LXVII

52 5 1
                                    


Ése día hasta la muerte lloró.
Todo el mundo estaba en silencio,
la oían llorar, la mujer más fuerte caía en pedazos.
Ha perdido un hijo.

El pabellón del hospital temblaba.
Nadie tenía el valor necesario para abrazar y consolar a la mismísima muerte.
Pobre señora, no tenía hombro para llorar.

Nunca había visto una mirada tan vacía,
como podría estar llena
si ha muerto la razón de su luz.
Se escuchaba un silencio escalofriante,
solo el llanto de una mujer a la diestra de un niño.

Le lloraba a un hijo, era madre, ella era la muerte.
Se ahogó en lágrimas.
Tomó un poco de aire y le dijo a los doctores que se encontraban ahí:
"La muerte de una madre es algo de esperarse,
es el finiquito de la naturaleza,
así es la vida;
más ver morir a un hijo eso no se lo deseo a nadie.
Yo soy la muerte y he venido. Yo no respeto ni lo que más quiero".

Se puso en pie con su hijo en brazos,
reafirmo unas palabras:
"Lo siento, pero les dejo el cuerpo,
yo me llevo el alma".

Serpientes En El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora