Aun voy con el birrete en la cabeza, la toga y mi diploma en la mano izquierda, mientras que con la derecha voy arrastrando mi gran maleta roja por todo el aeropuerto intentando encontrar dónde están Jimmy y mi madre. Les dije que iba al lavabo y que me esperasen al lado de la cafetería, pero han desaparecido de ahí y yo ya estoy perdida. No paro de dar vueltas y ya empiezo a asustarme cuando de repente alguien me estira de la toga y doy dos pasos atrás a trompicones.
- ¿Dónde te habías metido? – me grita mamá por encima de la voz que suena por un altavoz anunciando el vuelo de un avión dirigido a Sydney. – Están anunciando nuestro avión y tú aquí dando paseos por todo el aeropuerto. Venga, vamos. – me arrastra con ella.
Facturamos la maleta y vamos corriendo hacia nuestro avión.
Jimmy está en la cola para subir, en breve, al avión y nos hace una señal con la mano.
- ¡Ahí está, mamá! – señalo en dirección a mi hermano y empezamos a correr hasta dónde él se encuentra.
- No te separes de nosotras Jimmy, ¿vale?
- Si, mamá.
Nos tocan los asientos de al lado de la ventana. Yo, después de discutir con mi hermano por quién va a tener el gran privilegio de quedarse al lado de la ventada, acabo ganando. Apoyo mi cabeza en la pequeña ventana ovalada del avión y miro hacia fuera. Son las 6 de la tarde y aquí ya se está poniendo el cielo oscuro. Parece que el cielo nos está avisando de que va a caer un buen chaparrón.
<<Bien, 18 horas de vuelo hasta Sydney y el cielo nos quiere regalar una tormenta para el trayecto. Súper bien>>, pienso irónicamente.
Al despegar, decido ponerme mis auriculares y dejo que James Bay me regale su Let it go, una de mis canciones favoritas de su último disco. Su letra y voz me encanta. Sobre todo la letra de esta canción, particularmente. Así que cierro los ojos y me dejo llevar por su compás hasta que caigo dormida.
***
Para mi asombro, el vuelo no se ha hecho muy duro ni nada parecido. Pasé la mayor parte del tiempo comiendo, durmiendo y escuchando a James Bay, The Fray, Ed Sheraan, entre otros grupos.
Cuando empiezo a bajar por las escaleras del avión veo el gran letrero que sobresale: Sydney Airport. Ya hemos llegado.
- Ahora iremos a buscar las maletas y luego pillaremos un taxi hasta casa la abuela – nos informa mamá. Se la ve entusiasmada y nerviosa.
- Vale. – respondemos al unísono Jimmy e yo.
Jimmy me reta a ver quién de los dos llega antes a la cinta corredera dónde veremos aparecer nuestras maletas y yo acepto.
- 1, 2 y... ¡3! – antes de gritar el 3 ya sale corriendo como si no hubiese mañana.
- ¡Eh, eres un tramposo! – hago como que me enfado y salgo tras él.
Escucho como mamá maldice algo a nuestras espaldas cuando nos ve salir corriendo, pero no logro escuchar el qué.
<<Este maldito niño corre como el viento>>, pienso para mí.
Acelero aún más el ritmo, hasta que lo alcanzo y lo adelanto.
- ¡Que te quedas atrás, mocoso! – le grito mientras le saco la lengua.
Me mira sorprendido y veo que se para porque está a punto de chocar con un gran conjunto de maletas que lleva un hombre en una carretilla. Entonces freno el ritmo hasta pararme. Me río y le saludo a lo lejos. Él me devuelve el saludo y me saca el dedo corazón. Río más aún.
Desde que papá y mamá nos dijeron que se divorciaban, Jimmy optó por encerrarse en la habitación. Solo salía para comer e ir al cuarto de baño. Esto duró hasta que se enteró de que nos íbamos a casa de la abuela. Es un niño pequeño, tan solo tiene 11 años y a la abuela casi no la conoce, pero aun así, estaba deseando irse de Seattle. Con papá se lleva bastante bien, no sabe nada sobre su nueva novia, él se piensa que duerme en casa de nuestro tío Dave, pero no. Es demasiado pequeño para que odie a su padre tan pronto, así que mamá y yo hemos decidido ocultarle según qué cosas.
