Capítulo 11

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Inglaterra 1901

Anna había pasado mucho tiempo enferma y también había sido largo el tiempo de convalecencia.

Cuando se había recuperado completamente, se sentía tremendamente vieja y cansada, como si aquellos días de fiebre hubieran sido años.

También era muy consciente de los cambios que había traído aparejada su enfermedad, ya no era la joven de antes de viajar ,ni tampoco la de Japón. Era un despojo de ambas, lo que había sobrevivido.

Tenía que encontrar un lugar para sí misma.

Estaba mucho más tranquila, rozando la resignación, pero necesitaba hacer algo para mantenerse ocupada, así que había decidido dar clases.

Enseñando a los niños a leer y escribir, había hallado sosiego.

No había olvidado, nunca podría, pero se había concedido una tregua. También se lo debía a su madre que la había cuidado tan celosamente.

Al menos había sacado algo positivo de su padecer, ella y su madre tenían una mejor relación.

Había terminado la clase y regresaba a casa, la escuela funcionaba en la iglesia y ella disfrutaba la caminata por la verde campiña.

El médico había aconsejado que hiciera ejercicio para fortalecerse, ella sabía que su enfermedad había nacido de un corazón roto. Nunca sanaría completamente. Aún así disfrutaba el contacto con la naturaleza.

Iba ensimismada en sus pensamientos cuando uno de los niños la llamó.

-¡Señorita Anna!- dijo llegando hasta ella.

-Arthur, ¿sucede algo?

-Me pidieron que le diera esto – dijo el niño y le dio un pañuelo de seda, luego echó a correr.

Anna desenvolvió despacio el pañuelo y encontró unas flores de cerezo prensadas. Con dolorosa certeza, supo desde qué día habían sido conservadas y por quien.

Quería correr, pero el cuerpo no le respondía, así que se movió con lentitud. Se detuvo, dio la vuelta y lo vio parado en la elevación de la colina. El corazón le latió con fuerza.

Había pensado que ya nunca lo vería de nuevo.

Llevaba un traje occidental negro, aún así desprendía exotismo, parecía más delgado, pero su cabello era igual de oscuro y aunque desde allí no podía apreciar la expresión de sus ojos rasgados, ella sentía la profundidad de su mirada.

Durante infinitas noches ,había temido olvidar como era, cerraba los ojos e imaginaba cada facción de él temiendo que su rostro fuese tragado por el olvido. Ahora estaba allí, mucho más hermoso que un recuerdo.

Comenzó a avanzar hacia él, muy despacio, temiendo que desapareciera.

Su andar se hizo mucho más lento a medida que se acercaba, cuando llegó a su lado, él le sonrió levemente y ella le correspondió con un gesto más leve aún.

¿Cómo podía hablarle ahora que lo tenía frente a sí?

-Estás aquí – dijo ella livianamente, como si no hubieran pasado meses, y se sorprendió que la voz no le temblara.

-Sí, vine a ver a la familia de mi padre, entre otras cosas.-contestó con su acentuación característica.

La voz de él pareció resonar en todo su ser.

Ella no sabía cómo hablarle casualmente, cómo mantener una charla superficial cuando su cuerpo estaba quemándose por las emociones.

Hablar con él como si fuera un amigo que acaba de ver era tan fácil como sentir fuego en la garganta, cada palabra dicha era un puñal que la desgarraba por dentro.

Pétalos de cerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora