Capítulo 3.

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-¡Hey! ¡Domínguez!- llamé a uno de los oficiales que tenía una cámara fotográfica, un chico joven, rubio y con una barba incipiente.- Necesito que le tomes fotos a esta cuestión.

Lo que estaba escrito en el espejo al parcer llevaba tiempo ahí, porque a pesar de leerse bien, le faltaban pedazos de algunas letras. David fue alguien del pasado de la chica, de Celia, seguramente el sabría qué fue lo que pasó.

Domínguez tomó la fotografía, y en seguida comenzó a hacerlo en todas partes de la enorme habitación/salón de baile. Posiblemente Celia dormía aquí, no podía dar afirmaciones porque aún no sabía nada del caso. Le tomó fotos a la cama desordenada, a los montones de ropa esparcidos por todo el lugar, a los sacos llenos de cartas del primer sospechoso, hasta que se detuvo al final, frente a una ventana con los cristales despedazados. Ese había sido el sitio.

Me acerqué hacia la ventana rota. Habían pequeños retazos de tela colgando del filo de los cristales, también se podían ver gotas de sangre, casi indetectables para cualquier persona.

Decidimos salir de la casa, pero con la certeza de que tendríamos que volver. Nos llevamos las cartas y algunas fotos que estaban en la cama.

Cerré la puerta con la llave, y sin que nadie lo notara, la guardé en mi bolsillo. Yo volvería esa noche a saber más de la chica que estando muerta se había llevado algo de mí. Era como si la conociera. Desde que la vi, ahí tirada, tuve una sensación familiar. Había algo en ella que me atraía. Sabía que lo que haría era ilegal, pero no podía quedarme con las dudas.

Mientras se llevaban el cuerpo de la mujer a la morgue, yo encendí mi auto y fui directamente a la estación. Al llegar ahí, mi jefa, una mujer regordeta y pelirroja de aspecto rudo me llamó a su oficina.

-Siéntese, detective Grezch.- dijo la capitana Antonieta Morales- hay varias cosas de las que quisiera hablarle, es sobre lo del suicidio de la chica.-

Había olvidado mencionarles, mi nombre era Diego Grezch, trabajaba en aquel departamento de policías desde que podía recordar. Hace muchos años tuve un accidente de auto que dañó mi memoria, así que no tenía otra vida que esa. Durante mi estadía en el hospital nadie vino a visitarme, así que no sabía si tenía familia o hijos. Solo supe que era policía porque la única pertenencia que me quedó del accidente fue una vieja y gastada placa en la que apenas lograba verse mi inicial y mi apellido. Llamaron a psicólogos y muchos otros médicos, y tal vez me influenciaron a crearme el nombre Diego. 

- Dígame, ¿ que pasa con la chica?- dije, interesado.

-Recibimos algunas llamadas de los vecinos, diciendo que escucharon ruidos dentro de la casa de la mujer, ¿eran ustedes?-

-Si, uno de los oficiales tropezó con un maniquí y tiró varias cosas al suelo- dije, recordando al torpe oficial Domínguez.

-Pero según los vecinos, alguien gritó.- dijo Morales, extrañada.

-No... Bueno, a menos que haya sido yo reclamando que no movieran nada.-

- Ah, está bien, puede retirarse- dijo la capitana, que sin levantarme de la silla, hizo como si no hubiese nadie en la oficina.

Me acerqué a Julia, una chica guapa que trabaja en el área de investigación. Era de cabello negro, morena y de ojos verdes. Una verdadera belleza exótica. 

-Buenos días Julia.- dije, con mi tono de galán de novelas- ¿Puedes hacerme un favor? Investiga acerca de la mujer que se suicidó esta mañana, ¿puedes?-

-Buenos días Diego- dijo ella, aparentemente ocupada archivando papeles- Claro, después de todo, ese es mi trabajo. Pero, para la próxima me dices "por favor" ¿Cuál es el nombre de la chica?-

-Se llamaba Celia.- dije.

Julia alzó su mirada verde sobre mi, como esperando algo más.

-¿Y su apellido?- 

Mierda. No tenía ni idea de cuál era el apellido de la mujer. Tendría que ir a la morgue a preguntar si tenía identificación. Lo bueno es que dicho edificio quedaba a dos calles de la estación, así que no me molesté en meterme en el auto, y salí caminando.

¿Cómo pude ser tan imbécil? No averiguar la identificación de Celia. Me distraje con tantas cosas, con su vida, que olvidé por completo ser un policía. Un dolor en el cráneo me hizo detener. Justo del lado izquierdo de la cabeza, una cicatriz grande  me quemaba insoportablemente. Era la marca de mi acidente, lo único que me unía a la vida que no recordaba. Esperé unos minutos, y cuando el dolor cesó, seguí mi marcha hacia la morgue.

Un edificio de dos pisos, pequeño y sucio era todo lo que conformaba la pequeña morgue de la ciudad. Me identifiqué con el médico forense y le pedí el registro de ingreso de la mujer. Entramos a un lugar frío, la muerte se podía oler y sentir. Era el cuarto donde se guardaban los cadáveres.

-¿Es esta la chica que busca? - dijo, descubriendo el cuerpo de Celia. Otra vez, la sensación de despojo se apoderó de mi. Es como si todo lo que hubiese sido anteriormente, ella lo hubiese tomado, junto con su vida. A pesar de evitar sentir esto, de luchar contra este absurdo sentimiento, ella era más fuerte que yo. No importaba que estuviera muerta, no importaba que no la conociera, sentía algo por esa mujer. No se si era amor, porque sería una aberración total enamorarse de un cadáver, pero si llegara a serlo, no me importaría. Sería feliz sabiendo que la amé.

-Si, es ella- dije, aguantando las ganas de acariciar su cabello rubio, de tocar su frente, sus mejillas, su mentón perfecto, de ver sus ojos, aún con la luz de la vida, mostrando su tristeza.

- Bien, aquí está el registro.- Me mostró una carpeta blanca que indicaba sus datos.- Su identificación estaba en su bolsillo trasero.

Miré sus datos.

Nombre: Celia Sabine Pomme Girano.

Fecha de Nacimiento: 10/ 03/ 1929.

Fecha de Fallecimiento: 14/09/1955

Altura: 1.77 cm.

Peso: 70 Kilogramos.

Color de cabello: Rubio.

Color de ojos: Verdes.

Causa de fallecimiento: Fractura en el cráneo, Hemorragia cerebral.

-Creo que su familia era francesa- dijo el médico, quitándome el registro.

-Si, tiene un nombre curioso, pero lindo.- le respondí.

-Es raro que no tuviese a nadie- dijo extrañado el forense.

-Hay mucha gente solitaria en esta época.- En realidad, no me dirigía a el; me lo había dicho a mi mismo.

-Es cierto, todos estamos solos al final.- me respondió el forense- Pobre mujer, solo tenía veintiseis años, toda una vida por delante. No entiendo por qué alguien se mataría.-

-A lo mejor, un motivo más fuerte que ella la obligó.- 

-No, fue algo sentimental. - respondió el médico, con completa certeza.

-¿Cómo está tan seguro de eso?- dije extrañado por la seguridadcon la que el médico había dicho eso.- ¿Cómo sabe que fue algo sentimental?-

-No me tome por loco, pero cuando la examiné, sus ojos me lo dijeron todo.-

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora