Capítulo 2: Conociendo a los exploradores

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Cerré los ojos al tiempo que esa piel se quedaba a escasos centímetros. El vapor me besó la cara y la extremidad cayó pesadamente a mis pies. Una persona aterrizó grácilmente en la tierra dejando ondeando al viento una corta cabellera negra. El resto del titán se desplomó cuando otro individuo con dos espadas que parecían borrones atravesó el aire destrozando la nuca del titán. Mi cuerpo permanecía bajo el influjo del miedo y no podía parar de temblar. Tres caballos aparecieron ante mí y solo uno de ellos tenía un jinete rubio y bastante bajo. La mujer se acercó. No necesité mirar a los ojos grises ni a la bufanda roja para reparar en que era Mikasa. No cabía dentro de mi asombro así que confirmé mis sospechas al notar los verdes ojos de Eren clavarse en mi con un punto de compasión y sus dedos se extendieron delante de mi cuerpo. Los agarré con la mayor firmeza de la que pude hacer gala y me levanté sintiendo como el alivio se extendía por mis venas.

Mikasa con serenidad me examinó atravesando cada parte de mi cuerpo. Tragué saliva y bajé la mirada. Mi pijama había desaparecido, siendo reemplazado por unos pantalones blancos atravesados por numerosas correas que se entrelazaban y ascendían. En la parte de arriba tenía una simple camiseta gris cubierta parcialmente por una chaqueta marrón con las alas de la libertad. Podría haberme emocionado más si no hubiera visto los cilindros, que me permitirían maniobrar por el aire, hechos añicos.

―¿Cómo te llamas? Juraría no haberte visto nunca en nuestro escuadrón―preguntó Armin todavía montado en el caballo un tanto desconfiado.

―Misaki―mentí con toda la naturalidad del mundo volviendo a hacerme la coleta para aprisionar a un pelo oscuro y ondulado.

No podía creerme que estuviera dentro de aquel anime. Probablemente estaba sonriendo como una posesa habiendo estado a un paso de morir. Quizás eso podría explicar la desconfianza de Armin.

―No podemos quedarnos mucho tiempo aquí o vendrán más titanes―informó Mikasa encaramándose a su corcel.

―¡No podemos dejarla sola! ¡Mucho menos si tiene destrozado el equipo de maniobras tridimensional!-vociferó Eren a sus amigos.

Se subió a su caballo con elegancia y volvió a tenderme la mano. Miré al alrededor. A mi espalda podía divisar una especie de alargamiento gris, pero el resto era unas llanuras verdes sin ningún lugar en el que refugiarme o esconderme, si venía un titán estaría muerta en menos tiempo que tarda en cantar un gallo.

―Gracias―respondí aceptando su ayuda para subirme al animal.

―Todo por un camarada―admitió él espoleando al corcel.

Nos pusimos en marcha a una velocidad vertiginosa y me vi obligada a agarrarme a sus hombres mientras que nos acercábamos a la civilización. Aquel imponente muro se alzaba desafiando al mismísimo cielo, a pesar de eso unas grietas en la base lograban suavizar el efecto de admiración.

―Es increíble―susurré al tiempo que me desprendí de sus hombros y mis piernas con rigidez me depositaron en el suelo.

Los ojos verdes de Eren se ensombrecieron al recorrer aquella inmensa masa gris.

―Sí... muy impresionante―masculló Eren.

Por suerte Armin hizo acto de presencia aliviando la tensión que cernía en aquel lugar amenazante. Colocó una mano en el hombro de su amigo y se dirigieron a los cuarteles. Reconocía algún que otro edificio pero decidí seguirlos porque el anime no me había aclarado demasiado como llegar al cuartel. Era un espacio amplio que contaba con alguna que otra cabaña de madera. Podría considerarse apacible si un calvo que no paraba de gruñir hubiera salido a su encuentro. Tiró una bolsa a Eren y otras dos fueron directas hacia Armin y Mikasa.

―¡Os tendríais que haber marchado ayer!¡No os quiero volver a ver vuestros traseros por este lugar!―gritó con una mueca feroz.

Sus iracundos ojos se posaron en mí y me estremecí desde lo más profundo de mi alma.

―No sé qué haces aquí, no te dejas ningún objeto personal―farfulló taladrándome.

Mi cerebro trabajaba de forma frenética tratando de encontrar una respuesta que no me delatara. En el momento que pensé que iba a echar humo de mi cabeza mi instinto hizo que mis cuerdas vocales articularan dos palabras.

―Tengo amnesia―respondí con un susurro.

La dura mirada del instructor no se suavizó, en cambio en los tres amigos su actitud cambió.

―¿¡Por qué no nos lo habías dicho antes!? Si quieres te puedes quedar con nosotros hasta que recuperes tu memoria.

Ilusionada y agradecida asentí mientras que no podía evitar pensar en que iba a vivir junto con los protagonistas de ese anime que tantos pelos de punta me había puesto.


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