Capítulo 11

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Entraron a trompicones en la casa de aquella mujer que ocultaba su rostro bajo una raída capa azul oscura. La estancia apenas estaba iluminada por un par de velas que permitían vislumbrar con cierta dificultad los muebles que ocupaban la pequeña habitación rectangular, una mesa de madera vieja y gastada ocupaba el centro de esta. Sin decir nada, la mujer fue a la cocina atravesando un hueco anteriormente ocupado por una puerta de la cual solo quedaban las bisagras. Los ruidos metálicos revelaban que la mujer se encontraba en algo semejante a una cocinilla. Podrían haberse acercado a la mujer, pero seguían plantados en la entrada totalmente desconcertados.

Tras unos minutos, la mujer apareció sujetando una bandeja en la que había una tetera, varias tazas y un plato con lo que parecían ser una especie de bizcochitos. Enya se dio cuenta de que, además de cubrirse tanto la cara como el cuerpo con la capa, la mujer llevaba unos guantes que le cubrían la piel más allá de la muñeca. Colocó la bandeja de un golpe seco en la mesa y este hizo tambalearse todas las tazas. La misteriosa mujer se sentó en una de las robustas sillas y levantó la mirada hacia los tres jóvenes que la miraban sin saber muy bien que hacer.

– ¿Vais a sentaros o pensáis estar ahí de pie toda la noche?

Las dos hermanas se sentaron en frente de la mujer con rapidez. Ronan, en cambio se acercó lentamente mirando con desconfianza a la mujer y se posicionó tras las hermanas para vigilar la situación. Una vez se sentaron se estableció un silencio incómodo en el que ninguno se atrevía a decir la primera palabra.

–¿Qué queréis? ¿Esto es una redada aleatoria o alguien me ha denunciado por algo?– antes de que alguien fuese capaz de responderle, ella continuó hablando– Me da igual. Yo no tengo nada que ver con ese símbolo, no lo veo desde hace más de 15 años y no tengo nada que ver con él. No quiero tener problemas con el ejército, llevo viviendo aquí muchos años y nunca he dado problemas.

–No somos del ejército– murmuró Sheryl.

–¿Qué?

–Que no somos del ejercito– repitió Enya alzando un poco la voz– Somos... somos las sobrinas de Mai– confesó dudando todavía de si sería buena idea confiar en ella.

Impactada, la mujer alzó la cabeza descubriendo unos ojos grandes y muy azules, tan azules que recodaban al agua cristalina. Miró una y otra vez a las dos hermanas sin poder creerlo intentando encontrar una explicación a lo que estaba ocurriendo.

–Sois las hijas de Mar...– no terminó la frase y alzó la cabeza con fiereza hacia el soldado– ¿Qué hacéis con él? ¿Estáis locas? Si supiese quienes sois os habría matado sin pensárselo dos veces. – gritó sin dejar de mirar al soldado que dio un paso atrás sorprendido por la repentina furia de la mujer.

–Tranquila no pasa nada– dijo Sheryl– Yo confío en él. Sabe lo que somos, sabe lo que podemos hacer y aun así nos ha ayudado a llegar aquí.

–¿Qué os ha ayudado a llegar aquí? – dijo sorprendida– ¿Dónde está vuestra tía? – preguntó mirando otra vez a las hermanas.

A las dos se le nubló la mirada por la tristeza y le contaron todo lo que había pasado. Desde su encuentro en el pueblo, hasta la muerte de su tía, pasando por el episodio del incendio de Cairdeil y el encuentro con el soldado. Le contaron también como no sabían utilizar ni controlar su magia y como su tía, minutos antes de morir, les había indicado que la buscasen.

Meredith se dejó caer derrotada sobre el respaldo de la silla y suspiró apesadumbrada.

–No puedo creer que Mai esté muerta.

Las crónicas de Eyre: El legado de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora