Capítulo 13.

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Comencé a hiperventilar, tuve que sentarme en el suelo para ver si me calmaba, pero no surtía efecto. Los nervios y el miedo que tenía eran inmensos, tanto que mis manos temblaban de forma involuntaria.

-Diego, ¿qué te pasa?- Dijo Julia, con su cara asustada mientras se acercaba a mi.

No podía responderle, por más que quisiera mi boca no se movía ante las ganas de hacerlo. Que el hombre que vi en mi recuerdo haya sido el padre de la mujer con la que he estado teniendo sueños extraños y me ha atormentado en esos pocos días era algo anormal, imposible. ¿Qué tenía yo que ver con el padre de Celia?

Traté de ponerme en pie, y mis piernas respondieron, aunque torpemente, a la orden. Necesitaba salir de ese lugar, la sola idea de permanecer un segundo más en ese lugar me asfixiaba. Quería correr al exterior y tomar aire fresco, quizás así me sentiría mejor y podría razonar con más coherencia.

Pero en esos momentos no podía. Salí de la oficina de Julia, que venía detrás de mi, preguntandome cosas que no podía entender. Sentía un zumbido en mis oídos que me privaban de cualquier otro sonido que se dirigiese a mi. La estación de policías daba vueltas a mi alrededor, y a cada paso que daba por salir de ella, sentía que la puerta se estiraba infinitamente.

Noté que Julia dejó de seguirme, quizás pensaría que necesitaba un tiempo a solas, pero eso era lo menos que quería. Aunque me moría de ganas porque me acompañara a caminar por la ciudad a despejar mi mente por semejante noticia no podía. Mi garganta estaba tan cerrada como una caja de seguridad a la que no sabía su clave.

Por fin logré salir a la calle, y traté de inhalar el aire cálido de la ciudad. El gas entró difícilmente en mis pulmones, lo que logró que cesara el zumbido de mis oídos. Empezaba a sentirme mejor, aunque eso no ocultaba el hecho que acababa de enterarme de que tenía una relación con la familia Pomme, la familia de Celia.

¿Pero qué? ¿Qué tenía yo que ver con esas personas? Porque que hubiese recordado a su padre era una clara señal de que en mi vida anterior lo conocía. Pero lo peor de todo es que en mi recuerdo no había visto al hombre con vida. Lo había visto colgando de una cuerda atada a su garganta. Esa imagen eraq lo que me perturbaba.

Los rayos del sol de la mañana brillaban intensamente sobre mi piel, pero no sentía calor. Estaba tan frío como si estuviera caminando en las estepas siberianas. Moví la cabeza violentamente de un lado al otro, como intentando disipar las sensaciones tan desagradables que tenía. Me erguí nuevamente y comencé la marcha hacia una plaza cercana a la estación.

De repente, unas ganas de vomitar increíbles aparecieron en mi estómago, revolviendolo totalmente. Tuve que detenerme a tomar un nuevo bocado de aire, que a pesar de que me aliviaba la sensación de confusión en mi mente, no hacía el mismo efecto en mis naúseas.

El mareo no cesaba, y fueron tantas las ganas que tenía de que se detuviera que sólo se me ocurrió una manera. En medio de la calle, con pocas personas caminando por ahí, introduje un dedo en mi garganta, provocandome arcadas. Lo retiré, mientras respiraba agitadamente por los escalofríos. Un nuevo intento, y esta vez funcionó. Un pequeño hilo de vómito salió de mi boca, seguido de un chorro un poco más abundante, que hizo que mejorara. Me limpié con un pañuelo que siempre tenía en mi bolsillo, y continué mi marcha hacia la plaza.

Un pequeño cuadrado lleno de árboles y una estatua de alguien a quien no conocía era lo que indicaba que esa era la plaza de la ciudad. Lleno de vendedores de raspados de frutas y algodón de azúcar, parcía una pequeña feria de pueblo. Caminé hacia uno de los pocos banquillos vacíos, pues en la mayoría estaban personas ancianas alimentando a las decenas de palomas que se reunían a comer.

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora