Quiero que te cases conmigo

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6 semanas después

POV Vegeta

—¿Vegeta?

Él se giró hacia la voz conocida tragándose la irritación. Zangya se acercó a él; parecía recién salida de un catálogo de Martha Stewart, con aquellos pantalones color caqui, la blusa blanca y la chaquetita roja de punto. Los colores resaltaban su cutis celeste pálido y su pelo naranja, también pálido. Llevaba accesorios a la moda, pero siempre resultaba discreta. Sonreía hasta con los ojos. Realmente se podría decir que era perfecta.

La sonrisa con la que Vegeta le respondió fue más una mueca de disgusto que otra cosa.

Él se miró el reloj. Se sintió aliviado al ver que el acto de presentación de su libro de cocina —demostración incluida— terminaría en diez minutos.

Mientras firmaba y saludaba a sus admiradores, dejando que le sacaran fotografías y respondiendo a todas las preguntas, fue consciente de la presencia de Zangya a su izquierda. La miró. Maldición, no le quitaba la vista de encima.

Cuando se quedó sin libros y sin tiempo, se levantó de la silla y se dirigió al estrado, donde cogió el micrófono.

—Gracias a todos por venir. Su presencia ha significado mucho para mí. Buenas tardes.

Después de una ruidosa ovación, la gente comenzó a desfilar hacia la salida. Un par de periodistas intentaron acercarse a él, pero el personal de seguridad los escoltó hasta el exterior. Vegeta se preparó mentalmente y se volvió hacia Zangya.

Una vez más se sorprendió al verla. Era una mujer bonita, discreta y educada. Adoraba a los niños y le había insinuado discretamente que aceptaría una propuesta de matrimonio y formar de inmediato una familia. Vegeta incluso llevaba el anillo en el bolsillo, un diamante en forma de lágrima de dos quilates engarzado en una delgada banda de oro, y sólo esperaba el momento adecuado para dárselo.

Zangya era todo lo que él quería. Pero llevaba esperando aquel momento adecuado más de tres semanas y el anillo todavía seguía en la caja, en el bolsillo de la chaqueta.

Vegeta suspiró. Luego se acercó a ella y la besó en la mejilla.

—Qué guapa estás. —No era culpa de ella que él se muriera por ver a otra mujer. Una que llevara una excitante faldita y un liguero, y mostrara una actitud descarada.

¡Maldición! Jamás volvería a verla y Vegeta sabía de sobra qué era lo que tenía que hacer. Ese mismo día cumplía treinta y seis años. Esa noche era tan buena como cualquier otra para aceptar el futuro. Si quería tener hijos, tenía que ponerse ya manos a la obra. Podría ser un proceso largo, pero Zangya, que tenía veintiocho, lo soportaría perfectamente.

Vegeta se sentía culpable y aliviado de saber que para tener hijos con ella no tendría que recurrir al sexo. Zangya era bonita. Y una persona maravillosa. Pero no se sentía atraído sexualmente por ella. Quizá algún día...

Zangya le brindó una amplia sonrisa.

—Tú también estás muy guapo. Y ahora, vámonos a cenar. Tenemos que celebrar tu cumpleaños. ¿Adónde quieres ir?

Vegeta intentó parecer entusiasmado.

—¿Te importa si me voy a casa?

La sonrisa de Zangya desapareció.

—¿Te duele otra vez la cabeza? ¿Has ido ya al médico?

Desde que había vuelto de la Capital del Norte, hacía ya seis semanas, se había inventado un sinfín de dolores de cabeza para explicar su falta de interés por salir con Zangya o interrumpir bruscamente muchas de sus citas. Odiaba mentirle, Zangya se merecía algo mejor. Y Vegeta tenía que decidirse de una vez. O se lanzaba a un futuro con ella o la dejaba en paz.

Más que solo deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora