A pesar del cansancio seguí corriendo. No podía más, estaba harta de tener que recorrer ese bosque una y otra vez todos los días para salvar mi vida.
Estaba harta de que cada noche aquella extraña sombra me persiguiese con el fin de adueñarse de mí. ¿Qué quería? ¿Quién era? ¿Por qué a mí?
Todas estas preguntas rondaban mi cabeza a medida que iba avanzando por aquel oscuro y tenebroso bosque. Apenas veía, la única luz que me alumbraba era el tenue reflejo de la luna reflejado en el suelo, filtrado por aquellos altos y frondosos árboles. Me guiaba por mi instinto, tal y como lo había hecho cientos de veces.
Tal vez debía rendirme, tal vez debía caer y dejarme atrapar por los brazos de la muerte. Creedme, deseaba hacerlo. Sin embargo algo me decía que no debía rendirme, que debía seguir luchando por mi libertad, por escapar de aquella fría y tenebrosa sombra, la cual se acercaba cada vez más a mí. Los pasos de mi enemiga aumentaban en intensidad, casi podía sentirlos justo detrás de mí. A pesar de todo no paré de correr ni un solo segundo. Me permití el lujo de echar un vistazo atrás para calcular a cuánta distancia aproximadamente se encontraba mi asesina. Mala idea. Al volver a mirar al frente no pude evitar tropezar con un tronco depositado en el suelo. El dolor que me supuso la caída no fue nada comparado con el dolor emocional que sentí en aquel momento. ¿Era el fin? Ni si quiera hice un esfuerzo por levantarme, quería hacerlo, pero mis fuerzas se habían agotado. No podía dar ni un paso más, abrir los ojos ya me suponía un gran reto.
Con mis fuerzas agotadas, únicamente esperé su temida llegada. Oí pasos, muchos pasos, cada vez se acercaban más. En apenas unos segundos todo habría acabado.
Se acabó todo este sufrimiento, se acabó el huir, se acabó el dolor, se acabó el ser valiente e intentar escapar.
El estado de ansiedad en el que me encontraba era casi impensable. No podía respirar, el oxígeno que se encontraba presente en aquel infierno no formaba parte de mi cuerpo, solo era aire flotando aleatoriamente por los más oscuros rincones.
Apenas pasaron unos segundos cuando se paró al lado mía. Escuché una risa, un suspiro, y tras ello vi como se abalanzaba hacia mí.
*****
—Cada vez son peores... —me dije a mí misma mientras me levantaba de la cama.
Todas las noches tenía la misma pesadilla desde hacía ya medio año, siempre pasaba lo mismo. Aparecía en aquel bosque de repente, aquella sombra me perseguía y yo tenía que correr para salvar mi vida. No era nada nuevo, estaba acostumbrada, hasta que hace unos días estos sueños empezaron a durar más y más. Cada vez eran más reales, lo cual intensificaba el sufrimiento el doble e incluso aveces, el triple.
Con todas las ganas en mi contra, me dirigí hacia el baño y me lavé la cara, tras eso me vestí y peiné, cepillando mi ondulado cabello de la forma más vigorosa que pude. Después de terminar hacer todas estas cosas, bajé hacia la cocina dispuesta a desayunar.
Si no fuese porque me obligaba mi madre no desayunaría, ya que todos los días me levantaba con el estómago revuelto. En varias ocasiones he querido convencerla de que nunca me apetecía desayunar, pero ella nunca toleró que me saltase esta comida, ya que varias veces por no haberle hecho caso, he tenido bajones de azúcar y mareos.
—Buenos días, mamá —dije mientras le daba un beso en la mejilla.
—Buenos días, cariño.
Me dirigí a la despensa para coger la caja de cereales, la cual se econtraba siempre demasiado alta como para que yo tuviese que alargar mi cuerpo de más a causa de mi corta no, pero sí mediana estatura. Dejémoslo en que era algo más baja que los demás.
—¿Nerviosa? —me dijo mientras se sentaba a mi lado.
—¿Por qué debería estarlo? —Me metí la cuchara en la boca.
—Bella, siempre has estado nerviosa los primeros días de clase.
—Supongo que este año es diferente.
La verdad es que todos los años he estado nerviosa por el hecho de que empezaran las clases, pero este año no me resultaba nada emocionante empezar las clases. Aunque desde que tengo estas pesadillas, nada me resulta emocionante. Hay gente a la que esto puede resultarle una verdadera barbaridad, el hecho de que unos simples sueños puedan llegar a quitarte hasta las ganas de realizar cosas. Cada uno tiene su opinión, pero alguien jamás sabrá qué se siente cuando está en mi situación hasta que la vives desde primera persona.
Una notificación llegó a mi móvil.
Estaré allí en cinco minutos.
Era Harry. Harry era mi mejor amigo desde hacía ya un año y pico, él no sabía nada acerca de mis pesadillas, nadie lo sabía en realidad, prefería guardármelo para mí como mi pequeño secreto. No lo contaba porque no quería parecer que estaba loca o que tenía algún tipo de trastorno extraño, puede sonar estúpido, pero así era. Tampoco lo hacía porque no quería dar pena, no quería que nadie de compadeciese de mí. Era algo que podía llevar yo sola.
A pesar de todo esto Harry notaba que yo ocultaba algo. Sabía que no estaba bien y él hacía todo lo que estaba en su mano para hacerme sentir mejor, siempre había estado ahí y jamás se había dado cuenta de lo que realmente había hecho por mí, era increíble.
Vale.
Tras recoger el cuenco ya vacío, cogí el abrigo que se encontraba en el perchero y me lo puse. No era el que más me abrigaba, pero me serviría.
En cinco minutos estaba allí, tan puntual como siempre.
—Mamá, me voy.
—Vale cielo, ten un buen día.
—Tú también.
Abrí la puerta, y ahí estaba.
—Buenos días —dije dándole un caluroso abrazo, como era de costumbre.
—Buenos días —me respondió con una gran sonrisa—. ¿Nerviosa?
—¿Por qué hoy todo el mundo me pregunta lo mismo? —reí.
—Creí que al enterarte de la noticia estarías algo intrigada o nerviosa, al igual que todos.
ESTÁS LEYENDO
Estaré ahí. |nh|
FanfictionBella vive en un cúmulo de pesadillas continuas. El prepararse una taza de tila ardiente todas las noches antes de dormir se ha convertido en un ritual para ella. Cada noche tan solo es capaz de pensar en qué horrible sueño le tocará vivir en las pr...