Capítulo 3

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Enya se apoyó en un muro que rodeaba una de las casas del pueblo e intentó recuperar el aliento tras la carrera. Sabía que la chica la había seguido, pero ella estaba en mejor forma y al llegar al pueblo había conseguido despistarla. A pesar de haber logrado su objetivo, al serpentear por las calles de Cairdeil se había perdido. El sol se estaba ocultando entre las montañas y Enya no podría volver a casa sin luz.

-¡Hola! –

Enya dio un salto asustada y se giró. Por suerte el que le había hablado era el chiquillo curioso que le había guiado antes. Enya no podía creer la suerte que había tenido.

-¡Kevin! ¿No te habías ido a casa?-

-Sí, pero te vi por la ventana de mi casa y parecías perdida-

-Eres un chico muy listo, ¿podrías llevarme al límite del pueblo?-

-Claro, vamos- dijo el niño comenzando a andar.

-¡Espera! ¿No quieres que nos acompañe nadie más? Está anocheciendo-.

-No te preocupes, no pasará nada. Este pueblo es muy tranquilo, ¿vamos?-

Enya comenzó a seguir al chico a través de las callejuelas que habían quedado prácticamente desiertas con la llegada del atardecer. La luz anaranjada del sol bañaba las fachadas de las casitas creando unas sombras cada vez más alargadas. Enya seguía al chico que no paraba de hablar sobre su familia, sus amigos del pueblo y sobre su vida en Cairdeil en general. Enya disfrutaba escuchando al chiquillo, descubriendo cómo era la vida en aquel agradable pueblito.

Cuando llegaron a la linde del pueblo Kevin se acercó a Enya y le dio un abrazo rodeándole la cintura con sus delgados bracitos. Con una última sonrisa, el chico se despidió y salió corriendo de vuelta a casa. En cuanto desapareció de su vista Enya sintió un vacío que no podía explicar, se había acostumbrado rápidamente a la compañía del niño y cuando se fue Enya se sintió sola por primera vez. Enya comenzó a andar por el camino de vuelta al bosque, el sol casi había desaparecido tras las montañas y Enya sabía que no le quedaba mucho tiempo de luz.

El sol finalmente se ocultó llevándose toda la luz con él, la luna no tardó en aparecer en el cielo alumbrando lo suficiente como para que Enya se orientase sin problemas. Siguió el camino que conducía al bosque acompañada por el canto de los grillos que celebraban la llegada del verano. Llevaba lo que a Enya le había parecido una eternidad cuando por fin divisó la muralla de grandes e imponentes árboles coronados por unos nubarrones tormentosos que seguían azotando al bosque. Enya suspiró, en su interior tenía la esperanza de que la tormenta se hubiese disipado y los ánimos de la Arcana se hubiesen calmado al irse ella del bosque.

Unos cuantos metros más atrás se produjo un chasquido que alertó a los desarrollados reflejos de cazadora de Enya. Se dio la vuelta con rapidez e intentó descubrir el origen del ruido. Sin embargo, todo estaba en calma, incluso los grillos habían abandonado su melodía al acercarse al bosque. Nerviosa se internó en la espesura con rapidez.

La tormenta la recibió con la misma fiereza con la que se había despedido. Sus pies la torturaban y los tendones de sus músculos gritaban y suplicaban por un descanso pero a pesar del dolor Enya no pensaba detenerse hasta llegar a su casa.

Por fin, vio la luz de una vela a través de la lluvia, alentada por ella se apresuró para llegar a la cabaña. Entró de golpe y se encontró a su tía durmiendo en el sofá. Enya suspiró aliviada, no se sentía con ánimo suficiente como para explicarle por qué no había traído todos los ingredientes. Se dirigió a su cuarto, se tiró en la cama y se quedó profundamente dormida.

Las crónicas de Eyre: El legado de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora