Capítulo ocho: ¿Que tengo qué?

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El Lunes en la mañana Lucero se quedó en casa, las ganas de salir de la cama eran nulas y aunque todavía el cielo estaba nublado la lluvia había cesado. Las sábanas rojas y la frazada azul tapaban casi por completo el cuerpo de la chica. Sólo sus brazos y su cabeza se encontraban fuera de el calor del cobertor.

Alex le envió un mensaje preguntándole por qué no había ido a clases, ella intentó resumirle en una nota de voz todo lo que había sucedido con sus padres el día anterior y aunque quiso evitarlo, volvió a llorar.

Sabía que la separación de sus padres no era culpa suya, pero su madre había sido durante toda su vida, su ejemplo a seguir. Lucero comprendía que todos cometemos errores, pero no podía entrarle en la cabeza cómo es que su madre había sido capaz de engañar a su padre. Necesitaba salir de la cama, enfrentar la situación y seguir adelante; pero tenía miedo. Tenía miedo de salir de su cuarto y encontrarse con la situación de una casa sola, llena de tensión y de odio. Su padre la llamó al teléfono, pero decidió no contestar, él dejó un mensaje de texto.

Turno con el neurólogo hoy a las cinco. No olvides llevar todos tus papeles.

Ella bufó, sí o sí debía salir de casa aquel día y aunque no quería asumirlo, estar ahí le hacía peor. Se levantó de la cama y bajó a desayunar para luego meterse en la ducha y ponerse otra vez su pijama, no pensaba quitárselo hasta la cita con el doctor.

Mientras tanto Damon le enviaba mensajes a Lucero sin recibir respuesta alguna, miraba su celular disimuladamente mientras la profesora terminaba de dictar la clase.

Cuando el timbre sonó, salió disparado del salón y del edificio. Sabía que algo le sucedía a Lucero, lo presentía, estaba seguro de que ella no estaba bien. El autobús lo dejó a una calle de su casa y por poco baja corriendo del vehículo en movimiento, llevándose un bocinazo del conductor del mismo, él rió ante su casi caída en el césped todavía mojado.

Cuando Lucero abrió la puerta, el alma de dios de Damon pareció secarse y encogerse cada segundo un poco más. Los ojos de ella estaban inundados en lágrimas, sus mejillas estaban tan rojas como si hubiesen pasado horas bajo el sol del verano y su cabello mojado caía suelto sobre sus hombros.

Ella no esperó, lo abrazó. Lo abrazó por primera vez y algo extraño sucedió, algo en ella renació y algo en él se llenó. Tal vez Damon no era mucho más alto que Lucero, pero aún así ella sollozó cerca del pecho de él y el chico entendió que la corazonada había sido acertada.

Damon cerró la puerta luego de que Lucero haya corrido a buscar sus pañuelos para sonarse la nariz. El frío y las lágrimas comenzaban a jugarle en contra.

─ Lo siento, Damon. Te ensucié la ropa.

─ No importa, Lu. ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

Ella no dijo nada.

─ Claro, te encuentro llorando y pregunto si estás bien, eres bien inteligente, Damon.

Ella sonrió.

─ Está bien, Damon.

─ ¿Quieres hablar? ¿Almorzaste? ¿Te sientes bien?

─ Almorcé, me siento bien físicamente, y sí, quiero hablar.

─ Procedo a callarme y escucharte.

Lucero le contó a Damon todo lo que sucedió el día anterior, él no pudo evitar sorprenderse.

─ ¿Intentaste hablar con tu mamá?

─ Ella es la que intentó, Damon.

─ ¿Y por qué no le hablas?

La última batalla de Morfeo. |EN PAUSA HASTA MARZO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora