Capítulo 12.

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Abrí los ojos, y el sol aún no había salido. Durante mis días libres había pasado por circunstancias tan extrañas que ya quería alejarme de todo el misterio del asunto. Me senté en la cama y observé mis pies, aún con las medias puestas de la salida de ayer.

La había pasado muy bien con Julia, en su casa me sentía cómodamente. Durante el desayuno que habíamos compartido nos divertimos como nunca. La relación entre nosotros estaba en pie, y seguía avanzando.

Aparté las cortinas y miré el cielo, iluminado por una muy tenue luz solar. Debían ser las cuatro de la mañana. Fui a darme una ducha larga, dejando que el frío de la madrugada golpeara mi cuerpo. Necesitaba más contacto con la realidad, con mi vida actual.

Los recuerdos se nublaban y luego volvían a la superficie, como cuando un espejo está empañado por el vapor, pero por más que tratas de limpiarlo sigue igual. No sabía que hacía yo en la ciudad, ni tampoco que hacía el tal David allá, pero hoy podría averiguarlo fácilmente, solo tendría que ir a la estación y preguntar por algún David Méndez en Investigación y ellos harían el resto.

Por fin salió el sol, y comencé a prepararme un desayuno. La verdad no sabía cocinar muy bien, pero lo que hiciera tendría que comerlo. Freí unos huevos y papas, y me hice una especie de tortilla.

Mientras comía, escuché el pequeño reloj de péndulo que colgaba de la pared de la cocina, y ese sonido peculiar me parecía conocido, hasta que el recuerdo llegó de golpe: El hombre colgando de la lámpara.

Me sobresalté, y dejé caer los cubiertos al suelo. Ese recuerdo había sido tan aterrador que hizo que mi aliento se escapara incontrolablemente de mis pulmones. El sujeto, algo mayor que yo, con algo de barba y ojos desorbitados, con su cara hinchada, rebotando de la pared de algo que parecía una oficina pequeña. Tenía que averiguar quién era él, por qué lo había recordado. ¿Sería un caso viejo? No tenía idea, no lograba concentrarme.

Terminé mi desayuno, y noté que aún estaba en toalla. Caminé tranquilamente a vestirme, pues aún faltaban dos horas para ir al trabajo. Me vestí lentamente, casi con gracia. Decidí ponerme una camisa blanca y pantalones beige. Hasta quise echarme perfume, algo raro en mi.

Encendí un cigarro. Tenía unos meses que lo había dejado, pero un hábito no desaparece tan rápido. Probé una bocanada del espeso humo, que me ahogó y me hizo toser. La segunda fue algo más relajante. Mientras fumaba se me ocurrió una idea: leer otra vez el diario.

Tal vez sonaba enfermo, pero si quería saber y terminar de una vez por todas con el misterio de Celia y David, tenía que terminar de leer todas las páginas del cuaderno. 

Apagué el cigarro y corrí hasta el sofá, en donde siempre estaba el diario. Era como si hubiese escogido quedarse ahí por una temporada. Lo abrí y comencé a leer.

23 de octubre de 1944.

Mi padre murió ayer. Estoy sola en el mundo.

Eso era todo lo que había escrito en esa fecha. Su padre había muerto, ¿pero cómo? ¿de qué? Esta mujer cada vez dejaba más misterio. Tenía que seguir leyendo.

29 de octubre de 1944.

David se alistó en la academia de policías de la ciudad, dice que quiere protegerme de lo que pueda suceder. Le dije que no entendía por qué hacía esto y me dijo que lo hacía por mi, porque me amaba, y me besó profundamente mientras yo comenzaba a llorar. ¡David me ama! Es la única persona que he oido decirme esto en un largo tiempo. No se por qué hacía esto por una huérfana como yo. Solo se que David me ama sinceramente, más nada importa.

David se había alistado en la academia de policías por ella, por Celia, porque la amaba. Era posiblemente la cosa más impresionantes que había leído en toda mi vida. Que un chico de tan solo diecisiete años se hiciera policía para proteger a su novia era una gran demostración de amor. Miré al reloj, eran las ocho. Ya debía irme al trabajo, pero antes leería algo más de la historia de estos dos chicos.

24 de Diciembre de 1944.

Es navidad y no puedo sentirme más triste. Es la primera navidad que paso sin mis padres, estoy llorando mientras escribo esto. Soy una maldita por la vida, no que se que había hecho en mi vida pasada para merecerme esta desgracia. David estuvo conmigo por toda la tarde, pero tuvo qque irse a su casa con su madre... Estoy sola en esta casa tan enorme... Ya va... Escucho un ruido que viene del salón de baile, tengo miedo ¿Qué será? Tengo que ir, debo ser valiente.

Dios, esta ha sido la mejor navidad de mi vida. El ruido que provenía del piso de arriba era David, estaba poniendo cientos de luces decorativas y flores, justo como en mi cumpleaños. Me deseó una feliz navidad y nos besamos. Estoy demasiado feliz. Me dijo que se había escapado de su casa para venir a verme. Me dijo que si quería podía ir a pasar las fiestas en su casa, pero no me pareció correcto. Tengo que admitirlo, ¡AMO A DAVID MÉNDEZ!

Esas cosas románticas de adolescentes que nunca pasan de moda. David con un simple gesto conquistó el corazón de la chica.

Decidí llevarme el diario conmigo al trabajo, supuse que tendría algo de tiempo libre para terminarlo. Entré a la estación de policías, que estaba extrañamente vacía. Fui al espacio de Julia, y allí estaba. Vestida de blanco y con su cara totalmente enfocada en arreglar archivos de casos viejos.

-Buenos días Julia.- dije, sonriendo.

-Hola Diego ¿cómo estás?- dijo, pero no sonaba alegre. No me miraba, seguía fija en los cientos de archivos regados por el suelo.

-¿Pasa algo malo?- pregunté, extrañado.

-No, pero por lo visto a ti si.- Esta vez me miró fijamente, y se veía el enojo en su cara.- Ayer te fuiste de mi casa sin explicarme el por qué.-

Cierto, había olvidado llamar a Julia y disculparme por eso. Me sentía mal por haberme ido sin haberle explicado bien las causas.

-Julia, no tienes idea de cuánto siento no haberte llamado para explicarte. En serio te pido que me perdones.- supliqué, y al parecer surtió efecto porque Julia sonrió.

-No vuelvas a hacerme eso, por un momento pensé que habías tenido un...- Se detuvo, probablemente por la expresión de sorpresa en mi rostro.-Ay Dios, ¡tuviste un recuerdo!-

-No se si fue un recuerdo, pero fue algo sumamente extraño.- dije. Le conté a Julia acerca de lo que había visto, del hombre ahorcado en la oficina, y al terminar ella puso una cara de extrañeza.

-¿Qué sucede?- pregunté, pero ella no me respondió, sino que prosiguió a buscar en unos archivos muy viejos, como de unos diez años atrás.

-Mira esto. Encaja con lo que viste.- dijo ella, muy seria mientras me entregaba la carpeta, ya amarilla por el tiempo.

La abrí y lo que pude observar fue increíble. Según las fotos era el mismo hombre que había visto. No tenía nada de sentido.

-¿Quién es este hombre?- pregunté, y Julia movió la página de las fotos. Había una hoja amarillenta con los datos del hombre.

Nombre: Claude Pomme.

Fecha de Nacimiento: 21 de Enero de 1895.

Fecha de Fallecimiento: 22 de Octubre de 1944.

Causa de Muerte: Asfixia Mecánica Provocada.

Pomme. Ese apellido lo había oído alguna vez, pero ahora no podía recordarlo. La sensación de familiaridad no desaparecía.

-Hay algo en este hombre que me resulta conocido, pero no logro recordar por qué.- le dije a Julia.

-¿Aún no lo has notado? -dijo Julia, estupefacta.- Ese hombre, el tal Claude Pomme, es el padre de la chica Celia.-

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora