Lady Horizont Loyal, nacida de Lady Nora Nolle Loyal y Lord Ritter Loyal, consejero de la reina Sonne. Heredera de la casa Loyal y futura princesa. Horizont Loyal. Loyal.
Mi nuevo nombre resuena en mi cabeza mientras unas cuantas criadas me preparan para el banquete. Las tres chicas trabajan de forma rápida y eficiente, sin hablar una con la otra. Tampoco me hacen preguntas, a pesar de que deben querer hacerlas. No debo decir nada. No se les permite hablar conmigo y por supuesto no se les permite hablar de mi a nadie. Incluso aunque vean que yo no pertenezco aquí. No puede ser que tenga sangre de la reina. Esa historia no se la cree nadie. Seguramente solo querían la distracción, y yo fui la tonta que dejó su sangre al robar a una casa alta.
Durante muchos minutos de agonía para mí, tratan de ponerme un poco más presentable para el banquete real: bañándome, peinándome, pintándome en la cosa absurda que se supone que soy. El maquillaje es lo que peor llevo, especialmente esa gruesa pasta blanca que me aplican sobre la piel. Me ponen tres potes de eso, cubriendo mi rostro, mi cuello, clavícula y brazos con el brillante polvo húmedo. Se supone que debo ocultar el color de mi piel. Supuestamente llevo dos siglos en una cámara durmiendo, no puede ser que esté morena por el sol. Estoy fingiendo ser una de ellos, y cuando terminen de pintar mi cara lo seré. Con mi nueva piel pálida, mi pelo resalta y mis ojos parecen más brillantes. Parezco fría, cruel, una navaja viviente. Me odio a mi misma.
A cada segundo me entran ganas de llorar. No me van a permitir volver a ver a mi familia, eso seguro. Se supone que no les conozco. Se supone que no he tenido vida antes de esto. Me siento destrozada, como si me hubieran quitado una parte de mi misma. No derramo ni una lágrima. No pienso permitir que se me quite el maquillaje y tener que pasar de nuevo por todo.
Cuando las criadas me ponen una bata, me siento como un muerto siendo vestido para su funeral. Se que eso tampoco está demasiado lejos. Esto no tiene ni pies ni cabeza. No tiene sentido. Seguro que algo pasará, algún accidente o algo parecido. Todos mis nervios están de punta.
Me ponen un vestido color purpura con plateado, hecho de seda y encaje plateado. Cuando las criadas van a quitarme los pendientes me niego en rotundo.
-¡No los toques!
La chica retrocede de un salto, las otras se quedan inmóviles por mi arrebato.
-Lo siento, yo...-una princesa no se disculparía. Me aclaro la garganta.-Deja los pendientes.-Mi voz suena fuerte y dura.
Los seis pedazos de metal, cada una de un hermano, no van a ninguna parte.
Es una tradición en mi familia. Todos los hermanos tenemos seis pendientes en la oreja derecha. Cada vez que uno de nosotros llegaba al primer año de vida, el resto se ponía un pendiente de un color representativo, además a él se le ponen los pendientes representantes de los demás. El mio es el rojo anaranjado. Todos mis hermanos tienen un pendiente con ese color. Yo tengo uno verde para Kiliorn, uno azul para Maven, uno negro para Nico, uno amarillo para Iria, uno blanco para Gisa, y uno marrón claro para Cal que hace una semana cumplió un año. Puede que no me permitan verles más, pero no pienso perder sus pendientes también.
-El color te favorece, pero esos cacharros no pegan con el vestido.-me reprende Mai. Está sentada en la cama, con las pierna cruzadas. Me mira de arriba abajo, valorando como podría mejorar mi patético disfraz.
-No se quitan.-digo igual de firme. La miro a través del espejo, lanzándole la mayor cantidad de ira que puedo. Debe haber funcionado porque no insiste más.
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La princesa del rayo
Ficção AdolescenteTras robar a alguien demasiado importante, Horizont, de 17 años, se ve obligada a vivir bajo la tutela de una reina injusta y cruel. En una tierra en la que el hambre y a pobreza azotan al pueblo mientras las doce casas de nobles van de lujo en lujo...