Duelo de almohadas

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—Hola— murmuró Connor cuando abrió la puerta, y no pudo reprimir una sonrisa—. ¿Por qué estás en pijama?

—Porque me he duchado hace una hora y no hay nada más cómo que un pijama— contestó Amber, con su desparpajo habitual—. ¡Vamos! La película ya está puesta.

Le cogió de la mano y tiró de él hacia dentro de la casa.

—Voy a por palomitas— dijo, y salió corriendo rumbo a la cocina.

—¡No me gustan!— exclamó el chico.

—¡Mejor!— oyó la voz de Amber—. ¡Por qué no tengo!

Connor sonrió. Dios, esa chica podría volver loco a cualquiera.

Cuando Amber volvió con una coca cola para él y una botella de agua para ella y se sentó con él en el sofá, puso la película.

—¿Existen psicólogos mágicos?— preguntó Connor al rato de empezar la película, porque aparte de como Amber bebía agua con una pajita (¿quién hacía eso?), solo se había enterado de eso—. Porque creo que Harry necesita uno.

—Todo tiene su explicación— murmuró la chica mirándole un poco enfadada.

—Esquizofrenia. Esa es la explicación.

Amber dejó la coca cola en el suelo y cogió el cojín en el que se había apoyado y lo estrelló contra la cabeza de Connor.

—Te vas a enterar— murmuró él, antes de coger otro cojín y golpearla con él.

Lo que empezó con un par de golpes acabó con Amber saltando en el sofá lanzándole todos los cojines de la habitación a Connor, quien se tapaba como podía con los brazos mientras reía a carcajadas igual que ella.

La batalla terminó cuando la puerta de la entrada se abrió de golpe y una mujer de unos cuarenta años vestida de traje entró en la casa y se quedó mirando a los dos sorprendida.

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Besos besosos,

May

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