«¿Acaso no posees un poco de control sobre ti mismo?».

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POV Vegeta

La música retumbaba en los oídos de Vegeta.

Cuando sonaron los últimos acordes y Bulma se dejó caer de manera sugestiva al lado de la barra de stripper con su tanga de encaje —y nada más— Vegeta se puso tan duro que casi le dolía.

En el momento en el que la música murió, la multitud que llenaba el club prorrumpió en un atronador aplauso. Vegeta apretó los dientes. En ese momento, cada hombre del local estaba empalmado gracias a la mujer que él se moría por llevar a la cama. Una y otra vez. La mujer a la que no debería tocar.

Después de más de dos minutos de vítores y aplausos, los clientes del club se sentaron. Con una traviesa sonrisa en los labios y, tras ponerse aquella pequeña chaqueta de lentejuelas roja que apenas le cubría los pezones, Bulma agarró el micrófono.

—Gracias a todos por estar aquí esta noche —dijo ella todavía jadeante—. Habéis sido vosotros, con vuestro entusiasmo, los que a lo largo de los últimos cinco años habéis hecho de «Las sayas sexys» un lugar especial. No sabéis cómo me alegro de que hayáis decidido compartir con nosotros esta velada.

Bulma pestañeó, enardeciendo a la multitud. Vegeta quiso vomitar. No, no era cierto. Lo que quería era sacarla de allí, echársela al hombro y prohibirle que volviera a subirse a ese escenario para desnudarse en público.

Suspiró. Comportarse como un cavernícola no era su estilo. Y Bulma no era suya. Jamás lo sería.

¿Por qué demonios se había dejado convencer para quedarse cocinar durante toda la semana? Ah, sí. Se sentía culpable. Se había comprometido a ello. No era culpa suya que él no hubiera podido —que todavía no pudiera— controlarse. Dado que ella habla invertido todos sus ahorros y su futuro en ese nuevo restaurante, él le debía las siete clases magistrales que le había prometido. Aquellos asombrosos pechos, las acusadoras preguntas que Bulma le había hecho con tanta dulzura y sus propios recuerdos habían obrado en su contra. No había podido librarse.

Después de agradecer la asistencia de la multitud durante un rato más, ella se bajó del escenario y se abrió paso entre sus admiradores. Broly, el gorila, le consiguió una silla sin dejar de revolotear a su alrededor con aire protector. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, resultaba muy amenazador. Pero no lo suficiente para disuadir a los más fervientes admiradores. Éstos se acercaron todo lo que pudieron y, algunos, incluso le deslizaron billetes en el tanga. Ella les apartó las manos con una pícara sonrisa, pero aquello no les detuvo.

Un tipo con una camiseta de la Universidad de la Capital del Norte se abrió paso entre el gentío y se acercó a Bulma, plantándole un beso en la boca. Ella no se apartó, aunque le puso las manos en los hombros. Unos instantes después, Broly empujó bruscamente a aquel tipo y lo mandó hacia la puerta con una mirada que no auguraba nada bueno. Acto seguido el gorila se acercó más a Bulma, anunciando que ella era suya por todos los poros de su piel.

Negándose a mirarlos durante más tiempo, Vegeta maldijo para sus adentros y reconoció la amarga verdad. Ella le había tomado el pelo. La noche que pasó con Bulma, ésta le había jurado que hacía casi dos años que un hombre no entraba ni en su cama ni en su cuerpo. Entonces la había creído. La había sentido demasiado estrecha.

Viendo aquel tumulto de gilipollas babeantes, sabía que no era posible que su cama hubiera estado vacía más de dos días.

Pero no importaba si Bulma se acostaba con el gorila, con todos sus clientes o con toda la población masculina de la Capital del Norte. Vegeta había hecho un trato y lo cumpliría. Además, mantendría las manos alejadas de ella durante una semana, no importaba lo encantadora que fuera. Tenía un futuro en el que pensar y, si Dios quería, pronto tendría también una esposa y un hijo.

Más que solo deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora