Capítulo 12

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La pelirroja partió al momento y el alivio recorrió cada célula de mi cuerpo. Poco a poco mi físico se había ido recomponiendo de los impactos, aunque todavía era conveniente esperar hasta que me recuperara del todo. Pasó el tiempo, acercándose al límite de que las estatuas se convirtieran en piedra. Un aviso alertó a todos los presentes, Erza había ganado contra Evergreen. Unos crujidos hicieron que girara la cabeza hacia el escenario y pudo ver como las láminas de piedra se desprendían dejando ver la piel de mis compañeras. Una sonrisa victoriosa aleteó en mis labios ¡Habíamos ganado a Laxus! Pude apreciar los desconcertados rostros de sus compañeras. Aunque era extraño, no recordaba que esta saga finalizara de una manera tan corta y sencilla. Quizás mi memoria me estaba jugando una mala pasada.

Me uní al regocijo de mis compañeros cuando un atronador sonido nos hizo darnos la vuelta sorprendidos. Había una calavera formada de niebla grisácea flotando en el aire, abrió la mandíbula.

―Viejo, ahora que una parte de las condiciones del juego se han deshecho y ellas no están convertidas en piedra, vamos a activar el Palacio del trueno.

Unas extrañas esferas con un rayo amarillo dentro y un aron negro en el exterior poblaban el cielo de Magnolia. Cada metro otro de esos objetos creaban un enorme círculo sobre la ciudad. Tragué saliva, esas cosas no auguraban nada bueno.

―¡Laxus! ¿¡Qué crees que estás haciendo!? ―gritó el viejo.

Aquella neblina se disipó. La cara del viejo era un manojo de arrugas y las cejas tan fruncidas que parecía que solo tenía una. Se llevó una mano con las venas resaltas al corazón y se derrumbó ahí mismo. A diferencia de mis compañeros no corrí hacia él, porque tenía claro que no iba a morir. Aún así un sentimiento de angustia germinó en mi estómago al verle retorcerse con tanta debilidad en el suelo. Tragué saliva y subí por las escaleras hasta llegar al tejado, donde segundos más tarde me encontré con la francotiradora que iba vestida de vaquera, con Lucy y con Cana. Me quedé observando como una posesa aquellas esferas flotantes.

―Esto es pan comido― masculló la mujer que tenía un nombre que se me había perdido entre la información del cerebro.

Armó su rifle, apuntó por la mira y disparó. La esfera se hizo pedazos cuando la bala dio de lleno. Sacó pecho y depositó su arma, instantes después una oleada eléctrica la recorrió. Sus gritos me dejaron sin tímpano, pero lo peor fue que no podía acercarme a ayudar, porque a la mínima de tocar todos los rayos yo acabaría como ella. Fulgurantes rayos salían de su cuerpo para morir fuera mientras que ella se sacudía. Cuando se acabó la descarga eléctrica acudimos a socorrerla. La zarandeé con cuidado, se hallaba inconsciente.

―Mierda, son lácrimas eléctricas. Si las destruimos recibiremos daño, pero si no detenemos a Laxus toda esa potencia caerá sobre Magnolia.

Todos y cada uno de sus ciudadanos era sus rehenes y todavía tan siquiera habíamos localizado la posición de Laxus ni del de las runas. Bajé abajo y les expliqué la situación. Abatida suspiré ante el paisaje tan desolador.

―¿Tenéis fuegos artificiales o algo? ―pregunté con un plan trazado en la cabeza ―respondió Cana.

―Sí, mañana es el festival. Voy a necesitar unos cuantos y un mechero, por favor―. Divisé las muecas de confusión―. Mi magia me permite desplazarme de un lugar a otro muy rápido, así que trataré de encontrar a los enemigos. Cada vez que haga lanzaré un fuego artificial y me iré sin entrar en combate para que otra maga más apropiada lo haga.

Dieron el visto bueno, así que me surtí y empecé con el registro de la ciudad. Saltaba de portal en portal, recorriendo los lugares a una velocidad vertiginosa y rastreando cada persona esperando ver el pelo rubio en punta, la máscara de Bickslow o el llamativo pelo largo y verde. Cuanto más tiempo pasaba sin encontrarme con ninguno más me inquietaba, si tardaba demasiado careceríamos de tiempo de conseguir ganar antes de que las bolas de magia descargaran toda esa mortífera electricidad.

Mi afluente mágico ya se estaba empezando a secar, por lo que en contra de mis principios me detuve a descansar en el tejado de una juguetería. Solo estaría ahí tres minutos, tiempo suficiente para que mi magia se estabilizara. Escuché la risa maniática que se me hizo más familiar que mi propia madre. Saqué el fuego artificial del bolsillo, y sí, tengo los bolsillos lo suficientemente grandes para llevar eso aunque nunca alcanzarían la capacidad del de Doraemon. Apreté el botón del mechero y sin saber muy bien cómo funcionaban apunté el proyectil mirando al cielo y con la mecha encendida. La risa cada vez sonaba más alta. Esperé hasta comprobar que no llegaría a tiempo para apagarla y apurando el tiempo permanecía hasta evacuar del lugar usando los portales. El sonido me alertó de que había sido un éxito. Ahora debía dejar el resto en manos de mis compañeras.

Continué el recorrido, alejándome cada vez más del centro de la ciudad hasta llegar a unos edificios bajos y enromes explanadas. Entre la hierba y los árboles distinguí aquel cabello verde como la hoja más esplendida en pleno verano. Por suerte no me había divisado di un paso más y una pared de runas se levantó a un costado. El mago se giró con una ceja alzada y los brazos cruzados. Golpeé aquella especie de muralla infranqueable, pero se mantuvo solida. Con el tiempo las runas no se vieron, quedando completamente ocultados, solo cuando las tocaba reaccionaban, aun así tenían un aspecto imponente. Coloqué el fuego artificial y huí rápida como yo sola. Ahora solo tenía que confiar.

PERDIDA ENTRE PORTALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora