Capítulo 2

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Una semana más tarde de la tan esperada conversación con mis padres, me encuentro haciendo las maletas. Mamá se va a pasar las vacaciones de verano a Australia con la abuela. Y yo y Jimmy, como es normal, nos vamos con ella. No quiero quedarme aquí con papá y su queridísima amante rubia.

Desde que mis padres decidieron dejarlo definitivamente, papá se fue a vivir con su secretaria, como también es normal, ya que mamá se opuso a dormir y vivir en el mismo techo que él. Así que, después de la gran graduación que tengo mañana, me voy. Me voy con mamá y Jimmy hasta Sydney.

Sydney. La verdad es que la idea no me desagrada del todo. Hace como 8 o 9 años que no vamos a visitar a la abuela y todo porque mi padre no la tragaba y pasaba de estar con ella los casi 3 meses que duraba el verano. La abuela tiene sus cosas, como todo el mundo, pero no es mala, solo que dice todo lo que piensa sin pensarlo ni dos veces, y como ella pensaba que papá no era un buen partido para su querida hija Scarlett, pues se lo hacía saber siempre que íbamos. Todo esto pasó hasta que papá se hartó y se negó a que fuésemos más a visitarla.

Pican a mi puerta y seguidamente se abre de golpe. Es Clara.

- ¡Dios mío, Carol, no me creo que te vayas y me dejes sola todo el verano! – Me grita mientras se pone a dar golpes con los pies en el parquet. – Te odio... - susurra, a la vez que me mira para ver si me he percatado de lo que acaba de decir, y para su mala pata, se da cuenta que lo he escuchado por la cara de indignación que he puesto.

- Tienes a todo nuestro grupo de amigos aquí – le digo mientras desvío la mirada hacia mi maleta y acabo de colocar dos pares de sujetadores y la plancha del pelo que me quedaban fuera. – Puedes quedar con ellos – prosigo.

Clara me fulmina con la mirada y, a continuación, se estira en mi cama y posa sus grandes ojos azules en la maleta. Sus ojos siempre me han dado un poco de envidia, son mucho más bonitos que los míos: mientras los suyos son del mismo color que el cielo en un día soleado, los míos son oscuros como la noche.

- Es bonita – dice mientras la toca con el dedo índice - ¿De H&M? – pregunta.

- Si – le contesto mientras cierro la maleta y la dejo en el suelo descansando sobre sus cuatro ruedas – Estaba de rebajas.

Me siento a su lado y ella se incorpora, se quita las Converse, sube sus piernas hasta encima de la cama y cruza sus pies a modo que parece que esté tomando el sol en mi propia habitación. Yo la miro, frunzo el ceño y sonrío.

- Te echaré de menos – le digo.

Me devuelve la sonrisa cómplice y veo que empieza a hurgar en el bolsillo de su chaqueta tejana hasta que encuentra lo que busca, lo saca y me extiende la mano para que lo coja. Hago lo que ella espera: alargo mi brazo y ella deja caer una pulsera sobre la palma de mi mano.

<<Siempre juntas>>, leo.

- Siempre juntas – repite las palabras que acabo de leer en la parte delantera de la pulsera color plata.

- ¡Me encanta, Clara!

- Es para que te acuerdes de mi cuando estés en esa preciosa ciudad... - dice con un tono burlón, porque sé que en realidad le encantaría venirse conmigo.

<<A lo mejor el verano que viene la llevo a Sydney conmigo>>, pienso.

Veo que no deja de alternar la mirada entre la pulsera que me acaba de regalar y la maleta que está justo al lado nuestro, en el suelo. Así que decido cambiar de tema, para que no parezca un drama toda esa situación:

- ¿Ya sabes que vestido te pondrás mañana para la graduación? – pregunto a la vez que me levanto y me dirijo hacia mi armario.

- ¡Ah, sí claro! – se pone de pié de un salto y empieza a dar saltos por la habitación con las manos entrelazadas en el pecho – ¡El rojo con ese gran escote que me compré el sábado pasado cuando fuimos a tomar un café en el Starbucks!, ¿Te acuerdas?

Asiento con una sonrisa forzada.

Claro que me acuerdo ¿Cómo no me voy a acordar? Fue cuando le conté todo lo sucedido con mis padres y ella optó por quitarme esos pensamientos yendo de compras. No fue el consejo de amiga que esperaba, pero me ayudó bastante, ya que mantuve la mente despejada durante unas tres horas aproximadamente, hasta que llegué a casa y vi a mi madre destrozada en la mesa de la cocina con un chocolate caliente entre las manos y la mirada perdida. Entonces, en ese preciso momento, volví a la realidad que estaba viviendo en casa cada día desde hace unos 9 meses.

- Yo creo que me pondré este mono negro – lo saco del armario y se lo muestro.

El mono es precioso. Es negro, a media manga, un poquito de escote y con pantalón corto, me llega hasta un poco más abajo del glúteo. Vamos, no se me ve nada, sino mamá me llamaría la atención y no me hubiese dejado comprarlo ni ponérmelo nunca. Me río para mí misma solo de pensar en la cara de mamá si este mono fuese un pelín de nada más corto.

- Sabes que ese me encanta – añade mientras lo quita de la percha y se mira en el espejo que tengo en el mismo armario con el vestido agarrado entre sus manos y puesto a la altura de su cuerpo, como para simular que lo lleva puesto.

***

Dos horas más tarde, Clara ya ha abandonado mi habitación y mi casa, para ser más concretos. Así que decido bajar al salón con mamá y Jimmy. Los veo sentados en el sofá mirando muy concentrados la pantalla de la televisión.

Están dando "La Voz" y sé que les encanta.

Mamá se da cuenta de que he entrado en el salón, me mira y sonríe. Lleva tres días mucho mejor. Ya no la veo llorar, por lo menos no cuando estoy cerca. Desde que se decidió que nos íbamos a Australia, está mucho más serena y con muchas ganas de coger ese avión. Su maleta esta echa desde hace tres días, con eso lo digo todo.

Me siento a su lado a la vez que le doy un beso en la mejilla y le toco el pelo al pequeño bicho que tengo como hermano que se encuentra sentado en el suelo, atento a la chica con pelos negros rizados cantando por Rihanna que se proyecta en la pantalla de la televisión.

- ¿Ya has acabado con la maleta? – me interroga mamá mientras me retira un mechón de pelo que se me mueve salvajemente por la cara.

Asiento y apoyo mi cabeza en su hombro.

- Solo serán dos meses y medio, ¿verdad, mamá? - trago saliva y prosigo - ¿Volveremos, no? – se me quiebra la voz de solo pensar que a lo mejor se le olvida que su hija y su hijo pequeño tienen una vida ya echa aquí, en Seattle.

- En principio, si – responde y esa respuesta no me agrada demasiado, pero opto por callarme y no empezar una discusión sin sentido ninguno.

Fijo mi mirada en esa chica que está finalizando la canción y sonrío al ver lo increíblemente bien que canta. Ojala yo cantase así de bien. Hay gente que nace con este don y es increíble. Yo no sé qué haría sin la música, sin escuchar canciones y sin poder bailar al ritmo de estas. Es increíble como la música nos puede acompañar en todos los momentos de nuestra vida. Siempre hay una canción para todas las etapas vividas y todos los estados de ánimo que sentimos.

Simplemente, escuchar música me hace feliz. Me hace desconectar.

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