***
Del aeropuerto a Bondi Beach, dónde vive mi abuela Kate, tan solo hay media hora de trayecto en taxi. Mamá lleva todo el camino hablando con el conductor sobre el sol y la calor que ha hecho estos días aquí y explicándole que en Seattle hace un frío de cojones y que casi no existen los días de sol y calor aunque sea verano.
Jimmy e yo optamos por hablar de cosas ajenas a ese tema, solo hablamos de las ganas que tenemos de pisar la increíble playa de Bondi Beach, ver el Opera House de cerca y poder disfrutar de cada nuevo rincón que nos pueda regalar Syndey.
Mientras vamos avanzado por la carretera me fijo en la espectacular playa que aparece a mi derecha. Hay gente bañándose, otros tomando el sol y hasta algunos se han decidido a subirse a una tabla de surf, aunque el día está tan despejado que no creo que puedan disfrutar ni de una sola ola.
- Mirad, es ahí – el dedo índice de mamá señala a una inmensa casa de piedra blanca que se abre paso al final del camino.
- ¡Guau! – exclama Jimmy a la vez que se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja y me mira añadiendo – ¡Nos lo pasaremos en grande, Carol! – se mueve eufórico por el asiento trasero del coche.
Yo simplemente lo miro y sonrío.
La verdad es que no recordaba lo increíblemente grande que era la casa de mi abuela. Lo único que sí recuerdo es que tenía una pequeña piscina, dónde papá jugaba conmigo a Marco Polo cuando aún era una cría. Papá y yo jugábamos y reíamos mucho cuando todo iba bien en nuestra familia, cuando todo era normal, cuando papá y mamá se llevaban bien y aún se querían, cuando todo era perfecto.
De repente nos vemos aparcados en frente de una valla enorme de metal blanco que rodea toda la casa. Miro hacia el taxímetro y se me queda la boca abierta formando una enorme O cuando veo la cifra de pasta que mi madre va a tener que soltar de su monedero, pero ella, como si de nada se tratase, se saca la billetera y le da todo lo que el pobre taxista con unas barbas largas y espantosas pide. Mientras tanto, yo abro la puerta hecha polvo y despintada de la parte de atrás del coche y voy directa hacia el maletero dónde se encuentran nuestras maletas. Mi bonita y rebajada maleta roja de H&M está encima de las otras dos, la cojo y la apoyo en la carretera. Seguidamente hago los mismo con las otras dos. Veo como mamá le dice adiós al taxista y este, poniendo en marcha el motor y arrancando lo más fuerte que puede, desaparece a los dos segundos de mi vista.
- No la recordaba así – murmuro para mis adentros.
- Claro que no, Caroline – explica mi madre haciéndome saber que me ha escuchado – la última vez que pisaste el suelo de esta casa fue cuando tenías 9 años y desde entonces han hecho bastantes reformas.
Entonces es cuando pienso en qué tonta he sido. Normal que no me acuerde, tan solo tenía 9 años cuando papá decidió que íbamos a pasar el verano en un lugar distinto, lo más lejos posible de Kate.
- ¿Entramos? – nos dice Jimmy dando saltos de euforia sobre el pavimento gris de la carretera.
Mamá le regala una de sus tiernas sonrisas al pequeño de la casa, coge su maleta verde kiwi y con la mano que le queda libre abre la increíble verja que nos separa de esa impresionante casa. Seguidamente cruzamos el impresionante caminito de piedras grises que se abren paso sobre un impresionante césped verde recién regado, y finalmente, llegamos a la impresionante puerta de entrada construida con madera de roble marrón oscura y dónde destacan unos impresionantes cristales de forma rectangular a cada lado de esta a modo decoración. En fin, todo es impresionante.
<<Bien Caroline, ahora resulta que tu abuela es multimillonaria y no te has enterado hasta hoy >>, me burlo de mi misma mientras observo la enorme casa que hay justo a dos pasos de mí.
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Un lugar diferente
Teen FictionPara Caroline Miller, una chica de tan solo 18 años de edad que se acaba de graduar en el instituto, el verano no empieza de la mejor manera posible: sus padres se divorcian y, para más drama, se va a pasar las largas vacaciones de verano a Sydney...