Capítulo 17.

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Secándome las lágrimas del rostro, logré apartarme del cuerpo de Julia, que estaba tan amoldado a mi que parecíamos uno hacía unos instantes. Caminé hacia la calle, cuando sentí que varias personas me seguían. Di la vuelta y pude ver a Antonieta, a Julia y al oficial Domínguez, uno de los pocos policías que me acompañaron la primera vez que entré a la casa de la familia Pomme, la familia de Celia.

-Grezch, ¿a dónde vas?- preguntó Antonieta, colocando su regordeta mano sobre mi hombro. Su cara, a pesar de ser muy adusta y severa, denotaba preocupación.

-Disculpame Antonieta, pero debo ir a ver a alguien. Olvidé que debo pedir permiso.- dije, en voz tan baja que a mi jefa le costó un poco escucharme.

-Diego, quiero ir contigo. Debes decirme a dónde vas y te acompaño.- exigió Julia, aunque debajo de ese tono autoritario, había súplica.

-Grezch, a dnde tienes que ir esa un hospital. Te desmayaste y comenzaste a convulsionar, debes tener un problema grave.- demandó Antonieta, apartando su mano y colocandola en su cintura.

Sabía que tanto como Antonieta como el oficial Domínguez jamás me habían visto de esa manera, por eso es que mi jefa insistió casi hasta el punto de obligarme a ir al hospital, o perdería mi empleo de inmediato. Ella no podía hacerlo, sólo su superior tenía esa autoridad; pero él como nunca estaba digamos que perdió varias atribuciones que Antonieta adquirió.

Por lo visto, ninguna de las dos mujeres se iban a apartar de mi lado. Una, porque me presionó a ir al hospital; y la otra, porque era el amor de mi vida. Y de eso ya estaba completamente seguro: amaba a Julia.

Al llegar al hospital, Antonieta me hizo atender con un doctor alto y calvo, que decía ser un neurólogo. Me analizó la cabeza, tocándola en puntos estratégicos. No me dolía en lo absoluto, pero me resultaba incómodo el toqueteo del médico por todo mi cráneo.

En los años 50, no se podía hacer mucho acerca de personas con daños en su cerebro, porque la tecnología era bastante pobre, y más en el pueblo dónde vivía. El médico logró detectar la cicatriz en la parte trasera de mi cabeza, que en ese momento latía dolorosamente con cada parpadeo.

-¿Qué te pasó aquí?- preguntó el doctor, examinando la cicatriz con unos lentes que hacían ver sus ojos cinco veces más grandes de lo normal.

-Un accidente de auto.- respondí secamente. Con cada toque del doctor sobre mi cicatriz me ponía cada vez más de mal humor. Sentía lo mismo que el recuerdo que había hecho que estuviera en ese lugar de peste.

-Uhmm...- dijo el hombre, con expresión interesante.- ¿Y hace cuánto tiempo sucedió el accidente?-

-Hace unos... Cinco años.- le respondí, aunque la verdad ya había olvidado cuándo había despertado del coma en el que según los doctores, estuve por un mes completo.- No estoy seguro si puedo serle franco, doctor.-

-Vaya.- exclamó el doctor- ¿Has experimentado pérdidas de memoria, u otros desmayos como el que acabas de tener?-

El doctor había dado en el blanco. Acertó con lo de las pérdidas de memoria y los desmayos, que curiosamente me causaban visiones relacionadas con mi pasado, una en específico que tenía que resolver de una vez por todas, y en vez de eso estaba en ese consultorio con el médico haciendome exámenes de todo tipo.

-¿Va a tardar mucho doctor? Verá, es que tengo varios asuntos pendientes, y esto en serio está agotando mi tiempo.- Le expliqué al hombre, que me miró de manera curiosa, como si mirara a un perrito lastimado.

-De hecho, ya puede irse a casa detective...- abrió su carpeta y le echó una ojeada- Grezch, ¿cierto? Es curioso, yo conocí a un Grezch hace años, cuando estaba en el colegio.-

El doctor era joven, como cercano a los treinta o con ellos recién cumplidos. Era contemporáneo conmigo.

-¿En serio? ¿Y qué le pasó?- pregunté con cautela.

-No lo se, creo que se fue de la ciudad a la capital, y de ahí no tuve más noticias de él.- me contestó, cerrando su carpeta.

-Muchas gracias doctor.- dije, mientras me ponía de pie y le estrechaba la mano.

Salí al pasillo y sólo pude ver a Julia, que permanecía en la silla mirando hacia el vacío. Se había quedado todo el rato que estuve dentro. Era maravillosa.

-Diego...- dijo, fijando sus ojos verdes sobre mi. Se puso de pie y me abrazó tiernamente, sientiendo la tibieza de su cuerpo rodeandome. Otra vez éramos una sola persona, y me encantaba.

-Estoy bien.- dije, mientras buscaba sus labios delicadamente. Nos dimos un beso lento y cariñoso, al igual que el de una pareja en sus bodas de plata, pero luego los besos se fueron tornando más intensos.

Movimos nuestros labios a un compás rápido y sensual, y luego nuestras lenguas se cruzaron, sientiendo cada roce con más intensidad. Nos habíamos olvidado que estabamos en el pasillo de un hospital, ahora era nuestro lugar feliz.

Celia, la chica de ojos grandes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora