Capítulo 14.

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-Usted debe estar equivocado.- le dije al hombre, que cada vez me parecía más a un esqueleto ambulante.

-No señor, yo nunca me equivoco.- respondió el vagabundo, en tono de burla y negando con un dedo largo y sucio.- Esta ciudad es muy pequeña para equivocarse, y Celia me compraba drog...-

-¡No digas eso!- grité, y estuve a punto de darle un puñetazo en la cara al hombre. Creo que se dio cuenta porque se cubrió la cara con ambas manos y emitió algo como un chillido. Me había hecho enojar que mencionara con orgullo que una chica tan desdichada como Celia le comprara sustancias ilícitas.

El vagabundo mostró un ojo a través de sus manos, y luego se irguió nuevamente. No se le veían intenciones de huir, pues estaba de pie, casi inmóvil frente a mi. Aún lo miraba con odio, pero mi expresión se relajó un poco cuando el hombre habló de nuevo.

-Bueno, pero esa es la verdad. Lo quiera o no, señor...-

-Grezch. Diego Grezch, del departamento de policía de la ciudad.- le dije mostrandole mi placa, y en ese instante se puso nervioso.

-Ahora que me doy cuenta - repuso- No conozco a ninguna rubia de nombre Celia. Yo no conozco a nadie, oficial.- tragó saliva al decir la última palabra.

Estuve mirandolo fijamente, hasta que lo tomé por su raído abrigo y lo sacudí de manera violenta hasta que su cara se desfiguró totalmente, hasta el borde de las lágrimas. El hombre confesó inmediatamente.

-¡Está bien, está bien!- sollozó- Si la conozco, lo admito. Y si le vendía... Lo que usted ya sabe.-

-Creo que va a tener que acompañarme hasta la estación, señor. Tendremos una larga charla, y depende de usted que se alargue o no. ¿Va a cooperar conmigo?- dije, mientras le daba la vuelta para colocarle un par de esposas en sus nudosas muñecas.

-Coño, sabía que no debía salir hoy de mi casa.- dijo el hombre, que pataleaba como un niño de cinco años.

Prácticamente lo arrastré hasta la estación. Primero, porque tropezó y cayó al piso varias veces y tenía que levantarlo; y segundo, porque hizo un pequeño intento de resistencia cuando estábamos cerca del edificio.

Hice que caminara delante de mi al entrar a la estación, y con dificultad lo empujé a un salón que cerraba por fuera: La sala de preguntas. Dejé que el hombre gritara un rato, exigiendo sus derechos y que llamara a su abogado, aunque dudaba seriamente de que un hombre como él tuviese alguno a su servicio.

A lo lejos divisé a Julia, sentada en su oficina tomando algo de una taza. Tenía que caminar hacia allá y explicarle todo lo que había pasado, pero una persona me lo impidió. Antonieta Morales, la pseudo capitana del departamento de policías se interpuso en mi camino.

-Se puede saber ¿quién es ese hombre que acabas de meter casi aq la fuerza al cuarto de preguntas, Detective Grezch?- preguntó la mujer regordeta y pelirroja, frunciendo el ceño claramente en mi dirección.

-Es un vagabundo, jefa.- expliqué, en voz muy calmada.- Un presunto vendedor de sustancias ilícitas de la parte sur de la ciudad. Logré capturarlo mientras...-

Me detuve. ¿Qué le iba a decir a la jefa acerca de mi estancia en aquel sitio? Decirle que me sentí mareado por el sueño de un hombre que se suicidó, fui a una plaza y luego perseguí a una chica fantasma que curiosamente es la hija del hombre de mi sueño, hasta dar con el vagabundo no tenía ningún sentido. Si quería ir al manicomio, esa sería una excusa magnífica.

-¿Mientras...?- dijo Antonieta, tratando de continuar con el hilo de la conversación, pero en realidad no tenía ganas de explicarle algo que era inexplicable.

-Disculpe jefa, pero tengo que interrogar a este hombre. Cómo ya le dije, es un supuesto vendedor de drogas ilegales. Lo atrapé mientras andaba en un negocio extraño con alguien. La otra persona se dio a la fuga, pero tengo al que importa.- dije, tratando de sonar convincente. Y Antonieta se lo creyó, pues me dio solo una palmada algo ruda en el hombro y se encerró en la oficina del jefe, que curiosamente estaba ese día.

Me había vuelto un maestro de la mentira. Desde crear una vida completa ante autoridades que de haberse enterado me habrían encerrado por unos cuantos años, hasta cambiar la versión de los hechos que me habían sucedido en la última semana. Ni yo mismo me reconocía, no podía creer que hubiese engañado (de nuevo) a Antonieta. Pero a la única que no sería capaz de mentirle sería a Julia, ella no se merecía tal desfachatez de mi parte. Menos ahora que comenzaba a confiar en mi, y teníamos un romance muy agradable, por lo menos para mi.

Necesitaba saber que pensaba Julia de todo. De lo nuestro, de lo que habíamos vivido en este tiempo y de las cosas que habíamos descubierto de nosotros... Mejor dicho, lo que ella había descubierto de mi. Quería enterarme de sus preciosos labios qué era lo que en realidad sentía. pero hoy no sería el día, hoy tendría que interrogar y sacarle la información de cualquier manera a ese hombre.

Suspiré, y abrí la puerta de la sala de preguntas. Una habitación pequeña, sin ventanas, una lámpara de techo, una mesa y cuatro sillas pegadas al suelo era lo que conformaba la sala. En una de las sillas, el hombre que conocía a Celia de alguna parte estaba con la cabeza puesta sobre la mesa, sin mostrar su cara arrugada y demacrada, tal vez por las drogas que había consumido a lo largo de su vida.

-Eh, tú. Sientate bien.- exigí. Ahora tenía que actuar como el policía malo, así como en las películas.

El hombre se enderezó a duras penas, mostrando una cara de malicia mezclada con miedo. me miró a los ojos, y esbozó una sonrisa torcida.

-Yo tengo un nombre, Diego Grezch- mencionó mi nombre en voz burlona, y se carcajeó extrañamente, como poseído por algo. Pero no me sentía intimidado, ni un poco.

-Y ¿eso que importa? En la cárcel nadie te va a llamar por tu nombre.- sonreí al notar que su expresión cambió.- Pero para ser decente, ¿puedo saber cuál es tu nombre?-

El hombre había bajado la vista hacia la mesa, y con una expresión sombría dijo: Fidel, mi nombre es Fidel Pastrana.

-Bueno, Fidel. Te voy a hacer unas cuantas preguntas y tú como buen hombre vas a contestarlas, ¿si?- le expliqué lentamente, como a un bebé.

-No sin antes traerme a un abogado.- repuso el hombre, esta vez mirandome a los ojos.

-¡Escúchame escoria, el único que va a poner condiciones soy yo!- había perdido el control, pero traté de recuperar la cordura.- ¿Vas a cooperar?-

El hombre asintió. El interrogatorio había comenzado.

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora