. La tía Mai le había explicado mil veces el mecanismo de una visión, primero todo a tu alrededor se desvanecía para volverse completamente negro y luego podía pasar cualquier cosa, desde una rápida sucesión de imágenes hasta una escena completa o a veces simplemente podía ser una imagen fugaz. La tía Mai le había contado este y mil detalles más sobre magia, hechizos y visiones con la intención de que ella aprendiese a utilizarla pero, al contrario que su tía, ella no poseía ni una gota de magia en su interior. Siempre había sido muy temperamental y los intentos de su tía por buscar cualquier resquicio de magia en ella habían terminado por desesperarla. Era terriblemente frustrante, había pasado más de una tarde entera sentada delante de una vela intentando una y otra vez encenderla pero esta no se dignaba en soltar una chispa. Al principio no le había dado importancia pero tras uno de las aburridas lecciones sobre hechizos había pillado a su tía mirándole con preocupación. A partir de ese día empezó a sentir que algo no tenía bien en su interior lo que convertía las clases en una humillación. Siempre que podía se refugiaba en el bosque tras las lecciones, allí conseguía olvidar que no servía para la magia, simplemente echaba a correr y dejaba de pensar. Para ser honestos, cada vez que se escabullía a lo más profundo del bosque su tía la esperaba con un plato de sopa caliente en la mesa y le insistía en que no se presionase, según ella la magia aparecía cuando ella quería. Así que solo debía sentarse a esperar pacientemente, cosa que no le iba mucho.
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Las crónicas de Eyre: El legado de los dioses
FantasyHace ya 19 años que en el reino de Eyre está prohibida la magia. Cuando la esposa del rey fue secuestrada por un grupo de druidas este se volvió loco y persiguió a todo aquel que la practicase. Los pequeños grupos de brujas y druidas que quedaron de...