Capítulo 10

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Anna estaba segura que Ryusei Shin, así como el resto de los pasajeros habían visto lo sucedido, pero el hombre no mencionó nada.

Viajaron en silencio, Anna con la vista perdida observando el paisaje. Pasó mucho tiempo hasta que se animara a preguntar.

-¿Qué significa aishiteimasu? – interrogó aunque estaba segura del significado.

-Significa "te amo"- le contestó el hombre y luego agregó suavemente- Izumi- San, me pidió que cuidara de usted. Dijo que cuidando de usted cuidaba de él, porque usted es su vida.

Sin poder evitarlo, Anna se largó a llorar.

El viaje hacia Tokio transcurrió sin mayores sobresaltos, pudieron hacer el trasbordo de trenes sin que nada sucediera y arribaron en el tiempo previsto.

A Anna le resultó extraño que los trenes no se rompieran, que a nadie le llamara a atención que una joven inglesa viajara sola acompañada por un japonés y que su viaje durara tan poco tiempo.

Tal vez, el primer viaje había sido el extraordinario, pero a ella le parecía que había sido real y que este que la encaminaba hacia Inglaterra era un sueño. Mucho después, pensó que se debía a que la Anna que había viajado hacia Tohoku jamás había regresado, se había quedado en un campo de cerezos.

Una vez que llegó al hotel de Madame Fleury, creyó que el traductor se marcharía, sin embargo le explicó que tenía órdenes de quedarse junto a ella hasta que tomara su barco.

-Tengo que asegurarme que viaje sana y salva- le dijo y ella sonrió burlona. A Takeshi Izumi le gustaba tener todo controlado.

-No puedo disuadirlo, ¿verdad? – preguntó la joven resignada.

-Me temo que no, Señorita. De hecho me parece que estuvo a punto de ordenarme que viajara con usted hasta Inglaterra, pero a último momento recuperó la sensatez- bromeó el hombre y Anna agradeció que hubiera alguien con quien pudiera bromear sobre su relación con Takeshi.

También a la propietaria del hotel del habló de Takeshi, necesitaba contarle a alguien porque temía que tan pronto se embarcara su historia se desvaneciera. Además la mujer había descubierto que algo había pasado tan pronto la vio llegar.

-¿Ahora sabes, verdad? – le había preguntado y Anna había asentido.

-Ahora sé- había respondido embargada por el recuerdo agridulce de Takeshi.

Ryusei Shin se instaló en una habitación del hotel, en espera de que la joven partiera.

Anna compró el pasaje más próximo que encontró hacia Inglaterra. Pero aún pasaría una semana hasta embarcar.

Fue la semana más larga de su vida.

-Ma petite, ¿vas a volver a Inglaterra y te casarán con tu prometido? –preguntó una vez más, aunque Anna ya le había hablado de sus planes.

-Si Thomas me acepta.

-¿Y serás feliz?

- Supongo que no, pero tampoco espero serlo, ya no. Aún así tendré que seguir viviendo, ¿verdad Madame? – preguntó ella

-Sí, ma petite, y quizás vuelvas a enamorarte.

-Usted sabe que no, que ese amor sólo viene una vez. ¿Vino a Japón a buscarlo o huyó de él, madame?- preguntó Anna y se asombró de que ahora le resultara tan fácil leer en el corazón de las personas, al menos aquellas que habían amado y perdido.

-Escapé de él, ma chérie. Me escapé al lugar más lejano que se me ocurrió, Japón. Aquí me casé con un buen hombre y me quedé a vivir.

-Pero....

-Pero él siguió viviendo aquí- dijo la mujer señalando su corazón. Anna se acercó a ella y le dio un abrazo.

Aquellos días en el hotel, mientras esperaba su partida, acompañada por Ryusei Shin y por Madame Fleury, se sintieron como una pausa, un no tiempo.

Ambos cuidaban de ella, como si fuera alguien convaleciente. Buscaban como hacerla reír o distraerla.

Estaba tratando de buscar quién era, de reconstruir una nueva Anna. Y el día que finalmente abordó el barco, se preguntó qué clase de mujer sería cuando descendiera de él.

También se preguntó si el traductor iría a informar sobre su partida.

Anna no supo, pero diez días después de su partida , efectivamente Ryusei Shin llegó a la Villa Izumi y se reunió con el joven señor.

-Ella partió, sana y salva, Izumi- San.- informó dando por finalizada su misión.

-¿Lloró mucho?

-No, sólo los primeros días. Es una joven valiente.

-Lo es. Valiente e insensata – dijo él.

-Ella dijo lo mismo de usted – dijo el hombre.

-¿Perdón?

-Me pidió que le dijera que usted es un insensato. Mucho más que ella – transmitió el hombre y Takeshi sonrió amargamente. Le pagó el resto de sus honorarios y le agradeció que hubiera cuidado de Anna.

Apenas el hombre se marchó, se sirvió sake, la primera de muchas copas, como llevaba haciendo desde muchos días antes.

Cuando Anna llegó a Inglaterra, sus padres estaban esperándola. Llevaba varios días enferma y débil, así que se sintió agradecida de verlos allí. Agradeció también que su madre postergara sus sermones hasta llegar a su casa.

-Ella ya está donde quería ...- le dijo a su madre en el carruaje y aunque la mujer trató de disimular, Anna notó que estaba conmovida.

La joven recordó las palabras de Takeshi sobre cómo los amores prohibidos causaban daño a todos los involucrados. Ahora entendía que su madre también había sido víctima del amor de Claire y Akira. Su abuela nunca había superado aquel amor, y su hija había sentido aquel vacío en su madre.

-¿Te sientes bien? – preguntó su padre al verla pálida y demacrada.

- Sí, el viaje fue largo. Enfrentamos algunas tormentas en alta mar.- contestó ella , pero lo cierto era que llevaba varios días sintiéndose mal.

El traqueteo del carruaje empeoró su malestar y al llegar a su casa sintió un terrible dolor de cabeza.

-Anna...- le habló su madre y sintió la voz distante.

-Creo que iré a descansar...- dijo y tras dar un par de pasos se desmayó. Sus padres corrieron hacia ella.

- Charles, busca al médico – ordenó su madre asustada apenas la tocó- Es fiebre, está hirviendo.

Desde ese momento Anna se sumió en la inconsciencia y en una fatigosa lucha por vivir. Su madre se quedó a su lado, a pesar de sus diferencias, amaba a su hija y sufría cada vez que veía al médico salir desanimado.

Cuando se acercó a ponerle paños de agua fría, la escuchó murmurar.

-¿Querida? ¿Qué quieres?- preguntó tratando de entender qué era lo que su hija pedía. Se inclinó más hacia ella y pudo entender que lo que decía era un nombre, casi como una plegaria, llamaba a alguien.

-Takeshi, Takeshi, Takeshi...- repetía la joven sin cesar.

La señora Seymour se incorporó con el ceño fruncido.

-¡Maldita seas madre! Bastaba contigo...– exclamó con furia. Y pensó que pasara lo que pasara no iba a dejar que su hija muriera.

Pétalos de cerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora