Capítulo nueve: La historia oculta.

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Saliendo del hospital Lucero se despidió de Damon ya que emprenderían caminos diferentes.

Lucero tomó el autobús a dos calles del hospital y durante el camino comenzó a procesar lentamente lo que el doctor le había dicho. La parálisis del sueño no sonaba a algo que sea curable y mucho menos que sea fácil de resolver, le asustaba el hecho de no poder volver a dormir normalmente. Si bien el doctor había dicho que no era nada grave para ella era más difícil de lo que se podía ver desde afuera.

Sentía a la mismísima muerte atacar contra ella cuando se despertaba en la noche y no podía moverse, había algo que la aplastaba, algo que no dejaba que su cuerpo reaccione; pero luego aparecía algo que la calmaba completamente, como si el mismísimo Morfeo estuviese fundiéndola en un abrazo.

El autobús frenó en aquella esquina y cuando Lucero puso los pies en el suelo casi por inercia metió las manos en los bolsillos de su abrigo. Agachó la cabeza para evitar que el viento frío congele su rostro y caminó hasta la casa de fachadas azules.

El timbre no funcionaba, por lo que golpeó la puerta con fuerza para ser oída.

¡Papá!

Lucero abrazó a su padre con tanta fuerza que pudo sentir cómo la piel bajo sus abrigos quemaba. Sólo lo necesitaba a él. Sólo quería abrazarlo a él y a nadie más.

Entró a la casa que antes había sido de sus abuelos y pudo observar todo patas para arriba. Había unos cuántos artículos de limpieza dispersos en el suelo y se podía ver el suelo todavía mojado.

─ No me quedó otra que limpiar, había demasiado polvo.

Lucero asintió y dejó su abrigo en una de las sillas acomodadas.

─ No recordaba a esta casa tan grande.

─ Ni yo, pero bueno, al parecer es más grande de lo que pensé.

─ ¿Te quedarás aquí?

─ Eso creo.

Javier invitó a su hija a sentarse y le ofreció una taza de té.

─ ¿Ya has comprado té?

─ Lo siento, pero me declaro adicto al té.

Lucero sonrió y le echó azúcar a la taza negra.

─ Lu, necesitamos hablar.

─ ¿De qué?

─ De lo que sucederá de ahora en más.

─ Papá.

─ Lu, quiero que entiendas que nada de esto es tu culpa.

─ Yo no sé qué pensar.

─ Piensa en que todos nos equivocamos. Tal vez tu mamá se equivocó, pero no significa que tengas que odiarla o guardarle rencor.

─ No quiero vivir con ella, papá.

─ No puedes vivir conmigo, Lu. ¿Has visto esto? Es polvo por dónde lo mires.

─ Siento que no quiero verla, papá.

Lucero lagrimeaba de a poco, rompiendo el corazón de su padre que la miraba con ternura.

─ Lu, todavía debemos esperar a ver qué pasará. ¿Sabes?

─ ¿Van a divorciarse?

Su padre asintió.

─ Probablemente pase eso, hija.

La última batalla de Morfeo. |EN PAUSA HASTA MARZO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora