Capítulo 5

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Para ser la primera noche que paso en una habitación que no es la mía, no ha estado del todo mal. Siempre he escuchado que cuando se duerme en una cama que no es la propia, normalmente no se suele descansar bien, pero esto no es lo que me ha pasado a mí. He descansado como una reina. Me sonrío.

Lo primero que hago al estirar mis brazos y piernas es ir a abrir las cortinas que me separan del gran paisaje que me regala Sydney y sus playas. Todo es tan perfecto aquí: solo son las 8 de la mañana y luce un sol increíble en lo alto del cielo. Ni una sola nube. Esto no tiene nada que ver con Seattle. Nada que ver. Es un lugar completamente diferente. Entonces es cuando sé que me podría pasar el resto de mi vida despertándome aquí, en esta misma habitación con este mismo paisaje y sería la chica más feliz del universo.

La puerta se abre de golpe tras de mí y aparece la pequeña cabeza de Jimmy asomada.

- La abuela dice que el desayuno ya está preparado – entra y se estira de los pelos con las dos manos – ¡dice que ha hecho tortitas! – y desaparece otra vez.

Antes de bajar a desayunar con mi pequeña familia, vuelvo la mirada hacia la ventana y no puedo evitar mirar a un chico moreno, con camiseta de tirantes blanca y pantalones de chándal negros cortos hasta las rodillas, que está corriendo por la urbanización donde nos encontramos. Va a un ritmo considerable y escuchando música a través de unos auriculares color lila fuerte. Le sigo con la mirada hasta que lo pierdo entre los árboles de al final de la calle y entonces caigo en que yo también debería de hacer algo de deporte, ya que me espera un largo verano aquí y tengo que empezar a buscarme distracciones para no a aburrirme.

***

Las tortitas de la abuela merecen un sobresaliente. Ni mamá sabe prepararlas tan bien, en verdad, a ella se le queman la mayoría de veces que las hace, que es una vez cada dos meses o así. Creo que, al final, me acabo comiendo tres o cuatro antes de salir por la puerta trasera de la casa para irme a dar un chapuzón a la piscina. Hace mucho calor y yo necesito algo de agua para no morir sofocada.

Llevo el bikini que Clara me regalo el año pasado para mi Santo. El color es muy bonito. Al principio no estaba segura de sí llevarlo, ya que es de un color salmón fosforito con un contorno pintado en líneas negras, y pensé que a lo mejor aquí esto no se llevaría (cosas mías). Pero después de tanto dilema, decidí meterlo en la maleta y llevármelo. La verdad es que me queda estupendo. Es el único bikini que realmente me ha llegado a gustar como me quedaba. Clara tiene un buen ojo para estas cosas, supongo que por eso tiene pensado empezar diseño en la Universidad de Seattle en septiembre de este año.

Extiendo mi toalla en el mojado césped verde y voy dirección a la piscina con cuidado de no resbalarme, cuando mamá, Jimmy y la abuela aparecen de la nada.

- Acordaros que Ellen y sus hijos vendrán a comer hoy – nos recuerda la abuela. – Así que dentro de unas 3 horas os quiero duchados y bien vestidos, eh.

La abuela Kate está radiante. Se ha puesto una blusa blanca muy fina, con unos pantalones negros y unos pequeños tacones que la hacen más esbelta. Además se ha vuelto a recoger su pelo canoso como ayer, en un perfecto moño y me pregunto cómo se las apañará para que le queden tan bien los recogidos de pelo. Qué envidia.

- Si abuela – contestamos al unísono Jim y yo poniendo los ojos en blanco y metiéndonos en la pequeña piscina ovalada de la abuela con mucho cuidado de no resbalar y darnos un golpe.

Comparada con la abuela, mamá no se ha arreglado mucho. Lleva el pantalón tejano que utiliza la mayoría de los días, una camiseta de manga corta amarilla y unas Converse blancas. Va normal, como siempre.

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