Mi vida no es una historia divertida, mi vida es un caos, un pozo sin fondo, un agujero negro que me consume lenta y dolorosamente, una depresión constante.
Claramente he tenido momentos felices, se sonreír y tengo un motivo por el que salir a delante. Pero hubo una parte en la que el suicidio parecía la mejor solución.
Todo empezó cuando tenía 10 años. Vivía en una casa pequeña y vieja, me pasaba la mayor parte del tiempo solo, escuchando música o leyendo, mis padres apenas aparecían por casa. Mi padre le habían despedido de su cuarto trabajo por robar y pegar a un compañero estando borracho y mi madre se pasaba la vida trabajando para poder mantenernos, apenas la veía ya que solía llegar a casa cuando ya dormía y mi padre se pasaba la vida en los bares y con sus amigos.
Aprendí a estar solo, todas las mañanas me levantaba a las siete para emparejar la casa, limpiar y hacerme la comida para que cuando llegara del colegio sólo tener que servir y comer.
No tenía amigos, no era capaz de confiar en nadie y eso hizo que me ganara una mala reputación. Los niños de mi clase eran crueles, solían insultarme llamándome gordo y pegándome, los profesores llamaban a mi madre cada vez que me hacían algo grave pero ella sólo sabía decir "seguro que sólo ha sido cosas de niños, lo siento pero no voy a salir del trabajo sólo por una tontería". Era gracioso que cuando llegaba de trabajar no iba ni si quiera a comprar como estaba, ni siquiera me reñía o me preguntaba que me había pasado.
Me acostumbré a no tener relación con mi familia, a no hablar con ellos en meses y cuando lo hacía sólo eran frases o monosílabos, era cansado molestarse en hablar con ellos.
El día que cumplí los 11 años mi padre llegó más borracho de la cuenta y entro a mi habitación.
-Hijo- dijo despertándome y sacándome de la cama a la fuerza - feliz cumpleaños escoria
Apestaba a whisky, me entraron ganas de vomitar.
-Gracias - dije conteniendo el aire.
-¿Has disfrutado tu día? - dijo con una sonrisa en su boca - tengo un regalo para ti.
Una sonrisa apareció en mi cara después de tanto tiempo
-¿Qué es?¿Qué es? - mi alegría era inmensa, se había acordado de mi cumpleaños y encima tenía un regalo para mi, y yo pensando que no me quería.
Una carcajada escalofriante inundó la habitación. Dijo algo que no pude descifrar y me dio un puñetazo en la barriga que hizo que me cayera de la cama.
-¿Papá, qué haces? - dije con un hilo de voz cuando pude hablar.
-¿Qué pasa?¿No te gusta mi regalo?
Ofendido, me cogió del pelo y comenzó a estampar mi cabeza contra el suelo, una y otra vez, notaba un líquido rozar mi mejilla y oía un pitido constante, mi vista se estaba nublando.
-¡Antonio! - oí de fondo a mi madre.
-Hombre, si está aquí la súper heroína, la que está sacando a esta familia a delante
-Suelta a mi hijo o juro que llamo a la policía.
Y de repente, comencé a sentirme bien, si estaba apunto de desmayarme, pero mi madre me estaba defendiendo. Le importo. Los ojos se me humedecieron.
-No te atreverás, puta - dijo mi padre soltándome del pelo para pegarme una patada en el mismo sitio donde me dio el puñetazo.
Empecé a toser y ya no pude oír a mis padres, solo oía ese pitido que había aumentado demasiado, comencé a vomitar sangre. Después de eso lo único que recuerdo es despertarme en un hospital con una desconocida durmiendo a mi lado.