-¿Cómo que está loca?- pero al alzar la cara para ver a doña Clara, ésta había desaparecido. Alo mejor se había ido a su casa. Después de todo, había dicho que esa era la última pregunta. Y lo mejor de todo fue que logré sacarle el nombre de la chica: Celia.
Un nombre curioso, porque da un aire de misterio y de tristeza, al igual que sus ojos. Ese nombre había sido creado para ella. Otra persona que se llamara de igual forma no le quedaría bien, a menos de que tuviera esa alma, esa cosa extraña que pude observar en el cadáver de Celia, en su mirada.
Me acerqué a los oficiales para entrar a la casa, ya tenía la llave en mi poder. Introduje la llave en la cerradura, y ésta cedió. Halé la puerta y pudimos ver el interior.
La casa estaba a oscuras, pero a través de la luz del sol que entraba a chorros por las amplias ventanas podía observar una sala preciosa; con cuadros y muebles elegantes, jarrones de cristal y mesas de madera y mármol. Intenté encender la luz, pero no funcionó. Probablemente ella había quitado los servicios para... hacer lo que hizo. La sola razón de pensar en el suicidio de alguien era algo increíble, y aún más de una persona que además de adinerada era hermosa.
No, ella no pudo haberse lanzado al vacío porque sí, algo tuvo que obligarla. Entonces pensé: ¿Y si fue alguien? Ese alguien debe seguir en la casa, debió meterse por alguna ventana.
-¡Esperen!- grité a los oficiales que comenzaban a subir las enormes escaleras hacia el otro piso- Saquen sus armas, y tengan cuidado, alguien puede estar dentro de la casa.
-Pero señor, según la señora que testificó la mujer vivía sola.- dijo uno de los oficiales.
-No no, el que la mató sigue dentro- dije, interrumpiendo al hombre- ella no pudo suicidarse.
Todos sacamos nuestras armas. Yo, decidido; los otros, dudosos. El calor me atacó de repente y me desabroché tres botones de mi camisa. Con gestos les indiqué a los oficiales que subieran lentamente.
Llegamos al segundo piso. Estaba lleno de habitaciones, nos separamos para comprobar si estaban abiertas, pero no lo estaban. Este piso no estaba tan limpio como el primero, es más, parecía que no vivía nadie ahí. El suelo estaba lleno de objetos rotos, espejos y sillas de tres patas, todo tan lleno de polvo que dificultaba un poco la visión. Este piso estaba a oscuras porque no tenía ventanas, tal vez dentro de las habitaciones había más luz.
Subimos al tercer piso: Estaba completamente iluminado, porque su techo constaba de una cúpula de cristal enorme. Parecía un salón de baile, porque en donde no habían ventanas habían espejos.
En el centro de la sala había una cama grande sin hacer, con varias prendas de vestir encima. Al lado se veían unos zapatos rojos de tacón.
Un ruido de desplome me hizo dar la vuelta y apuntar con mi arma, pero sólo era uno de los hombres que había tropezado con un maniquí, que había hecho caer unos sacos pequeños de una mesita, cerca de la escalera.
-Lo siento, señor.- dijo el hombre.
Me acerqué a los sacos a ver su contenido. Eran cartas, cientos de cartas guardadas. En ella sólo se veía el destinatario: Celia. Abrí una de ellas, y en ella alguien le declaraba su amor absoluto. Por un momento me pareció tierno, pero algo se apoderó de mi, una sensación de ardor en el pecho. ¿Celos? No no pdían ser, ¿Cómo iba yo a estar celoso de alguien a quién no conozco?
Pero al acercarme a uno de los espejos, pude ver claramente de quién provenían las cartas. Escrito al parecer con un marcador negro, decía: Te amaré por siempre, aún más allá de la muerte, tú sabes bien que es así. David.
Entonces David era el chico. David era su enamorado. Debía encontrarlo.
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Celia, la chica de ojos grandes.
Mystery / ThrillerEl detective Diego Grezch investiga el caso de una chica que se suicida, Celia. Lo que no sabe es que a medida que va avanzando en el caso descubre que esa hermosa mujer tenía una vida tormentosa.