Miré la hamburgesa que Eri me había dejado enfrente. Madre e hija me miraban observando mis reacciones, era demasiado incómodo.
Lancé una mirada a Eri, esperaba que entendiera que no quería comer ni que siguieran mirándome así.
—Come — dijo firme Elena.
—Pero es que yo...
— Nada de escusas —dijo tajante.
Le quite el envoltorio. No había comido nada en todo el día así que supongo que si como ahora no engordaré mucho.
Le di el primer bocado bajo la mirada de las dos mujeres más acosadoras del mundo. Mastiqué despacio, rezando para que no me entraran ganas de vomitar tras tragarme el trozo.
Tragué muy despacio y Elena me ofreció una botella de agua.
—Suspira y bebe muy despacio.
Le hice caso y sorprendentemente mi estómago reaccionó bien. Otra vez ese sentimiento de calma, sentaba tan bien poder comer sin tener arcadas, ya no recordaba la última vez que sucedió eso.
—Muy bien, ahora así hasta que te termines la hamburguesa — Las dos sonrieron como siempre — intenta no llenarte la barriga de mucha agua y todo con movimientos despacios.
—¿Toda?
—Toda.
Después de una hora yo seguía con mi hamburguesa, me quedaba tan poco... pero no quería más, estaba lleno.
— Daniel — dijo Elena quitándome la hamburguesa de las manos — suficiente. Creo que por hoy has hecho un buen trabajo.
Me estaba alabando, había hecho algo bien. Las lágrimas amenazaban con salir, pero fui lo suficientemente fuerte como para aguantarme.
—Mamá — dijo Eri tan nerviosa como siempre — ¿Se puede quedar Dani a dormir este fin de semana?
—Se puede quedar siempre que quiera — Dijo mirando a Eri. Pero sabía perfectamente lo que quería decir "Puedes quedarte cada vez que lo necesites"
Todo esto era demasiado bonito para ser verdad.
Pasaron varios días y mi madre parecía que aún no se había enterado de que seguía en contacto con Eri.
Miré el reloj, las 10 de la mañana. Elena pasaría a por mi en diez minutos, hoy había tenido turno de noche y me prometió que me recogería al salir del trabajo. Cerra la mochila con mis cosas, me iba a quedar en su casa todo el fin de semana, Eri me mandaba mensajes cada media hora para contarme lo ilusionada que estaba.
—¡Hijo!— gritó mi padre. —Sal a ayudarme con las bolsas, por favor.
Había visita. Es imposible que que el me hable así.
—Voy — girté mientras salia de la habitación y la cerraba con llave.
Bajé las escaleras y me encontré a un hombre joven que ayudaba a mi padre a sacar la compra del coche.
—oh — dijo el hombre saludándome con la mano — que obediente eres, mi hijo hubiese tardado media hora.
—Mi chico es demasiado responsable como para no obedecer a la primera.
Ya... si no obedezco me hubiese llevado una buena paliza.
Ayudé a meter la compra, subí a mi habitación, cogí todo lo necesario y bajé intentando no hacer ruido.
—¿Dónde vas?— me preguntó mi madre que justo habría la puerta.
Mierda.
—Por ahí — dije dando un paso atrás — hay visita.
—¿Quién? ¿Eri? — Su sonrisa daba asco.
—No, un amigo de tu marido.
—Imposible, tu padre no tiene amigos.
Aproveché que estaba distraída y salí sin hacer ruido y justo cuando pensé que me libraba me agarró del brazo.
—¿Dónde vas?
—Me voy todo el fin de semana. Volveré lunes por la noche.
—No. Te necesito en casa.
—No me necesitas para nada y dejame. Llego tarde.
—Soy tu madre.
—No. — dije intentando soltarme — dejaste de serlo cuando deseaste que no hubiera nacido. Ahora sólo eres un monstruo, como papá.
Le había hecho daño. Lo sabía porque sentí como flojeaba su mano que me retenía en el portal de casa. Aproveché su incertidumbre y me fui andando firme y con la cabeza bien alta. Esta vez había ganado el asalto, aún que había sido demasiado fácil.
Doble la esquina de mi calle y me sorprendí al ver a Elena allí. Paró de inmediato al verme. Monté en el coche en el asiento del copiloto.
—Lo siento, como no venías me preocupé
"Me preocupé"
—Mi madre no me dejaba irme.
—¿Estas bien?
—Creo que si.
Y por una vez en toda mi vida lo dije de verdad.