Capítulo uno

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15 años después

Inglaterra 1900

Anna no quería aceptar que su abuela hubiera muerto, pero así era, aquella reunión con sus abogados para la lectura del testamento era la confirmación final.

Su primera voluntad había sido cumplida inmediatamente tras su partida, pues había dejado órdenes de ser cremada, lo que había generado un conflicto familiar ya que la madre de la joven le daba más importancia a los ritos sociales que a los sentimientos.

Le preocupaba más la opinión de los demás que el dolor de perder a la mujer que la había traído al mundo.

Con la cremación se había visto privada de un acontecimiento social que la pondría en el centro de la escena como a la hija doliente, en cambio para Anna, el dolor era crudo y le dejaba un vacío en el pecho. Había amado a su abuela y la extrañaría cada día de su vida, había sido una mujer increíble y no podía creer que ya no estuviese.

Desde que recordaba, había sido su compañera y su cómplice. Era también quien, con su amor, le ofrecía un espacio para respirar y ser libre, quien la hacía sentir querida sin condiciones.

Sin ella se sentía a la deriva.

Era incómodo estar allí, junto a sus tíos, primos y su madre quienes esperaban lo que diría el abogado sobre las posesiones de su abuela, quería salir corriendo, pero no era posible. Estar presente, era lo último que podía hacer por la mujer que tanto había amado.

Sin embargo, no había previsto el impacto que causaría la última voluntad de su abuela.

Cuando el abogado leyó aquellas palabras donde expresaba su deseo póstumo, una exclamación unánime recorrió la habitación. Incluso ella hizo un sonido extraño, casi un gemido.

Su abuela pedía que sus cenizas fueran llevadas a Japón, y esparcidas en un lugar particular que mencionaba, quien las portara hasta aquel exótico país, debía ser ella, Anna.

Y también ella era la beneficiaria de su fortuna, que en parte sería invertida en aquel viaje para llevarla a su última morada.

La joven quedó aturdida, escuchaba discutir a los demás familiares, así como increpar al abogado sobre las inusuales cláusulas. Ella sólo estaba confundida, y llena de preguntas.

Aunque tenía la sensación de que aquello se relacionaba con el día que había visto llorar desconsolada a su abuela, o con los momentos en que la mujer se quedaba mirando por la ventana como si viera hacia un lugar distante, un lugar que ya no existía. Incluso sentía que tenía que ver con la fría relación que tenía aquella mujer, con su hija, la madre de Anna. Siempre había parecido que había una muralla entre ellas. Y ahora, la joven sentía que esa muralla y esos secretos se remontaban a Japón y al pasado.

-¡De ninguna manera¡ ¡Mi hija no formará parte de esta locura! – dijo la voz de su padre sacándola de sus cavilaciones.

-Ella se casará pronto – agregó su madre como si eso lo resolviera todo.

-Y es injusto que todo el dinero vaya a parar a sus manos – terció su tío al verse privado de la herencia.

Casi sin darse cuenta, Anna se puso de pie y con una voz firme, que le sonó ajena, hizo la declaración que cambiaría su destino para siempre.

-Iré. Cumpliré la voluntad de mi abuela – sentenció.

El caos familiar se desató tras aquellas palabras.

Pétalos de cerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora