La rubia se veía absolutamente feliz junto a doña Clara. Parecía que algo sumamente bueno le había sucedido. Estuve absorto mirando la pequeña foto en la mesita de noche, hasta que Julia me hizo volver a la realidad.
- ¿Qué es lo que tanto miras?-
-Ve esta foto.- dije, al momento en el que tomaba la foto y la acercaba hasta Julia, quien abrió la boca por la sorpresa.
El primer día en el que comenzó el caso de Celia, doña Clara me había dicho que solo le preparó comida unas cuantas veces anrtes de no volver jamás, debido al miedo que le provocaba la depresión aguda en la que la muchacha se encontraba luego de perder al amor de su vida.
Pero ahora al ver la foto, supe que no era precisamente miedo lo que sentía doña Clara. Por la forma tan amistosa con la que la señora abrazaba a Celia, fácilmente podría decirse que eran buenas amigas, además que ambas sonreían abiertamente, no se notaba ni un rastro de hipocresía entre ellas. Se conocían.
La razón por la que doña Clara Rodríguez viuda de Falcón se había distanciado de la familia Pomme, o de Celia precisamente, era un motivo totalmente distinto, no podía decir si era ajeno a su voluntad, o si había tomado la decisión de alejarse de esa casa, a pesar de que eran vecinas.
-¿Ellas eran amigas?- preguntó Julia, aún sosteniendo el retrato entre sus delgados dedos. Aún no había salido de su asombro enterarse de la relación tan estrecha que mantenía la señora con la chica de ojos grandes.
-Si. El primer día del caso, cuando llegue a este lugar, intenté entrar por la fuerza a la casa de Celia, pero la cerradura era una de esas reforzadas, de las que no pueden abrirse sin una llave. En ese momento fue cuando conocí a doña Clara, diciendome eso precisamente. Me indicó en donde estaban las llaves de la casa, estaban en el pantalón que tenía la chica cuando se suicidó.- Al decir la última palabra, no pude evitar sentir un nudo en la garganta.
Jamás en mi vida había visto a Celia, ni la había conocido de alguna forma, hasta el día en que comenzó su caso pude haber creído que ella no existía. Tenía casi cinco años en esta ciudad tan pequeña y nunca habían llegado a mis oídos el nombre o el apellido de la chica. Se debía, principalemente, en que la muchacha jamás salía de su casa, víctima de la depresión y la locura, pues Celia había perdido la razón desde los veintiuno, cuando el hombre que ella parecía amar demasiado falleció en el mismo accidente de auto en el que yo había perdido la memoria.
Eso era lo increíble del asunto. Aunque no nos conocieramos ninguno de los tres, nuestras vidas estaban involucradas por la fatalidad. Un sentimiento repentino de culpa llenó mi pecho. David Méndez había chocado conmigo, él había provocado el accidente que causó que no recordara nada de mi vida, pero yo, sin querer, le había provocado la muerte, y por consiguiente la locura de Celia.
Escuché unos pasos llegando del pasillo que conducía a la cocina de la casa de doña Clara, la señora que había tenido que ver en exceso con nuestras vidas. Ella era una cuarta ficha, un enlace en el juego del destino. Doña Clara nos conocía, tanto a mi madre como a mi, y sabía lo que había pasado hace tantos años. Fui un excelente actor al fingir que era de otra persona de la que hablaba, cuando por dentro me estaba practicamente muriendo por preguntarle si sabía más cosas acerca de mi vida.
-Pon la foto en la mesa.- le dije a Julia, quien aún sostenía la foto. Sus manos temblaron un poco y se tambaleó hacia la mesa, pero no llegó a tiempo. Doña Clara había llegado a la cocina y pudo apreciar la escena que, desde su punto de vista, parecía bastante cómica.
-¿Qué están haciendo?- inquirió la señora, acercandose a una velocidad que hacía creer que era su intento de correr. Su cara mostraba enojo, verdadera molestia.
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Celia, la chica de ojos grandes.
Mystery / ThrillerEl detective Diego Grezch investiga el caso de una chica que se suicida, Celia. Lo que no sabe es que a medida que va avanzando en el caso descubre que esa hermosa mujer tenía una vida tormentosa.