Troye

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Seco mis manos en la camiseta. Llego a la clase, y me siento al final. Saco mi sudadera de la mochila, la acomodo y me hecho sobre ella.
La profesora se queda mirándome, esperando algún tipo de escusa por mi parte.
No digo Bada. Aunque parezca que mi inyenciones dormir, no tengo sueño. Estoy demasiado tenis como para olvidarlotodo con un bonito sueño.
-Señorito Sivan...
-Siento haber llegado tarde. No era mi intención.
-Sal fuera de la clase.
Hago inmediato caso a lo que me pide.
-¿Qué te pasa?
-Nada. Problemas con amigos.
-¿Necesitas descansar?
-Pensar me vendría mejor que cualquier cosa.
-Vete al final de la clase y disimula un poco. No repercutirá en tu nota, te lo aseguro.
-Gracias.
De nuevo, entramos en el aula.
Continuo con mi tarea: deprimirme.
Les quiero a los dos, y no se si los dos sentirán lo mismo.
Pero el problema es que no se soportan el uno al otro. Y eso les daña a ambos, y por consiguiente a mí.

El día pasa sin más ante mis ojos. No hablo con ninguno de ellos. Estoy realmente enfadado. Llego a mi casa, y tanto Connor como Tyler me mandan mensajes para disculparse. Ni tan siquiera los abro.
Me tumbo en mi cama, y pongo música.
No sé ni que quiero escuchar. Apago el reproductor, cojo unas cuántas cosas, las guardo en una mochila y me voy sin dar explicación alguna.
Mis padres ya saben donde me dirijo.
Tomo mi bicicleta, y pedaleo rápidamente a través del bosque situado detrás de mi casa.
Hay gran cantidad de árboles. A medida que avanzo, se va abriendo un sendero a mi alrededor.

Llego a mi destino. Una casa algo destruida y ruinosa, de apenas cien metros cuadrados, dos pisos, sin ocupantes, llena de polvo.

Entro en ella. Saco una lámpara de mi mochila, la enciendo y la apoyo en una de las mesas.
Soplo, y una nube de polvo se instala en el ambiente.
Hace mucho tiempo que no vengo por aquí, y mi mente se inundó de recuerdos.
Solía venir todos y cada uno de los días, limpiaba un poco y tomaba asiento... en frente del negro y amplio piano.
Obviamente, nada de esto es de mi propiedad, ni de la de ninguno de los miembros de mi familia.
Es de un amigo de mi familia. Mejor dicho, era, hasta que murió.

Él fue el que me enseñó este lugar. Hace aproximadamente unos diez años, mi yo del pasado andaba por la calle, de la mano con mis padres, tatareando la primera melodía percibida por mi oído, o por lo menos que yo recuerde. Íbamos a la casa de este amigo.

Cuando llegamos, tocamos el timbre. Él abrió la puerta. Como siempre, una sonrisa destacaba en su envejecido rostro de abuelo. Aquel día no quise quedarme a jugar en su casa. Le pedí que hiciésemos algo diferente.

-¿Que te parece si te enseño a tocar esa melodía que andas tatareando con un piano?- fue su propuesta.
Me quedé mirando, algo extrañado. Dudaba que se pudiese hacer semejante cosa.
Aún así, acepté. En aquella época, el hogar estaba dividido en cuatro habitaciones: un baño, un dormitorio y una especie de sala, en la cual yo nunca había entrado. Siempre se encontraba en perfecto orden y la limpieza no podía ser más impecable.

Nos sentamos en el taburete de en frente del piano. Posicionó sus manos encima de las teclas, y empezó a moverlas cuidadosamente.

Comenzó a repetir la melodía. Recuerdo que en aquel momento quedé persuadido por la belleza de aquellos sonidos. En mis ojos estaba claro que deseaba hacerlo.

Por una de mis rellenas mejillas de niño pequeño corrió una lagrima.
No una cualquiera, esa fue la primera vez que me emocioné tanto al escuchar algo.
A partir de esa tarde, todos y cada uno de los días, el entrañable anciano y yo recorríamos la distancia que nos separaba entre el colegio y su casa para que me enseñase a tocar el piano.
Hasta que, pasado un año, él no estaba en la puerta del colegio.
Le busqué con la mirada, pero encontré a mi hermano mayor.
No le di importancia, y dejé que el resto del día pasase.
Mi familia estaba algo extraña ese día.
Pasaban las tardes, y yo no le veía nunca, ni tan siquiera en el mercado.
Se me ocurrió preguntar que dónde estaba mi "tato"
Inocente de mí, no obtuve respuesta.
Tampoco insistí.
Aquella tarde, llegué a mi casa y me dirigí hacia las profundidades del bosque.
Las luces estaban apagadas, y aquella limpieza que caracterizaba el lugar había cambiado.
Al entrar, una nota con algo de polvo se encontraba encima de la tapa del piano.

"Hola Troye. Cuando veas esto, seguro que yo ya habré partido. No te preocupes, estoy bien. Cuando seas mayor lo entenderás."

En aquel momento pensé que se había ido a viajar por el mundo, y me alegré pensando que, a su regreso, traería un montón de historias y souvenirs.

Aunque, como dijo él, me hice mayor, y lo entendí.

Dolió, sí, pero yo continué viniendo por aquí. Gracias a ello, tengo gran cantidad de canciones compuestas, aunque nunca me he atrevido a escribir una dedicándosela a él.

Con esos recuerdos sobrevolando mi cabeza, toco levemente las notas del piano.

Escribo cada una de las notas que van sonando en mi cuaderno de pentagramas, para luego perfeccionarlas, y añadirle una letra metafórica.

A los veinte minutos, paro en seco. Oigo las ruedas de un coche.

-(Toc, toc)¿Quién anda ahí?- pregunta... ¿Connor?
Veo su figura acercándose hacia mí, con algo de desconfianza.
-Soy Troye.
-¿Qué haces aquí?¿Cómo sabes de la existencia de este lugar?
-Yo debería de preguntarte eso a ti, ¿no?
-No, puesto que esta era la casa de mi abuelo.

Mi Peor PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora